on las cuatro de la mañana del viernes 19 de febrero. Los seis voluntarios a bordo del barco dormimos en el camarote de proa de la embarcación. Las voz aguda de Óscar, nuestro capitán, nos sobresalta por el altavoz del rancho de proa. Hay un aviso de una embarcación y Óscar nos lo comunica. Cogemos el chaleco de trabajo, la radio y el casco y nos presentamos en el punto de encuentro de popa. Nos comunican que hay aviso de una embarcación de alrededor de 110 personas. Están a unas cien millas de su punto de salida, Zuwarah, en Libia. Llevan alrededor de 40 horas desde la hora de salida. El Aita Mari navega a toda máquina para llegar al último punto desde donde se dio la señal.

Hay nervios en la tripulación, el momento esperado ha llegado. La noche es cerrada y hace frío.

Hora y media más tarde, los motores se paran, estamos en el punto. Xabi, con un gran foco, rastrea los alrededores del barco. ¡Están ahí! Se oye. Xabi gira el foco hacia el lugar señalado y ahí aparece un gran bote de madera, azul claro. Está repleto. Rober se pone al mando de la grúa y Samu, Edu y Javi preparan la Neska, lancha bautizada con ese nombre por la organización. Rápidamente cargan los chalecos salvavidas a bordo de la Neska y Javi salta al interior. Será el patrón de la embarcación en el rescate. Le acompaña Edu, nuestro vasco-senegalés, la persona con la que tienen el primer contacto. Ser africano y dominar el francés les aporta un punto de tranquilidad en un momento tan delicado. Les acompañará también Iñigo, presidente de la organización y primer oficial a bordo. La Neska comienza a realizar varios viajes de ida y vuelta. Maida es la primera en entrar al Aita Mari, le siguen sus padres y las siete mujeres. Finalmente, serán 102 personas. Todas están a bordo. Un último viaje sirve para dejar constancia de que las personas a bordo de ese bote han sido rescatadas por el Aita Mari. Edu y Samu saltan a la embarcación y marcan con espray amarillo el nombre del barco y la fecha. Ha terminado el tormento de estos valientes en el Mediterráneo, están a salvo.

Sin apenas tiempo para digerir lo ocurrido, un nuevo aviso entra en el Aita Mari. 46 personas navegan en un bote cerca de nuestra posición. Pronto tenemos contacto visual con ellos. El bote está compuesto por hombres mayoritariamente. Aquí empieza el drama. No podemos subirlos a bordo. El Aita Mari va al máximo de su capacidad. De sobrepasar ese número, las autoridades italianas paralizarán el barco. Edu habla con ellos y les explica en un perfecto francés la situación. Es un momento duro, pero solo queda repartir chalecos salvavidas, agua y víveres. Su posición indica que están cerca de la isla de Lampedusa. Por suerte, consiguieron llegar a la isla italiana. Hasta tres botes más visualizamos rumbo a Lampedusa.

Nuestros invitados descansan en popa. El día ha sido una montaña rusa de emociones. Agotados, marchamos a dormir. La voz de Óscar, en cambio, nos vuelve a poner en marcha. Son las 00.30 horas. Otra embarcación navega cerca de nuestra posición. Al salir del rancho de proa, vemos la embarcación junto al barco. La noche es cerrada y una ligera niebla obstaculiza la visión. Solo un foco sostenido por el capitán en el puente alumbra a los ocupantes del bote. Piden ayuda mientras mueven sus teléfonos móviles. Entre 50 y 60 personas viajaban en la barca. Tras dar aviso a los guardacostas italianos, estos nos invitan "amablemente" a abandonar la zona. Les comunicamos que viene un barco de camino a por ellos. Y allí los dejamos. Van desapareciendo entre la niebla mientras nosotros proseguimos nuestro camino hacia Sicilia. Al día siguiente, la noticia del naufragio de ese bote nos golpeó. Al llegar los guardacostas italianos, el bote volcó y siete personas fueron engullidas para siempre por el mar. El Mediterráneo no perdona. Goian bego.

Llevan años llamando crisis de refugiados a una crisis de valores de Europa. Habilitar vías seguras terminaría con tanta muerte y sufrimiento de estas personas en las diferentes rutas.

Ese mismo viernes, los guardacostas libios interceptaron varios botes cerca de las costas de Libia. Un total de 340 migrantes fueron devueltos a puerto ese día. La ventana de buen tiempo fue el motivo por el que cientos de personas se lanzaron ese día en busca de su sueño. Solo en las últimas semanas un total de 1.315 personas lo han intentado, según la Organización Internacional de las Migraciones (IOM). Devueltas todas ellas al infierno libio. Un país considerado por la ONU "no seguro". Así lo consideran también la mayoría de nuestros invitados, que relatan historias tremendas vividas en el país africano.

Es el caso de Hamsa, somalí de 19 años. Cuenta cómo a pocos kilómetros de entrar al país, fue secuestrado por individuos para robarle dinero. Tras ser torturado y no poder sacarle nada, lo dejaron tirado en la calle con un brazo roto. O el de Amran, una joven somalí que fue abordada en la calle por un hombre libio que la golpeó, dejándole un enorme hematoma en su brazo izquierdo.

Impactante el caso de Ismail, somalí de 27 años. Un policía libio le obligaba a trabajar forzosamente. Un día, totalmente embriagado y fuera de sí, acabó por cortarle parte de un dedo.

