La pandemia ha afectado a lo largo de los últimos dos años a diversas áreas sociales y económicos de la vida cotidiana. Lo mismo ha sucedido en el aspecto sanitario. Más allá de las consecuencias físicas obvias provocadas por el coronavirus, el confinamiento, aislamiento y la archiconocida distancia física han mermado la salud mental de la ciudadanía. En lo que concierne a los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), tanto las asociaciones como la propia red de salud pública coinciden en constatar su aumento. Según Osakidetza, la Red de Salud Mental de Gipuzkoa ha visto cómo el total de consultas ha pasado de 844 en 2019 a 1.367 en 2021, un 62% más. En algunas OSIs, el incremento es aún mayor.

Pero, ¿qué es exactamente un TCA? En palabras de Yolanda Iglesias, coordinadora y psicóloga de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia de Gipuzkoa (ACABE Gipuzkoa), se trata de “un problema psicológico que se maneja con la búsqueda del cambio físico y del control alimentario”; es decir, “una manera de manejar los conflictos emocionales a través de la comida”. Por eso se considera un trastorno psicológico y no un simple “problema de alimentación”.

Existen varios estereotipos en torno a estos trastornos. Uno de ellos, que se limitan únicamente a la anorexia o la bulimia nerviosas, cuyos síntomas más conocidos por la sociedad son la restricción en la ingesta, en el primer caso, y los atracones de comida, en el segundo, con la característica común de las “conductas compensatorias” en forma de vómitos, el uso de laxantes y diuréticos o la práctica de ejercicio excesivo. Pero detrás de las siglas TCA se hayan otras nomenclaturas más desconocidas para el gran público, como el trastorno por atracón, con síntomas similares a la bulimia, pero sin prácticas compensatorias; o trastornos de la conducta alimentaria no especificados, en los que pueden no cumplirse todos los requisitos incluidos en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM, en sus siglas en inglés) o presentar “una mezcla de varias cosas”, según afirma Iglesias. Y este último es un situación muy común en el caso de las personas con TCA, ya que es habitual la fluctuación de unas conductas a otras.

Otra idea equivocada es la que asigna un corporalidad muy concreta a quien pasa por estos procesos; la de una delgadez extrema o bajo peso. La realidad, en cambio, difiere en la gran mayoría de casos. “Un 95% de personas con trastorno alimentario no tienen infrapeso”, argumenta Iglesias. Solo en torno a un 5 o 6% de personas con TCA conviven con un peso muy bajo y son casos con “desnutriciones importantes”.

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Aunque, quizá, la idea preconcebida más extendida sea aquella en la que los TCA están limitados en la mente de la ciudadanía a una cuestión meramente estética, a un deseo obsesivo de perder peso. Pero es algo mucho más complejo. Son realidades en las que se halla un mecanismo para gestionar “estados emocionales” que “generan displacer” o una “ansiedad" que esa persona “no puede soportar. Como consecuencia, “el cerebro busca cómo compensar” ese malestar y lo canaliza a través “del control corporal”. Es por ello por lo que “lo contrario de un trastorno alimentario no es comer”, sino el “quererse”.

El aspecto físico de quien pasa por un TCA es, por tanto, diverso. La casuística psicológica también puede variar, pero hay ciertos denominadores comunes que pueden contribuir a que se tengan más papeletas. Iglesias nombra una baja autoestima, el perfeccionismo o “bajo nivel de frustración” y la autoexigencia como factores relevantes. Además, si se cumplen estas características y en un momento dado se inicia una dieta, las probabilidades “se disparan”.

