¿Qué le motivó a escribir este libro?

–Casi siempre me ha ocurrido lo mismo: de la ingente cantidad de noticias de diferentes archivos recogidas durante más de medio siglo, le sigo la pista a una en concreto porque me llama la atención. En ese momento empiezo a darle cuerpo al tema y lo mismo sale algo relacionado con los corsarios que con las pesquerías, el hierro, los mercaderes, o las mujeres. Siempre es algo sobre lo que estimo que no ha merecido la atención de los historiadores. Un amigo me suele decir que de dónde saco temas tan diversos, a veces raros o poco usuales. En cuanto al clima, me pareció un tema muy actual, y repasé los datos recopilados sobre el mismo. Los fui completando con nuevas investigaciones, en particular del siglo XVI, en el que se han basado muchos de mis libros.

¿De qué habla en sus páginas?

–Las catástrofes meteorológicas han sido una constante en nuestra historia: exceso de lluvias, sequías prolongadas, tormentas que afectaban a nuestros marineros, hielos que no les permitían salir de los puertos de Terranova para volver a casa, nieves que aislaban poblaciones. No solo los documentos hablan de estos asuntos, sino que los viajeros que pasaban por nuestra tierra dejaron sus recuerdos, sus sorpresas. La historia del clima aparece como un libro abierto, que hoy miramos de una manera más “científica”, pero que nuestros abuelos la interpretaban recurriendo a la religión, los mitos...

¿Siempre hemos mirado al cielo?. 

–Esta expresión, hoy día, parece una invitación para tomar o no el paraguas por si llueve, pero nuestros ancestros lo interpretaban como algo que provenía de poderes que no controlaban y que podía estropear las cosechas, los bosques, que eran elementos básicos de supervivencia. Y hay que citar también dos temas complementarios: la observación del tiempo y la intención de buscar algún método que les permitiera mitigar su rigor, o apartar las borrascas o la piedra que amenazaba las mieses.

En el libro habla de una “dana” a finales del siglo XVI, en el día de San Mateo. ¿Cómo se interpretaban este tipo de fenómenos en aquella época, y qué respuestas ofrecía la sociedad de entonces?

Dana me pareció un concepto apropiado, al haberlo acuñado tras lo ocurrido en el Levante peninsular hace solo unos meses y que podía aludir a antecedentes de tiempos pasados donde se dieron fenómenos parecidos. La noche de San Mateo del 22-23 de septiembre de 1593 constituyó una catástrofe que arrasó nuestra tierra. Su impacto fue tan tremendo que un cuarto de siglo más tarde todavía la documentación recordaba con pavor.

"Hace todavía menos de un siglo el cura que decía la primera misa en la parroquia de Oñati debía asomarse a una de las ventanas de la sacristía y conjurar contra el mal tiempo"

Oñati, Bergara... El valle del Deba se vio afectado. ¿Qué sucedió?

Oñati y Bergara, pero también Soraluze y el resto de las poblaciones del valle del Deba sufrieron la catástrofe. Alguien se preguntará cómo en una noche se puede producir semejante inundación. Recordemos que hace pocas semanas Tolosaldea sufrió un aguacero que duró dos horas, pero provocó que las casas quedaran anegadas. Los ríos crecieron de modo exagerado y produjeron daños. Lo de San Mateo lo comentaron historiadores de la época, y los documentos municipales, en sus Libros de Actas, recogen el desastre que esta tormenta generó en la zona: el agua se llevó molinos, ferrerías, fábricas de armas en Soraluze, animales..., y muchas personas murieron bajo el empuje del agua. En Oñati, en particular, una nota llama la atención: el camino de Arrikrutz, ruta por donde llegaba el trigo y los mantenimientos de Araba, quedó destrozado. El concejo tomó urgentes medidas para recuperar este camino montañero y así volviese el tránsito comercial con las zonas trigueras y de viñedos. La relación de puentes y fábricas que se llevó el río muestra el desastre que afectó a la población y que costó recuperar. La lista de puentes, que eran habitualmente de madera, arrastrados por los ríos alcanza un elevado número. Ese fue el motivo para comenzar a fabricar pasarelas de piedra, más resistentes a las avenidas de agua.

Azpiazu profundiza en sus libros sobre "algo que estimo que no ha merecido la atención de los historiadores". A.Dominguez.