Todo esto en un país que vive una profunda crisis desde que fuera derrocado Muamar el Gadafi. Con tres gobiernos sobre el papel y cientos de milicias armadas. El caos es absoluto en el país y los maleantes actúan impunemente. Así lo sufrió Mohamed, joven egipcio de 22 años. Muestra su espalda llena de orificios provocados por el disparo de un hombre libio que le forzaba a trabajar. O el caso de Abdulwasa, somalí de 20 años. Amenazado de muerte a cambio de dinero, al que terminaron vertiendo agua hirviendo en unos de sus pies. Cientos de historias de torturas y malos tratos. Aún hay quien habla de Libia como un país seguro. Un informe de la Confederación Europea de ONG para el desarrollo (CONCORD), constata que la UE forma y equipa a guardacostas libios con fondos de cooperación al desarrollo.

El caso de Mohamed nos impresionó a los tripulantes, sobre todo a nuestro compañero Xabi. Somalí de quince años de edad. Con unos ojos grandes y una mirada profunda, de esas que se te clavan fijamente y hasta intimidan. Una sonrisa enorme y constante. Deambulaba por el barco sin sentido, sin abrir la boca ni dirigirse a nadie. Solo sonreía. "Is crazy", nos advierte uno de sus acompañantes. Pedimos a sus compañeros de viaje que cuiden de él. Nuestro médico Adrián nos cuenta que uno de sus colegas de bote le confesó que Mohamed en Somalia era una persona funcional, pero que tras su paso por Libia, dejó de hablar.

Los test de antígenos eran un suplicio para Mohamed. Se resistía a ello. Al fin cedía ante el hisopo y la ayuda de varios colegas. Después volvía a sonreír.

Aita Mari es el único barco de rescate con antígenos a bordo. Una medida de seguridad vital en tiempo de pandemia. Un primer cribado de las 115 personas del barco dio como resultado un único positivo. Fue aislado bajo una de las lanchas del barco. Mientras, esperábamos puerto para desembarcar. El domingo se realizó otro cribado masivo del total de la tripulación. El covid ganaba terreno en un barco en el cual por espacio es difícil mantener las distancias. Así se fue incrementando de manera exponencial hasta llegar a los 21 positivos a bordo el lunes 22, el día del desembarco.

El caso más peligroso se originó con Mahmoud, con posibles síntomas de tuberculosis y positivo por covid. Tener a 115 personas encerradas en un barco sin agilizar su desembarco, en medio de una pandemia y con un posible caso de tuberculosis a bordo, es una atentado contra la salud pública perpetrado por la UE.

En un periodo de pandemia mundial en el que el mundo entero está tomando medidas restrictivas con los ciudadanos, Europa deja en compás de espera a 120 personas en un pequeño barco.

Nuestros invitados ya están en tierra. Los menores no acompañados descansan en un centro especial de Noto, y el resto de los náufragos realizan la cuarentena en un barco amarrado en el muelle, el Rhapsody. Toda la zona está vallada alrededor de ese muelle, y una única entrada al lugar está vigilada por una garita. Los trece tripulantes a bordo del Aita Mari somos obligados a realizar una cuarentena de quince días en el puerto de Augusta. Fondeados. No entendemos la medida de tenernos aquí retenidos cuando nuestra idea es no pisar tierra italiana. Nos alegra oír la bocina del que ha sido nuestro vecino esto días, el Ocean Viking de la ONG francesa SOS Mediterranée. Vuelve a casa.

Desde que el Aita Mari estuviese atracado en Adra hasta el momento de estar fondeado en Augusta, nos han intentado amilanar. El barco y la tripulación han superado todos los obstáculos que han ido surgiendo. Solo por salvar una sola vida es motivo suficiente para llevar a cabo estas misiones. En lo que va de año, 221 personas han perdido la vida en el Mediterráneo. Y ayudar a quien ayuda en lugar de anularlo, debería ser esencial en un estado que saca pecho cuando se habla de los Derechos Humanos pero se comporta de forma despiadada con estas personas.

La mayor de las suertes a las 102 personas y todas y cada una de las personas que arriesgan su vida en diferentes rutas migratorias. Todo lo mejor para ellos.

Maida, Inda, Youssef, Anan, Dega, Amina, Amran, Aixa, Edgar, Ouisa, Hamed, Ali, Soleiman, Addelkrin, Ahmed, Bakar, Hamsa, Ahmed, Hamed, Mohamed, Abdelkrin, Eden, Hamed, Soleiman, Abderraman, Abdelfath, Assid, Shafiri, Ali, Abdelhamed, Abdelasis, Abdelhid, Mohamed, Mohamed, Mustafa, Magic, Abdelasis, Yule, Soleiman, Abdelman, Abdelhamed, Ali, Rhamadan Said, Abdela Hadmed, Omar, Hader, Esse Ashuraf Ibrahim, Ali, Sahed, Sahmad, Issan, Hamed, Zakarias, Mohamed, Hadmed, Ismail, Assed, Ali, Abdelraman, Ibrahim, Moustafa, Mohamed, Hussan, Mohamed, Abdelasis, Abdelhan, Tassid, Said, Zakarias, Adbelhag, Youssef, Sefar, Adfatah, Assis, Yahid, Abdelwasa, Abdelkader, Abdelagh, Abderraman, Hamsi, Islam, Mahmoud, Abdelkader, Abdelrraman, Aimankamen, Ivan, Solieran, Mohamed, Sirali, Ahmed, Fathi, Yahid, Abdelahmed, Ali, Abdi, Ali, Safiri y Abdelkarim.