Mujeres

La mayoría de personas que sufren un TCA son mujeres, aunque Iglesias subraya que no se trata de “un trastorno de mujeres”. De hecho, hay casos como el trastorno por atracón, en los que casi la mitad de los afectados son hombres. Sin embargo, el que en la cifra global el sexo femenino sea mayoría reside en varios factores. Entre ellos, la manera de gestionar emociones que la sociedad asigna e impone a las mujeres. “Nos lo tragamos más”, admite la psicóloga, en referencia a los sentimiento de enfado o “de disgusto”. También influyen el hecho de que los cambios físicos en la adolescencia sean a una edad más temprana en las chicas, y que la falta de herramientas haga la gestión más difícil. Además, las mujeres “están más expuestas a los cánones de belleza y a las críticas sociales con respecto al aspecto físico”, y también suma.

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En los últimos años, Iglesias ha visto cómo la edad de las personas afectadas ha ido bajando. “Antes, la media estaba a partir de los catorce años”, apunta; “ahora, no la media, pero se ven casos de 9, 11 años”. Considera que esa edad alarmantemente baja tiene que ver, en parte, con el acceso a las redes sociales, donde “todo es imagen corporal” y donde las niñas no están ni “protegidas” ni “preparadas para no creerse todo lo que están escuchando” o viendo, para tener una perspectiva crítica que se va desarrollando en una etapa más adulta.

Aislamiento

El alto consumo del mundo digital ha sido una constante durante la pandemia, especialmente en el confinamiento. Estar entre cuatro paredes ha supuesto un “aislamiento” de “redes de apoyo reales”, como las amistades, para muchas personas, lo que ha incrementado el uso de las redes sociales y “el hacer ejercicio como una manera de compensar” la situación. Esto, sumado al “periodo de incertidumbre y ansiedad” vivido por “todo el mundo”, ha contribuido al aumento considerable de los casos de TCA.

Fuera del mundo 2.0, la sociedad de carne y hueso manda todavía mensajes muy tóxicos respecto a cómo deben ser los cuerpos, sobre todo, los de las mujeres, creando “una imagen corporal de un estilo de persona que no es real”, manifiesta Iglesias. En este aspecto contribuyen, por un lado, la “gordofobia”, que asocia “una persona delgada” con alguien que “se autoexige”, es “responsable” y “se cuida”; pero, en cambio, asume que una “persona con sobrepeso” es “todo lo contrario”. La coordinadora de ACABE apunta que “lo peligroso” es dar “valores y características, incluso de forma de ser, a estilos y formas de cuerpo”.

La falta de uniformidad en el tallaje femenino es otro aspecto controvertido, ya que las tallas varían mucho entre marcas y cadenas textiles. “A mí me gustaría preguntar a todas las mujeres cuántas tallas diferentes de ropa tenemos”, lanza Iglesias. Esa diversidad de números y medidas “genera inseguridad” y depende de la importancia que tenga el “aspecto físico en tu autoestima”, puede ser caldo de cultivo para los trastornos alimentarios. En alguna de sus visitas a establecimientos de moda, “he visto a chicas llorar”, confiesa esta psicóloga.

La solución a este problema de salud mental tiene muchas aristas, pero una de ellas reside en “programas de prevención” desde las primeras etapas educativas, que enseñen a “trabajar lo emocional”, a “saber trabajar en grupo” y a “aceptar la diferencia”. Iglesias también añade que lo interesante de formar a los menores para que consuman “las redes sociales de otra manera” y una educación “en la salud más realista”, sin tocar temas como calorías. Si no se desarrollan estos programas, “a partir de la adolescencia, al final, estamos detectando casos”.

De cara a la recuperación, aunque la coordinadora de ACABE insiste que “no es fácil y no es rápida”, sí que es posible. Incide en la necesidad de ayuda psicológica, pero también de la importancia de una red de apoyo familiar y de amistad. El ponerse en contacto con las asociaciones también es beneficioso, porque “puedes hablar con gente que pueda estar pasando por lo mismo” y sentir “que no estás sola”. Se sale, pero se necesita “tiempo” y “no dejar de luchar”. Y “mientras tanto, vas viviendo, vas enfrentándote a las cosas que te están generando miedo. No hay mejor terapia que seguir viviendo”, manifiesta Iglesias; eso sí, “teniendo apoyo profesional” durante el proceso.