ue ha sido un año duro no cabe duda. 2020 ha sido un terremoto que ha sacudido el mundo tal y como lo conocíamos, pero también nos ha permitido reorganizar prioridades. NOTICIAS DE GIPUZKOA ha querido recordar, en este día especial, todas aquellas cuestiones fundamentales que han marcado nuestro año y para ello, ha juntado a cuatro trabajadores de los considerados esenciales, aquellos que durante las semanas más duras del confinamiento por el coronavirus, cuando la mayoría permanecíamos en nuestras casas a la espera de que una enfermedad desconocida dejase de aterrorizarnos, salieron a la calle para tratar de hacer nuestro encierro más sencillo.

Ellos son Martin Urreta, carnicero; Amaia Martínez de Ilarduya, profesora; Isabel Perales, sanitaria; y Roberto Grañas, transportista. Ellos conforman ese grupo de trabajadores que pese al miedo al contagio y las dificultades generadas por una situación hasta entonces desconocida, siguieron en sus puestos.

No son los únicos, la lista es larga y recoge desde conductores de transporte público hasta personal de limpieza, pasando por trabajadoras de las residencias, policías o servicios funerarios, entre otros muchos.

Todos ellos desean que en 2021 nuestra vida comience a parecerse a aquello que dejamos atrás el pasado marzo.

"Ahora parece que el trabajo del sanitario se valora más"

Isabel Perales lleva 22 años en Osakidetza, de los cuales los últimos cinco ha sido técnica de rayos del ambulatorio de Gros. En este tiempo había visto de todo, excepto una pandemia mundial, que a mediados de marzo consiguió desbaratar el mundo tal y como lo conocíamos. "No sabíamos como gestionarlo. Fuimos sobre la marcha, con protocolos, sí, pero improvisando y corrigiendo los errores que íbamos cometiendo. No estábamos preparadas", reconoce.

Entonces llegó el confinamiento, la saturación del sistema sanitario y el miedo al contagio. "Cuando nos encerraron en casa, la gente venía a hacerse las placas y parecía que estaban delinquiendo. Tú misma, cuando salías del trabajo, te sentías como un delincuente en esas calles tan vacías. Era una sensación muy rara de gestionar". Sin embargo, en los momentos más duros, también había cosas buenas a las que aferrarse. "La gente venía y te agradecía mucho. Te decían: Muchas gracias, siento mucho que te tenga que exponer", recuerda y añade: "Ahora parece que el trabajo sanitario se valora más, la gente te viene muy agradecida. Yo siempre les digo que es mi trabajo, que trato como me gustaría que me trataran a mí, pero ahora nos valoran más. Porque muchas veces eres la diana de todos sus males, y ahora la gente está más agradecida".

En ese sentido, Perales se muestra optimista y cree que la pandemia ha permitido que las personas revisen sus prioridades. "Creo que esta pandemia nos ha venido bien a todos para frenar el ritmo de vida que llevábamos y pensar en cosas en las que no nos dábamos cuenta en el día a día, aquello que verdaderamente importa. Creo que a mucha gente sí le ha cambiado el chip y tiene otro pensar. Ha sido darte una torta, frenarte y ponerte a pensar ¿qué estás haciendo? Ahora tienes mucho cuidado con muchos comportamientos y das prioridad a otras cosas más normales y más esenciales que el salir, ir a los bares Creo que la mayoría hemos cambiado de mentalidad y hemos ganado en parte humana", reflexiona.

Sin embargo, la distancia social, tantos meses después, es muy difícil de gestionar, por ello confía en que junto con la vacuna, 2021 nos traiga de vuelta calor humano. "Espero que esto cambie un poco, aunque no volvamos a ser los mismos. Que volvamos a tener abrazos, besos Porque hemos perdido ese contacto con la gente que antes lo tenías como normal y que ahora de repente te falta. Recuperar eso nos vendría bien", dice. Pero pide cautela, porque todavía quedan meses complicados por vivir: "Creo que después de las navidades la gente está muy relajada y tiene muchas ganas de contacto, con lo que creo que va a haber una tercera ola. Hasta que no empiecen con las vacunas en serio no nos vamos a poder relajar".

