Sujeta con sus guantes rojos un cartel que dice Rezamos por el fin del aborto. De su mano derecha cuelga un rosario. A unos metros está su compañera de guardia. No se conocen, pero les une una firme convicción: "somos forofas de la vida, y aquí en frente se practican abortos". Parece un viaje a las cavernas, pero Esther y Doris están ahí, sin dejar de mirar a la clínica ginecológica Askabide.

Cederán al cabo de una hora los trastos a otras compañeras, como Maria Luisa, que clava su mirada y parece enfadada. Habla desde lo más hondo de sus entrañas. "Tendrían que ver cómo sacan a esos bebés, a cachitos. Primero un piecito, luego un bracito...".

Trabajadores de Askabide han llegado a entrar a sus puestos de trabajo al grito de asesinos. La directora del centro en Donostia, Naroa Iturri, asegura que la situación es desagradable. "Sobre todo para las mujeres que vienen a interrumpir el embarazo. Ya de por sí se acercan con cierto desgaste psicológico por la propia situación que están atravesando, como para tener que escuchar rezaremos por ti y por tu bebe, o no peques".

Todos los días de semana, desde las nueve de la mañana y hasta bien entrada la noche, integrantes del movimiento provida se concentran frente a la clínica. Su presencia en la calle Easo de Donostia no pasa desapercibida. Aquí están plantadas desde el 17 de febrero, Miércoles de Ceniza. "Y aquí seguiremos hasta lunes Santo, durante toda la Cuaresma", apunta Doris Schneider, de 78 años.

"HAY ANTICONCEPTIVOS"

Una pareja de jóvenes acaba de salir de la clínica. Parecen contentos. El chico coloca su brazo izquierdo a hombros de su pareja y se marchan. Nada fuera de lo común, salvo el escenario al otro lado de la carretera. Schneider, de padre suizo y madre navarra, dice conocer "hasta a gente atea" en contra del aborto. "Hoy en día hay medios anticonceptivos para no matar. Si no lo quieren, que lo dejen en un cajoncito entre telas suaves, como hacen en Alemania", suelta la mujer, ante la mirada incrédula de algún que otro viandante.

Hay quien pasa y les apoya, pero otros no se cortan. "Algunos preguntan que por qué no adoptamos a los bebés, o para qué queremos que nazcan si luego les va violar un sacerdote". Esther Hernao, de 23 años, vino desde Venezuela en 2015. Es nutrionista, pero sobre todo creyente, y acompaña en turno a Doris. "Defendemos a esos niños inocentes que no pueden defenderse. La oración es para ellos". La chica porta un cartel en euskera con un lema a favor de la vida y la oración.

Frente a estas dos mujeres puede verse una maraña de lana morada que cuelga de los árboles, y una pancarta de varios metros: Gure hilerokoaren odoletan itoko zarete, algo así como "os ahogaréis en la sangre de nuestra menstruación". Gupos de mujeres desplazadas desde los barrios de El Antiguo, Amara y Gros se coordinan para acudir también a diario, de 18.00 a 19.00 horas, a la concentración frente a este movimiento antiabortista.

El pasado lunes, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, estos grupos partieron hacia la multitudinaria manifestación desde este punto. Curiosamente, el único día que las antiabortistas no acudieron a su cita. "No estuvimos porque nos habrían insultado", dice Schneider.

En la clínica, frente a ella, realizan interrupciones de embarazo desde hace muchos años. La directora del centro recuerda que "no hay una sola mujer que venga por gusto, puesto que es una decisión tomada después de una reflexión difícil". Hay usuarias de la clínica que el ambiente de confrontación lo viven como un contratiempo añadido. "Eso sí, -apunta la directora-, si alguna de las hijas de las antiabortistas se queda embarazada, aquí vienen. Hemos tenido quienes con toda la jeta del mundo te dicen que lo de su hija es diferente, que tiene 18 años y tiene toda la vida por delante".