DONOSTIA - “Socialmente cada vez estamos más denostados, peor vistos y tenemos una Administración que no quiere saber nada de nosotros, salvo que matemos jabalíes”. Este es el sentimiento de los cazadores guipuzcoanos, que afrontan a partir del 12 de octubre una difícil temporada con varios frentes abiertos. El primero, la prohibición de ejercer la actividad cinegética en Ulia y con ella la desaparición de 46 puestos, el segundo la falta de relevo generacional y la caída en el número de licencias, el tercero, el poco diálogo con la Diputación, según denuncian, y el cuarto el cambio en la migración de la paloma torcaz, el tesoro de la caza menor.
En pocos días, se abrirá la temporada para todas las especies, entre ellas la paloma torcaz, el ejemplar más importante para la caza menor en Gipuzkoa. Desde octubre y hasta mediados de noviembre pasarán cerca de un millón de palomas por el territorio, que vendrán del norte de Europa y se dirigirán hacia la zona de Extremadura en lo que se conoce como “la gran migración”.
Solo en Gipuzkoa hay unos 3.600 puestos de caza y 151 líneas de paso, “lo que da una idea de la cantidad de cazadores que moviliza” la captura de la paloma, explica Iñigo Mendiola, jefe del servicio de Fauna y Flora Silvestre de la Diputación. Sin embargo, aunque afrontan con ilusión estos próximos meses, las expectativas no son tan halagüeñas. “Debido al cambio climático, a temperaturas más templadas en el norte de Europa y a una mayor disposición de alimento, las especies tienden a la sedentarización”, afirma el coordinador general de la Federación de Caza de Gipuzkoa, Haritz Eceiza.
Precisamente esto es lo que ocurre con el preciado tesoro de los que se dedican a esta actividad, con la paloma torcaz. “En vez de bajar a la dehesa de Extremadura, se queda en el sur de Francia, sin atravesar los Pirineos”, insiste Eceiza. La forma en la que migra también ha variado en los últimos años, ya que antes dejaba su zona de cría y descendía “poco a poco”, en bandos pequeños, pero últimamente hace como “dos golpes”: “primero baja hasta Las Landas, se acumula allí en grandes contingentes y un día concreto le da por bajar”. Por tanto, “cada vez resulta más difícil cazar las palomas y las capturas han descendido muchísimo”.
El declive de la caza menor Porque muchos días, los cazadores se vuelven a casa sin nada o con “tres o cuatro palomas”, pero solo pasar la jornada en el monte ya les merece la pena, según explica el veterano Andrés Vidal, errenteriarra de 83 años, que lleva practicando esta actividad desde los diez años. “Es muy difícil decir lo que se siente, el que tiene afición no se le va nunca. Es la suma de la satisfacción de ir al monte y ver amanecer, de pasarlo bien y de poder cazar”, explica.
Vidal vivió la revolución de la caza en los años 80, cuando se adoptó “una decisión importante” para que pudiesen convivir tantos cazadores en un “medio tan poblado”. La actividad se “socializó”, es decir, pasaron a sortearse los puestos, por lo que no importaba la capacidad económica de los participantes. En Gipuzkoa, solo existen dos cotos privados que van por subasta, el de Parzonería, en el Parque Natural de Aizkorri-Aratz -donde se han llegado a pagar más de 12.000 euros por un puesto-, y el de Leintz Gatzaga.
Durante la temporada, Andrés Vidal puede cazar “todo el día, desde la punta del amanecer hasta la hora del cierre”. Pese a su pasión, no es optimista ante el futuro de esta actividad: “Nosotros vivimos en la época en la que matar conejos y gallinas en casa era completamente normal y ahora lo que es normal es que lo compren empaquetados en el supermercado”, señala. “Nos llaman continuamente asesinos, las personas animalistas nos ponen a parir, pero mientras nosotros tengamos la ley en la mano y hagamos las cosas con arreglo a ella, poco miedo”, insiste.