"La gente se ha dado cuenta de que la tienda de barrio es importante"

Para Martín Urreta, el confinamiento supuso aprender a trabajar de otra manera. De la noche a la mañana, su carnicería de Astigarraga era la tabla de salvación para aquellos clientes que se habían dado de bruces con las estanterías vacías de los grandes supermercados. "Había mucho nerviosismo a la hora de comprar. Era hacerse con lo máximo posible, que no faltaran alimentos. Nosotros intentábamos tranquilizarlos, diciéndoles que no iba a faltar producto, pero aún así había ansiedad, el no saber qué iba a pasar Parecía que iba a venir una guerra. Era un túnel muy oscuro en el que no veías nada", cuenta, y recuerda un capítulo muy concreto de aquellas primeras semanas: "Me acuerdo del primer fin de semana. Había un cliente hablando por teléfono, supongo que con su mujer, diciéndole que había pollo. Parecía que en los súpers se había acabado todo y toda la familia se habían repartido a ver si pillaban algo".

Lidiar con esa ansiedad y con la incertidumbre de lo que pasaría al día siguiente tampoco fue fácil. "No habíamos vivido nada parecido a esto. Íbamos día a día porque la organización no estaba preparada para esto. Todos los días había algo nuevo, todos los días había que preparar el siguiente, pero era un agobio de trabajo. Estuvimos hasta arriba", reconoce.

A toda esa tensión organizativa para que la logística no fallara y el mostrador volviera a estar completo cada mañana se sumaba la propia incertidumbre sanitaria, el miedo al contagio. "Había incertidumbre, miedo, no se sabía muy bien cómo se producían los contagios, no sabíamos si estábamos expuestos o no. Anduvimos sin mascarillas al principio Al final, te basabas en lo que ibas oyendo por la tele". Por suerte, el ambiente se ha "tranquilizado" mucho. "Sabemos cómo fue aquello y quiero pensar que algo hemos aprendido. La forma de comprar ha cambiado. La gente compra lo que hace falta, no acumula tanto".

Y entre tanto, las tiendas de barrio han reivindicado su papel. "La gente se ha dado cuenta de que todavía somos importantes. Algunos clientes de los que antes no conocíamos se han quedado, aunque no todos. Pero conocer ya nos han conocido", celebra Urreta.

Este experimentado carnicero cree que 2021 se parecerá mucho al año que hoy despedimos, aunque "sabemos algo más de lo que ha pasado y eso da un poco más de tranquilidad". "Hay que seguir con cabeza y siendo responsables", concluye.

"Ojalá olvidemos las burbujas escolares y podamos juntarnos"

Amaia Martínez de Ilarduya lleva seis años ejerciendo de profesora y nunca antes se había topado con una situación como la generada por la pandemia. "Nos tuvimos que adaptar en un tiempo récord", recuerda. Sin embargo, para ella fue más duro no tener casi contacto con sus alumnos: "La comunicación fue muy difícil y eso te daba mucha impotencia. Para mí, no tener ese feedback era como que me faltara más de la mitad de mi trabajo", asegura.

Sin embargo, el confinamiento pasó, el curso logró cerrarse cumpliendo más o menos con los objetivos previstos y ahora, pese a todas las reticencias iniciales, el de la educación se ha descubierto como uno de los ámbitos laborales más seguros en materia de contagios. "Las primeras semanas del curso fueron duras, aunque te acostumbras a todo y se te va olvidando. Además, tengo que decir que todos pensábamos que en dos semanas íbamos a estar en casa de vuelta, pero visto lo visto, funcionar o no funcionar tomamos muchas medidas: temperatura diaria, manos cada dos por tres, intentamos mantener esas rutinas".

