eibar - Es un área sellada, de acceso restringido, y en ella conviven en estos momentos 25 personas, todas ellas infectadas con el coronavirus. Son en su mayoría ancianos y ancianas que vienen de residencias de personas mayores de Gipuzkoa y están atendidos por un equipo de 50 astronautas: dos médicos, cinco profesionales de enfermería, 40 auxiliares, una trabajadora social y las limpiadoras que, cada vez que se introducen en la zona cero para atenderles, se visten con aparatosos equipos de protección individual (EPI). Solo a los familiares, cuando algún paciente está al borde de la muerte, se les permite el acceso, debidamente protegidos, para darles el último adiós.

“Hay cabida para 48 personas y ahora estamos al 50%, pero es una unidad muy dinámica”, explica Luken Eizagirre, médico de la planta covid que tiene la Diputación de Gipuzkoa en el hospital de Eibar.

“La gente que viene, principalmente de las residencias, es gente de mucha edad. Hemos tenido incluso una señora de 103 años. Y salió bien. Pasó un par de días malos, pero se recuperó y no la hemos visto en esquelas posteriormente”. Luken no bromea al hablar de las esquelas. “Solemos hacer seguimiento luego”, reconoce Eva Cobos, enfermera de esta unidad en la que la media de estancia se sitúa en 15,49 días. “Lo que tardan en negativizar el virus, aunque el periodo mínimo de cuarentena es de 14 días y hay también quien ha necesitado mes y medio”.

Llegan descolocados. “Alguno verbaliza miedo, pero creo que lo que tienen es incertidumbre, porque muchas veces no suelen tener claro a dónde vienen, para cuánto tiempo y por qué. Hemos tenido casos que se ponen tristes, porque se creen que le han traído aquí para siempre sin decirles nada”, aseguran.

NOTICIAS DE GIPUZKOA ha visitado la tercera planta del hospital de Eibar, un espacio cedido a la Diputación de Gipuzkoa antes de la crisis del coronavirus. Iba a ser una residencia de mayores y lo será en el futuro, pero a comienzos de junio, el Ejecutivo foral lo activó como recurso para gestionar la pandemia en su red de 65 residencias para personas mayores. En sus primeros meses, sirvió para que los que iban a ingresar en las residencias hicieran la cuarentena y con la segunda ola, tras el verano, comenzó a acoger ya a enfermos.

Un médico y una enfermera de Aita Menni, la organización encargada de gestionar el centro, nos cuentan su día a día allí y nos muestran las instalaciones. Hora y media después, salimos con los esquemas rotos y una extraña sensación de satisfacción. Allí los residentes juegan a cartas, leen revistas, pasean, descansan y solo quienes “están malitos” permanecen en la cama.

Aislados y tratando de esquivar a la muerte, pero conviviendo entre sí. Más de un 90% de las 402 personas infectadas que han entrado en este módulo han conseguido salir. El restante 9,45% ha fallecido. 38 vidas segadas.

“Esto al final tiene nombre de hospital de Eibar, pero la tercera planta no deja de ser una especie de residencia; el plus es que tenemos un acuerdo con el servicio radiológico y que las analíticas las hacemos aquí. Y en cuanto tienes alguna sospecha, les haces la placa, y tienes otro elemento de juicio”, explica Luken Eizagirre, uno de los dos médicos de esta división y que confía en que la vacuna provoque un claro descenso de ingresos. “Estructuralmente, la unidad está muy bien dotada, todas las habitaciones tienen toma de oxígeno, grúas de techo, y tiene un componente hospitalario”, apoya Eva Cobos, enfermera.

Sin garantía, que nunca la concede el covid, pero entrar aquí ya es un logro, “porque a otros no les da tiempo y fallecen en la propia residencia de mayores o son derivados directamente” a una UCI. Eibar es un paso hacia la vida para estas personas ancianas, octogenarias la mayoría.

“Esta es una enfermedad que es muy jorobada, casca mucho, da complicaciones y mata; por eso, siendo una residencia, estas instalaciones tienen esa carga sanitaria”, asegura el doctor.

