El día comienza con una joven militar armada hasta los dientes, que sube a bordo de la furgoneta con una metralleta y cara de pocas bromas. Tras pedir los pasaportes da el visto bueno, y el trayecto continúa hacia Jerusalén, donde los palestinos, con una mezcla de ironía e indignación, afirman que el mejor servicio que reciben es "el de la demolición de sus casas". Son palabras de Bodour Hassan, nacida en Nazareth pero con pasaporte israelí. Esta joven invidente que se revela como una extraordinaria oradora, aprendió castellano de forma autodidacta escuchando las noticias. Sorprende su forma de expresarse, y aún más la hondura de sus palabras. "No creo que estemos hablando de una lucha de religiones. Hay muchos judíos en todo el mundo que apoyan al pueblo palestino. La religión es un pretexto para aniquilarnos, pero no se lo ponemos fácil".

Desde lo alto de una loma se divisa a su derecha Jericó, la ciudad situada en Cisjordania, cerca del río Jordán. La joven relata las penalidades que ha soportado la población beduina en este territorio palestino. "Es curioso. Cuando asistíamos a clase, nos hablaban de derechos humanos mientras en ese mismo momento, al otro lado de la ventana se escuchaba el ruído ensordecedor del lanzamiento de los gases lacrimógenos".

Comenzó a estudiar Derecho Internacional en la Universidad Hebrea de Jerusalén porque quería cambiar el mundo. Pero con el tiempo ha comenzado a darse cuenta de que no siempre lo hace de la manera más justa. Esta joven de 30 años, investigadora del Centro de Derechos Humanos, demuestra un gran interés por la política española y está al tanto de la formación del nuevo gobierno de coalición. "Es muy interesante vincular la ley de memoria histórica con la del pueblo palestino. Estamos realizando un estudio al respecto y es muy necesario estrechar lazos", revela esta mujer. Entiende que el derecho de retorno de los refugiados es uno de los aspectos más relevantes de la lucha palestina. "Estamos hablando de seis millones de personas en todo el mundo".

Atrás se queda Jericó, a 27 kilómetros de Jerusalén, a donde se desplaza la delegación del Ayuntamiento donostiarra para comprobar de primera mano la imposición de puestos de control, con bloques de cemento y alambres de púas para aislar a los barrios palestinos. La joven Hassan cuenta lo que viene ocurriendo en una de las ciudades más antiguas del mundo, con un profundo significado religioso para el judaísmo, el cristianismo y el islam. El estatus de la parte oriental se encuentra disputado, y el resultado de todo ello es un conjunto de carreteras segregadas en las que se levantan muros de hormigón y burocráticos.

La activista feminista reclama un Estado "para todas y todos" en el que no haya diferencia de religión ni de género. "Un Estado secular que no sea definido como Estado que da privilegios absolutos o exclusivos a un pueblo sobre otro". La mayoría de los palestinos de Jerusalén oriental, asegura, poseen tarjetas de residencia que pueden ser revocadas de forma arbitraria. "Es como si existieran dos ciudades en una, como puede ser la guerra de bandos que conocieron sus antepasados en la contienda civil española. Tenemos la ciudad divina, la turística, la de encanto, y luego están los campos de refugiados".

La delegación se desplaza a uno de ellos. En él vive la tercera generación de palestinos reubicados tras la fundación de Israel en 1948. Las condiciones de vida son ínfimas. Sus habitantes pueden entrar y salir previo control, pero es algo así como vivir en una ratonera. Todo ello en una misma urbe, donde resulta sorprendente el contraste entre los recursos en uno y otro lado del muro. "A día de hoy seguimos igual, con violaciones de derechos humanos, opresión y represión". Lo que ha sucedido en Palestina, dice, no fue una catástrofe natural "sino una guerra de ocupación y limpieza étnica que continúa".

Frente a ella batallan organizaciones como Badil, que se ocupa de los refugiados. La charla con Danna tiene lugar en la penumbra de una oficina que acaba de sufrir el enésimo apagón. "Nos asignan diferentes identidades, no hay libertad de movimientos, y ni siquiera pude ir al funeral de mi padre", lamenta la joven. Los palestinos reclaman el derecho al retorno. Israel alega que en toda guerra hay ganadores y vencidos.