odo es distancia desde que se decretó el estado de alarma, incluso al exhalar el último aliento. No hay nada más frío que perder a un ser querido en tiempos de pandemia. Las medidas de aislamiento impuestas para frenar la expansión del coronavirus “deshumanizan” la propia despedida, incluso aunque haya dado negativo en las pruebas. Así lo siente una donostiarra que relata a este periódico su vivencia, tras el fallecimiento reciente de su aita.

Las funerarias y los tanatorios han restringido la asistencia de personas. Los velatorios están prohibidos, y el profundo dolor se hace aún más complicado porque no hay abrazos, ni caricias, y la despedida hay que hacerla en soledad: “Al menos, nos queda el consuelo de haberlo podido ver a través de una videollamada el día anterior. Se le veía contento, aunque no acababa de entender todo esto”.

Como ocurre en tantas otras residencias, hay usuarios que no asimilan que las visitas se hayan restringido, que no puedan ver a sus seres queridos. La charla virtual fue amena. “¿Qué, ya cuidas de estas?”, le decía el hombre a su hija, con sus nietas tras ella, al otro lado de la pantalla.

Se despidieron de él, sin saber que era en el sentido literal de la expresión. Al día siguiente, la familia recibió una llamada urgente. “Le ha dado un paro cardíaco. Eso me dijeron, que le había fallado el corazón. Las auxiliares hicieron bien su trabajo porque en un principio consiguieron reanimarle”. Pero le sobrevino un segundo infarto del que no pudo recuperarse este hombre, que ocupaba plaza residencial desde hacía dos años en el centro DomusVi Berra de Altza.

A partir de ahí, dos hijos que llegan al hospital, una doctora que certifica el fallecimiento, y les deja ver el cuerpo siempre y cuando se protejan con un Equipo de Protección Individual (EPI). El hombre no había tenido síntomas de fiebre ni nada parecido. Pese a todo, el protocolo se impone y la doctora les dice que hasta media tarde no tendrá en sus manos los resultados de las pruebas del COVID-19: “Es algo que tenemos que hacer sí o sí”. Una enfermera ofrece explicaciones mientras ayuda a la hija a cambiarse. Su padre yace a unos metros pero ella debe vestirse con el traje, los guantes, el gorro, la mascarilla y esas gafas tan aparatosas, a medio camino entre las de un buceador y un soldador.

Entra en la sala BOX A de urgencias. Ahí está su padre, en el interior de una bolsa estanca de la que solo asoma su cara. La hija le acaricia y, con la mascarilla, le da un beso en la frente. Tras un minuto, la enfermera que le ha echado una mano para ponerse el traje le ayuda a desprenderse de él.

Desde el hospital llaman a la funeraria. A partir de ese momento todo está supeditado al resultado del test. El protocolo a seguir en un sentido u otro es bien distinto. “Si da positivo por COVID-19, olvidaros de verlo más”, les advierten. “En ese momento solo pedía que no fuera un caso confirmado, no tanto por mí o mis familiares sino por el hecho de que pudiera haber infectado a otros usuarios de la residencia”, cuenta la hija.

El cadáver, entretanto, es trasladado al tanatorio del hospital donde en esos momentos no hay nadie, salvo dos mujeres de la limpieza que no saben si los familiares pueden acceder a la sala 5, a donde han trasladado el cuerpo. “Una persona depositó sobre el féretro un papel en el que podía leerse: precauciones especiales”, relata la hija, que estaba en compañía de su hermano. Las dos mujeres de la limpiezas y ellos. No hay nadie más. Deciden marcharse a la espera de los resultados.

Ley de Protección de Datos

Documento que no llega

La doctora les llama a las 17.00 horas: negativo. “A partir de ahí comienza otra odisea”, dice la hija. La funeraria necesita el certificado de que no hay riesgo alguno de contagio. Los empleados dicen que se encargan de todos los trámites, entran al hospital y piden el documento. Son días en los que no acaban de estar claras las directrices, y hay cierta descoordinación en momentos especialmente sensibles. Así lo dice ella. “Los de la funeraria llaman diciendo que no podían recoger el documento porque en el hospital son ahora muy celosos al respecto por la Ley de Protección de Datos”. Y los hijos que se ven obligados a subir de nuevo al hospital. Piden el dichoso documento y se encuentran con la sorpresa de que ese certificado “lo tiene que aportar el médico de cabecera”. Van a administración y tampoco saben nada. “Ahí es cuando empiezo a perder los nervios, con una mezcla de impotencia y enfado”. La hija repara en que horas antes había recibido una llamada de la doctora, que se había puesto en contacto con ella confirmando el resultado negativo. “Menos mal que lo hizo desde su teléfono personal y que todavía estaba de guardia”. Se pone en contacto con ella. La doctora le hace entrega del documento y le pide disculpas por “esta extraña situación que nos está afectando a todos”.

Los hijos se dirigen entonces a la funeraria de la calle Duque de Mandas de Egia. El empleado, cubierto con una mascarilla, pide disculpas por la frialdad del recibimiento impuesto por las medidas tan restrictivas. Al despacho solo puede entrar uno de los dos hermanos. “No hay elección, solo puede hacerse la incineración, dadas las actuales circunstancias”, les comenta. Casi son unos afortunados por no haber dado positivo en coronavirus. Gracias a ello pueden asistir cuatro personas al tanatorio de Zorroaga. Eso sí, tienen que ser las mismas, no hay posibilidad de rotación y solo por espacio de media hora. “Es una situación que te deja descolocada porque es tu padre el que está ahí, y no puede recibir el último adiós de familiares ni amigos. Es una situación extraña porque no pueden compartir el dolor con quien le ha querido”.

La realidad se impone, hay que tomar decisiones. ¿Quiénes son las cuatro personas que acudirán al tanatorio? “En nuestro caso no ha sido complicado al ser dos hermanos, pero no quiero ni pensar las situaciones que se tienen que dar con familias extensas”. En la funeraria les explican que no hay entierro, que solo se puede asistir a la despedida previa a la incineración. Dos párrocos acuden a la cita en Polloe. “Lo sentimos, pero las circunstancias obligan a mantener las distancias”, dice uno de ellos mientras se entrega a la oración. Seis personas acuden a despedir al familiar, que está al otro lado de cristal, siempre a distancia, sin poder recibir la visita de ningún allegado de Valladolid, Madrid o Salamanca. Un operario se lleva el féretro. Al día siguiente podrán recoger las cenizas, aunque les aconsejan que vengan más adelante, para evitar controles.

Sin despedida por COVID-19 En el caso de fallecimiento por coronavirus no deberá asistir al cementerio ningún familiar y no se practicará despedida ni en el caso de inhumación ni el de cremación. Todas las cuestiones se tratarán vía correo electrónico o teléfono.

En el resto de los fallecimientos, se limita el número de asistentes al tanatorio a cuatro personas que deberán guardar entre ellos y con el personal del cementerio una distancia de seguridad de dos metros como mínimo.

En las incineraciones, las despedidas se realizarán en la zona exterior del crematorio (sin acceder a la sala) y con un máximo de diez personas. En ambos casos se deberán guardar escrupulosamente la distancia de seguridad mínima de un metro y medio.