"La ira divina que castigaba a los hombres"

¿Qué rol jugaba la religión y el clero en ese intento de mediación del cielo?

–La religión en aquella época era omnipresente. Todo se explicaba como efecto de los pecados, de los escándalos, lo que provocaba la ira divina que castigaba a los hombres. Era en estas circunstancias cuando la religión, el clero, toman una enorme importancia. Era necesario aplacar la ira divina que castigaba utilizando fenómenos naturales, y para ello se recurría a procesiones, conjuros y rogativas. También de estas medidas tomaron nota los escribanos del concejo, que adoptó medidas para que el pueblo participara en estas ceremonias. Se habla de procesiones a Arantzazu en las que tomaba parte el pueblo. Hace todavía menos de un siglo, el cura que decía la primera misa en la parroquia de Oñati debía asomarse a una de las ventanas de la sacristía y conjurar con la intención de que la meteorología no fuera adversa, y, de ese modo, asegurarse las cosechas, que eran necesarias para la supervivencia.

"Había curas que, en sus rezos para evitar el pedrisco, rogaban que el peligro pasara por alto por su pueblo y cayera en otra población por la que no sentían simpatía"

Brujas, espíritus, conjuros, hechizos, mitos sobre el control del clima. ¿Qué le ha llamado más la atención?

–Ante este panorama, las supersticiones, la magia, los mitos, las brujas, adquieren una enorme presencia en la mentalidad popular. Había personas que se creían dotadas de ciertos poderes sobre la naturaleza y las personas. Había curas que, en sus rezos para evitar el pedrisco, rogaban que el peligro pasara por alto por su pueblo y cayera en otra población por la que no sentían simpatía. Los curas estaban obligados, cuando aparecía el “nublo”, a salir al pórtico de la iglesia con la imagen de algún santo. Se dio la circunstancia de que, a falta del sacerdote, o porque este estimaba que el tiempo no era tan amenazante, el propio sacristán se vestía de cura y rezaba ante la iglesia mezclando rezos de latín con frases en euskera. Todavía en el siglo XX, en la zona de Irun y Oiartzun se recogieron noticias de mujeres con nombre de “sanadoras” que supuestamente tenían poderes para curar ganglios y otras enfermedades, para lo que aconsejaban ciertos ritos y rezos. 

Mirar al cielo para realizar pronósticos

¿Cree que la ciencia, en cierta forma, ha heredado el deseo humano de controlar el clima, aunque con un nuevo lenguaje?

–Hoy día la gente puede reírse de esta mentalidad y prácticas, pero aún somos muy dados a las supersticiones, y debemos tener en cuenta que el control de la naturaleza y de la vida no está en nuestras manos, a pesar de los intentos de la ciencia y las predicciones de los meteorólogos. Hoy todavía hay gente que, mirando al cielo, realiza pronósticos que pueden resultar ciertos, pero cuyo control no depende de ellos. Veremos lo que nos depara la Inteligencia Artificial que, podrá ayudarnos, aunque dependerá de en qué manos caigan estos modernos métodos.

“Nos corresponde en buena parte configurar el futuro e influir para que los adelantos no se conviertan en nuestros enemigos”

¿Qué espera que el lector reflexione al terminar el libro?

–La intención de este libro es invitar a la gente a la reflexión, a considerar que, como sabemos, el cambio climático lo estamos provocando nosotros, y que sus efectos serán imprevisibles. Antes se recurría, con desiguales efectos, a los ritos religiosos, a la magia, a gente aprovechada que se dedicaba a engañar a sus vecinos con sus presuntos poderes. El azar acompaña a nuestras vidas, pero está en buena parte en nuestras manos configurar el futuro e influir para que los adelantos no se conviertan en nuestros enemigos.

Para terminar, cuéntenos una anécdota.

–Un casero le solicita a un cura que vaya a su caserío porque hay ratas para que desaparezcan. Al cura le acompaña un monaguillo parlanchín, a quien le dice que no abra la boca hasta la vuelta. Da sus bendiciones, toman el hamarretako, y a la vuelta el chico le pregunta por qué le ordenó estar callado. El cura le dice que si no se había dado cuenta de las ratas que pululaban por la sacristía de la parroquia, y que de saberlo, el casero no lo hubiera llamado y se hubieran perdido el hamarretako.