Pero no solo las medidas higiénicas y de seguridad han irrumpido en los colegios: también ha sido necesario adaptar las formas de dar clase e incluso la manera de relacionarse. "Tuvimos un par de semanas sin alumnos para reorganizar un poco todo, porque no eran solo protocolos escolares sino currículos, porque el confinamiento había impedido dar algunas materias, o las habías dado de otra manera. Había que ponerse al día con eso, adaptar, ir más despacio en algunas cosas ", recuerda.

Y en medio de esta vorágine, la digitalización ha aterrizado de lleno en las aulas. "Nos ha obligado a reinventarnos y los alumnos han podido entender y usar herramientas tan básicas como un gmail, porque nos hemos dado cuenta de que eso de que son tecnológicos para ciertas cosas. A nivel de descargas, de juegos e incluso de programaciones saben funcionar, pero luego no saben mandar un simple mail o adjuntar un archivo. Nos hemos dado cuenta de que hay muchas carencias", subraya.

Con la vista puesta en las dificultades que supone no tener ordenadores individuales y las dificultades para trabajar en grupo, esta profesora de Karmengo Ama de Trintxerpe confía en que 2021 "mejore". "Ojalá podamos volver a formar grupos, olvidemos las burbujas escolares y podemos juntarnos, pero será complicado todavía", piensa.

"Llegaba a casa y me metía en la ducha sin tocar a mis hijos"

Roberto Graña es director de operaciones de una empresa que se dedica al transporte y, aunque reconoce que la pandemia ha golpeado de forma distinta al sector quienes dependen de grandes marcas como Amazon, Aliexpress o Zara han trabajado "como si todos los meses fueran Navidad", mientras quienes dependen de las fábricas se han visto "muy resentidos" por el cierre de la actividad, señala que se ha tratado de un año "complicado".

Recuerda los meses de marzo y abril con carreteras desiertas en los que apenas se cruzaba con otros conductores. "Hemos hecho viajes a Zaragoza, a Santander, a Burgos, en los que ibas solo en la carretera", cuenta, pero "había inconvenientes: tenías muchas gasolineras cerradas, no podías comer en ningún sitio y eso ha sido muy duro". Por el contrario, quienes se dedican al transporte de paquetería en núcleos urbanos han vivido una situación "maravillosa", en la que además de no tener tráfico "podías aparcar en cualquier sitio".

Sin embargo, el sector del transporte también vivió con tensión su exposición al contagio. "Las entregas se hacían con muchísimo cuidado porque no se sabía si te contagiabas con el contacto, por el aire Al final, se decidió que se dejaban en el portal", cuenta. "Nosotros, por ejemplo, instalamos lavadoras y frigoríficos y pensabas: ¿Cómo leches le voy a instalar una lavadora a una señora mayor? Ya no por mí, sino por ella", añade. Además, eran tiempos en los que comprar una mascarilla era tarea casi imposible: "Me acuerdo que compré unas mascarillas FPP2 que me costaron diez 60 euros. Era un artículo de lujo porque no había en ningún sitio".

Además, la tensión no se acababa al dejar la furgoneta: "Yo llegaba a casa y me metía en la ducha directamente, sin tocar a mis hijos. Luego con el tiempo como todo, te vas relajando".

Ahora, con el paso de los meses y pese a las restricciones todavía presentes, la normalidad, aunque sea relativa, va asentándose en el día a día, aunque Graña llama a no bajar la guardia. "Creo que la situación se va a alargar y que muchas cosas que se han implantado se van a mantener, como el uso de las mascarillas, sobre todo en los sitios públicos. Hay que tener un poco de paciencia", advierte, al tiempo que añade: "Todos tenemos un objetivo común y hay que respetar un poco a nuestros mayores, que son los más vulnerables, por eso hay que ser responsables".