madrid - El Zuloaga europeo, el admirado por los pintores de la sociedad parisina de la segunda mitad del siglo XIX, es el pintor que se ha propuesto sacar a la luz la Fundación Mapfre en una gran exposición en la que comparte espacio con obras de coetáneos como Picasso, Toulouse-Lautrec o Aguste Rodin.

Desde ayer y hasta el 7 de enero la Sala de Exposiciones Recoletos de la Fundación Mapfre acoge Zuloaga en el París de la Belle Epoque, 1889-1914, una muestra que reivindica al pintor guipuzcoano (Eibar, 1870-Madrid, 1945) al que la Generación del 98 quiso hacer suyo, pero a la que “nunca perteneció”, como destacó Pablo Jiménez Burillo, director del área de cultura de la fundación, así como uno de los comisarios.

“No era el pintor del 98, es un pintor europeo que vive en París, que se plantea los mismos problemas que los artistas que vivían allí (...) No es solo uno de esos artistas españoles que a mitad del XIX viaja a París, sino que vive en París, se casa con una francesa, y es aceptado por la sociedad parisina”, afirmó.

Por eso, según añadió, Zuloaga se convirtió en una “víctima” del debate de cómo debía entenderse España hasta el punto de que una de sus obras capitales, Víspera de la corrida (1898), no fue llevada por el Gobierno español de la época a la Exposición Universal de París de 1900 por considerar que era un cuadro que “perpetuaba una imagen atrasada y estereotipada” de nuestro país.

Este lienzo de grandes dimensiones, se convierte en una de las piezas fundamentales de Zuloaga en el París de la Belle Époque, que se organiza en varias secciones que ilustran los distintos aspectos de esta aventura parisina. Así, el visitante recorrerá a través de más de 90 obras, entre cuadros y esculturas suyos y de otros artistas, desde sus primeros años en la capital francesa, sus grandes amistades, como Émile Bernard y Auguste Rodin; el Zuloaga retratista, su faceta de coleccionista y su regreso a las raíces españolas.

Según destacó Jiménez Burillo, que comparte comisariado con Leyre Bozal, se trata de una exposición “complicada”, ya que se ha contado con el apoyo “excepcional” del Museo d’Orsay, así como con la colaboración de más de 40 prestadores, entre instituciones y colecciones particulares como la Fundación Zuloaga, el Museo de Bellas Artes de Boston o el Museo Picasso de París.

Y todo para traer no solo la mejor representación del Zuloaga “internacional” -se trata de un pintor “muy repartido por museos europeos”-, sino para ponerlo a “dialogar” con otras obras de sus coetáneos, como La Celestina de Picasso, un autorretrato de Gauguin, o varios lienzos de su amigo Èmile Bernard o de Maurice Denis y Paul Sérusier.

“La Celestina de Picasso creo que nunca ha estado en España -dijo Jiménez Burillo-. Solo por eso merece la pena venir a la exposición. Para sorpresa nuestra, algún museo alemán nos ha dicho que no nos podía prestar su Zuloaga porque su colección perdía el diálogo”.

De esta muestra, destacan también las secciones Una mirada a España, donde se exponen piezas de la colección artística del propio pintor, que adquirió su primer Greco con tan solo 20 años. Un actividad de coleccionista que le llevó a adquirir obras de Zurbarán, Velázquez o Goya.

La muestra concluye con otro de sus cuadros más representativos, El Retrato de Maurice Barrés, “un excelente ejemplo” de la vida artística del artista de Eibar, ya que une los dos aspectos fundamentales de su producción artística: la francesa y la española. Pero a la vez se trata de un cuadro que rinde homenaje a la figura de El Greco. - Efe