íctor, de 36 años, falleció ayer por la mañana en el parque Zubimusu del barrio donostiarra de El Antiguo. Al mallorquín, siempre junto a sus tres perros, últimamente le dolía el pecho. Murió como vivía, "invisible", bajo el puente ubicado tras la playa de Ondarreta, a un nivel inferior al de la calle. Un recoleto paraje en el que duerme media docena de personas sin hogar, entre ellas, un ucraniano, un polaco, un belga, un donostiarra y una navarra.

La Guardia Municipal se personó en el lugar a las 9.05 horas. El hombre para entonces estaba inconsciente, según confirmaron a este periódico fuentes del Departamento vasco de Seguridad. Agentes desplazados solicitaron de inmediato la presencia del personal sanitario. Víctor ya había perdido las constantes vitales.

"Una muerte de tantas, de las que nadie se entera", decían ayer unos conocidos que el martes pudieron verle, como acostumbraba, pidiendo limosna en los soportales de Antiguo Berri, en la Avenida de Tolosa.

Perdió la vida en Zubimusu, pero no era su lugar habitual. Solía dormir con otros dos compañeros en un local ocupado del Paseo de Heriz. Iñaki Arbiza, responsable de la fundación Adra, un grupo de voluntarios que todos los domingos reparte desayunos a personas sin hogar, recibió ayer por la mañana la noticia del grupo de personas que se encontraban con Víctor. "No tenía adicciones como suele ser habitual entre el colectivo. Durante la noche se había estado quejando de molestias en el pecho. Al parecer, ha podido ser un infarto", aventuró Arbiza.

Visiblemente molesto, el voluntario quiso hacer público lo ocurrido "porque la muerte de las personas que viven en la calle no trasciende, y nadie se entera".

Hay que remontarse a comienzos de año para encontrar un episodio similar. Fue el 3 de enero cuando se supo que un varón de 60 años, que habitualmente pernoctaba en la vía pública, había sido hallado muerto aquella mañana en la calle Secundino Esnaola del barrio donostiarra de Gros, en la esquina con Padre Larroca. Se trataba de una persona que dormía en el exterior de la sucursal bancaria ubicada en esa esquina. Su cuerpo sin vida, aquella mañana fría de cinco grados, apareció a las puertas del cajero.

Mediáticamente son casos esporádicos, pero la realidad indica que sus muertes son más habituales de lo que parece. "Ayer fue Víctor pero cada cierto tiempo son otros tantos. Son personas invisibles. Hay amigos que me dicen que no hay gente en la calle. ¿Cómo que no hay gente? Lo que ocurre es que nadie se fija en ellos. Aunque sean personas que prefieran no acudir a un albergue ni hacer uso de los recursos sociales, no por ello tienen que estar abandonados a su suerte", denunciaba Arbiza, que el domingo pasado encontró a una veintena de personas en situación de calle.

Un voluntario que prefiere mantenerse en el anonimato estuvo con Víctor el martes. Explica que una de las razones por las que el malogrado transeúnte no acudía a ningún centro se debe a sus tres inseparable perros. "¿Qué podía hacer con ellos? Es un problema que se les presenta frecuentemente". Este hombre jubilado decidió entregar su tiempo hace una década, cuando descubrió el número de personas que viven al margen de los recursos sociales. Siempre con tabaco a mano, convencido de que "hace milagros a la hora de romper el hielo y entablar conversación", los martes y jueves este hombre acostumbra a echarse a la calle. "Están deseando el más mínimo gesto, que te intereses por ellos. Con Víctor solía hablar de sus perros. A él le encantaban. Le daba un cigarro, tomábamos un café, y charlábamos un rato. La verdad es que era un hombre muy tranquilo", reconocía ayer el voluntario.

"La gente se piensa que el problema es económico, pero si fuera así, les metes 50 euros en el bolsillo y ya está. El problema es que estas personas no tienen a nadie, ni en vida ni en muerte, por eso van dando tumbos". Este voluntario se muestra crítico con la creciente querencia social por los animales, que contrasta con el habitual rechazo a los sectores más desfavorecidos de la sociedad. "He llegado a ver a una señora pararse frente a una persona pidiendo en la calle junto su perro. La mujer dando dinero para indicar acto seguido que es para que coma el animal. Son situaciones que llaman la atención. En otra ocasión, asistí a una curiosa experiencia: una persona sin hogar escribió en un cartel que necesitaba dinero para champú y comida para el perro. Otro pedía directamente para él. Pues bien, a las tres horas, el que pedía para el animal había conseguido 27 euros y tan solo siete quien pedía para alimentarse".

"Hay quien dice que no hay gente en la calle. ¿Cómo que no? Lo que ocurre es que nadie se fija en ellos"

Responsable de la fundación Adra