Otro veterano cazador, Miguel Lazpiur, de 76 años y presidente de la Fundación de Caza Sostenible y Biodiversidad, defiende esta actividad “social y sostenible” y asegura que el colectivo pretende participar “todavía más en la defensa del medio natural”. “Podemos hacer una labor importante, que nos dejen trabajar”, solicita.
Lazpiur es consciente de que el relevo generacional en este sector no se está produciendo, lo que lastra a la caza al declive. “No es todo lo que hubiésemos querido”, señala. Según el estudio de impacto económico que encargó la fundación que dirige, el 97,8% del colectivo en Euskadi lo forman hombres y el 30% tiene 60 años o más. Tan solo el 14% es menor de 30 años. “Los baserritarras y los cazadores tenemos el mismo problema, el relevo generacional que no se produce”, apunta Xabier Iraola, coordinador general del sindicato agrario Enba.
menos licencias Además, las licencias en Euskadi han bajado de las 17.263 que había en 2013 a las 16.009 de 2017, según datos de la propia Federación de Caza del territorio. Sin embargo, en cuanto al número de permisos por armas, hay una notable diferencia entre las licencias E de escopeta, utilizadas para la caza menor, que se han reducido considerablemente, y las licencias D, de rifle para caza mayor, que han aumentado en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV).
En concreto, las licencias de escopeta han pasado de las 60.422 en 2013 a las 46.861 en 2017, según la Asociación Armera de Eibar. Esto supone que han bajado en cinco años en más de 13.500. Por el contrario, los permisos para el uso de rifles para la caza mayor eran de 10.220 en 2013 y crecieron hasta llegar a los 12.034 en 2017.
Al problema de la falta de relevo generacional se suma también la poca sintonía con las administraciones, más en concreto, con la Diputación. “Estamos atravesando algunos momentos delicados”, admite Miguel Lazpiur. La prohibición de cazar en Ulia por parte de esta institución en contra de la sentencia del Tribunal Supremo solo ha sido “la gota que ha colmado el vaso”, añade Haritz Eceiza desde la organización de cazadores de Gipuzkoa.
“No hay diálogo, no hay gestión y hay sanciones que a nuestro modo de ver han sido injustas”, denuncia Eceiza, que explica que el año pasado se multó con 500 euros y un año sin practicar esta actividad a una persona por ocupar otro puesto que estaba vacío, pese a que es “una costumbre arraigadísima en Gipuzkoa que lo hacen todos”. Por ello, considera que la caza menor “le importa nada, cero” a la Diputación.
Sin embargo, desde la institución foral consideran que tienen en cuenta al colectivo a través de la Federación y dan importancia a esta práctica “muy importante en Gipuzkoa”, territorio con más licencias de Euskadi. “Es un sitio de donde no se saca dinero y es una actividad social” y, pese a ello, es uno de los lugares “de más densidad de cazadores”, insiste el jefe de servicio de Fauna y Flora Silvestre de la Diputación. Y sigue siendo, pese a que vaya a menos.
Los cazadores siguen luchando por mantener esta práctica y más de 10.000 se manifestaron en abril en Donostia para exigir respeto por su actividad y para pedir que no se les insulte y amenaza. “Somos la cabeza de turco, se nos señala con mucha facilidad sin conocer, sin saber qué hacemos y qué podemos aportar. Se nos ve con un arma disparando y puede resultar violento, pero se nos intenta atribuir todos los males cuyo origen no están en la caza”, se defiende Haritz Eceiza.
Desde otros sectores, como el de los ecologistas, creen que el declive de esta costumbre será imparable. “Es una actividad que está en retroceso, tanto a nivel de licencias como de representatividad. No sé si en 20 años hablaremos de caza, pero la tendencia social es hacia la sensibilidad animal”, indica Garikoitz Plazaola, del colectivo ecologista Eguzki.