- Se empieza por el olvido y, como decía José Saramago, se termina por la indiferencia, algo que no está dispuesta a aceptar Lore Martínez Axpe, que desde bien pequeña conoció el horror nazi que vivieron sus antepasados en Aretxabaleta. En el actual contexto, con una ultraderecha que se extiende por Europa sin complejos, su familia ve muy necesario reivindicar la memoria de los deportados en los campos de concentración del Tercer Reich. Un oscuro pasaje de la historia que puede parecer ajeno a Gipuzkoa, donde tradicionalmente se ha venido asociando estos hechos a judíos en el campo de concentración de Auschwitz y poco más. Lore, de 49 años, trasladó ayer a Donostia a su madre Angélica y a su tía Luisa, sobrinas de Pedro Axpe, uno de los 80 gipuzcoanos presos en campos de concentración y víctimas del terrorismo nazi, a los que la Diputación rindió, por vez primera, un sentido homenaje en un acto solemne celebrado en la sede del Palacio Foral.
Prácticamente la mitad de los guipuzcoanos deportados fallecieron en campos de concentración como el de Mauthausen durante la Segunda Guerra Mundial. “Para que nunca más se repitan aquellas barbaridades, no hay que perder la memoria de lo ocurrido y hay que estar atentas, que bastante tenemos ya con el fascismo actual”, advertía a este periódico Martínez, que perdió a su familiar en Dachau, el primer campo de concentración nazi abierto el 22 de marzo de 1933 y que sirvió como modelo y prototipo para los que le siguieron. “Con la llegada del dictador Franco, Pedro se escapó a Francia, con tan mala suerte que coincidió con la ocupación alemana. Terminó en el campo de concentración, y a los seis meses le dejaron a su suerte, muerto”, lamentó.
La familia conserva la carta que un vecino de Hendaia, Iñaki de Uriarte, escribió a Francisco Axpe, hermano de Pedro, que quiso saber de él. Uriarte, que también conoció el calvario de varios campos de concentración, da fe del destino final del republicano en un escrito de diciembre de 1960. “... Posteriormente nada supe de Pedro, pero hacia el año 1946 encontré a un muchacho de un pueblo de Vizcaya que nos dijo que estuvo en Alemania en 1944, y que le tuvieron que dejar en la cuneta, porque no podía seguir a la compañía”.
La vida y muerte de este miliciano republicano nacido en Bergara que ayer recordaba su familia es la de miles de gudaris, que alcanzaron la costa francesa en barco tras la caída de Bilbao en manos de las tropas de Franco, el 19 de junio de 1937. La suerte de los exiliados cambió con la llegada del ejército alemán y la entrega de los prisioneros a las SS.
Han transcurrido ya 76 años desde que el último grupo de vascos fue liberado de los campos de concentración nacionalsocialistas. Aunque puedan parecer hechos lejanos, más de dos centenares de prisioneros de Euskadi padecieron el horror de la deportación entre 1940 y 1945 por defender la democracia, representada por el Gobierno Vasco y la Segunda República.
tren fantasma
El diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, recordó a los guipuzcoanos trasladados en aquellos trenes fantasma, personas que “pasaron a ser un número, en un intento de despojarles de su identidad”. Recordó “a las familias que sufrieron un segundo castigo, como fue la falta de memoria” debido al periodo de dictadura franquista que durante cuatro décadas evitó toda mención al horror.
“La memoria histórica es un deber moral porque supone defender la vida de las víctimas ante el totalitarismo. La memoria es devolver a estas personas su nombre y apellidos”, recalcó Olano.
“Fue una experiencia traumática de la que hasta ahora poco se ha hablado”, sostiene el investigador Florentino Mariñelarena, miembro del colectivo La Ilusión, que participó ayer en el homenaje junto a Etxaun Galparsoro, autor del estudio sobre la deportación de los vascos a los campos del Tercer Reich. “Poco se ha hablado, en primer lugar, por la dictadura franquista, y también por los duros relatos de los protagonistas, que contaban lo que habían vivido y la gente no les creía. Se tendía a pensar que estaban mal de la cabeza. Ante ello, optaron por el silencio”, asegura Mariñelarena.
Y de este modo, cayeron en el olvido. Y por eso han sido tan importantes colectivos memorialistas como el que representa este investigador, que vio la necesidad de dar un paso al frente hace ocho años, cuando comenzó a recabar testimonios de las víctimas. “Fue duro escucharles, a veces llorando, otras en silencio. Nos dimos cuenta de que había que rescatar del olvido unos relatos que no se contaban en la escuela”.
Al acto de reconocimiento acudieron ayer familiares de 27 de las 80 víctimas guipuzcoanas. La cifra total de los deportados vascos asciende a 253, de los que 113 murieron, 125 se salvaron y se desconoce lo que pudo suceder a los otros quince. Hubo casi tantos muertos (47%) como supervivientes (53%). Según la investigación de Galparsoro, resulta muy llamativa la cifra de muertos del campo de Mauthausen, donde exterminaron a dos terceras partes de los prisioneros vascos. “De todas formas, no nos podemos llevar a engaño”, indican los autores del estudio. “Muchos de los supervivientes murieron en las semanas y meses posteriores a su liberación”, y hubo quien falleció años después por las secuelas que arrastraba. El genocidio perpetrado por el nazismo entre la ciudadanía vasca fue, por tanto, mucho mayor que el que reflejan las cifras.
Prácticamente la mitad de los guipuzcoanos deportados fallecieron en campos de concentración como el de Mauthausen
El genocidio perpetrado va mucho más allá de las cifras oficiales porque muchas personas murieron años después debido a las secuelas