Le preguntamos: ¿Mata mucho este virus? “Para que te hagas una idea, yo creo que la mortalidad en gente de las residencias de mayores está por encima del 18%. De los contagiados, uno de cada cinco va a al agujero; y en la primera ola, casi llegaba al 28%.

¿Y es tan rápido? “Muchas veces sí. Hay veces que entra el paciente, y por cómo tiene la auscultación, ya ves que se va a complicar. Igual te viene sin fiebre y saturando bien, pero ya dices: este me da un miedo terrible. Y hay otros que no tienen nada y de un día para otro, se ponen malitos y se mueren. Aquí hemos tenido a una señora que al mediodía estaba muy bien, una señora que era muy goxua, y en unas horas se murió. Seguramente le daría un tromboembolismo pulmonar. No me dio tiempo a nada, justo a llamar a la familia”, lamenta.

“Nosotros aquí hemos tenido una mortalidad del 9%”, reconoce el doctor. “Ahí tienes que contar que viene gente con pocos síntomas: yo hice una estadística, y el 20% se puede decir que es asintomático o casi; y un 80% requiere de cuidados médicos por trastornos del covid”.

Eso sí, cuando las cosas se tuercen, la vida se juega en una moneda al aire. Ni los cuidados intensivos en la UCI hacen milagros: “De los que hemos mandado de aquí al hospital (46), el 54,34% (25) ha muerto. Y en los que no derivamos al hospital, la mortalidad es del 3,24%”, es decir, son trece las personas fallecidas en Eibar.

Pero trabajan a gusto. Eva Cobos dice que al “empezar a trabajar aquí, a mí me pareció el paraíso”. Nos sorprende su afirmación. “Pues es una gozada”, apuntala el doctor. “Ten en cuenta que nosotros trabajamos en hospitales psiquiátricos, que con la patología que tiene el paciente, no guarda ningún tipo de aislamiento, ni mascarilla, ni se lavan ni nada; y luego, la estructura del edificio no te permite un aislamiento efectivo; allí sí que estábamos de miedo. Luego llegas aquí y, todos tienen covid, sí, pero es otra forma de trabajar”, dice.

Eva lo corrobora: “En cuanto a medios e infraestructura, es mucho mejor que el tsunami que vivimos en marzo y abril en nuestros hospitales de origen. Lo que ha sido duro ha sido la carga. Brutal. Ha habido días que he trabajado doce horas ininterrumpidas, pero con la seguridad de que estábamos haciendo las cosas razonablemente bien, no con temor”.

Lo peor lo vivieron en octubre. Llegaron a superar la capacidad para 48 pacientes habilitando seis camas nuevas en zonas destinadas a otros usos: 54 pacientes. “Hubo tardes de quince ingresos, e igual te venían a partir de las siete de la tarde, personas que no conoces de nada, que están polimedicadas, con un montón de enfermedades y además se desorientan y tienes que centrarles y explicarles las cosas. Enfermería ha hecho un trabajo impresionante. Cualquier día, igual el fin de semana, te llamaban y te decían, oye, te van siete”.

“Llevamos unos meses -añade Eva-, en los que la implicación ha sido la mayor implicación laboral que he tenido en mi vida. Y además, he aprendido una barbaridad. Sobre todo a manejarme en el aislamiento; hemos ido cambiando muchas cosas a lo largo de todo ese recorrido, y también he aprendido mucha más humanidad de la que ya tenía”, nos dice Eva en la zona limpia, “donde podemos estar sin la EPI completa, solo con mascarilla”.

No siempre existió esa separación. Se hizo al conocer que los aerosoles, esas partículas diminutas que flotan en el aire, eran vector de contagio. Entonces se inventaron pasillos nuevos, revestimientos de madera, se acristalaron zonas y la zona donde residen los pacientes infectados quedó sellada. “Hemos aprendido mucho y Aita Menni ha estado durante la pandemia formando en circuitos, colocación de EPI y medidas de seguridad en las 65 residencias de Gipuzkoa”, concluye Eva.