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73º Zinemaldia: Sección Oficial

Crítica de 'Los domingos', de Alauda Ruiz de Azúa: La familia es cuestión de fe

Casi en el ecuador del Zinemaldia, la cineasta vizcaina da un golpe encima de la mesa y se posiciona como la candidata más fuerte a la Concha de Oro.

Crítica de 'Los domingos', de Alauda Ruiz de Azúa: La familia es cuestión de feDavid Herranz.

La cineasta vizcaína Alauda Ruiz de Azúa se coloca como una fuerte candidata para lograr la Concha de Oro del Zinemaldia con su drama Los domingos, la historia de un abandono familiar con terribles consecuencias sociales, psicológicas y personales para todos sus protagonistas.

El tercer largometraje de la directora de Cinco lobitos, que se ha presentado este martes en la Sección Oficial, toma su título de la costumbre de los clanes de reunirse en torno a una mesa tras la misa dominical, el séptimo día de la semana, la jornada en la que el Dios de la tradición judeocristiana descansó. El largometraje, en cambio, no da tregua al espectador, ni siquiera cuando ha acabado, provocando un sentimiento de frustración, rabia y congoja que solo puede liberarse mediante el llanto desconsolado o golpeando sin descanso un punching ball.

En Los domingos, una hasta ahora desconocida Blanca Soroa —que apunta con este trabajo a ser una actriz a la que seguir la pista— se mete en la piel de Ainara, una joven de 17 años que estudia en un colegio religioso de Bilbao y que ha sentido la vocación de ser monja de clausura. Todo ello ocurre ante la indiferencia de su padre, interpretado por Miguel Garcés, más preocupado por las deudas que lo acechan y por afianzar una nueva relación sentimental tras el fallecimiento de su esposa, que por el día a día de sus tres hijas. A ello se suma la férrea oposición de su tía, una espléndida Patricia López Arnáiz, en una actuación que oscila entre el amor incondicional, la preocupación contenida y el desconcierto.

Ruiz de Azúa presenta una familia en descomposición en un drama que inserta oportunos momentos de comedia en su primera parte, que alivian lo trascendental, pero que en su desenlace no deja de ser descorazonador. Que nadie se lleve a engaño: el debate que plantea la cineasta vizcaína no es religioso. Los domingos es ante todo una película sobre la fe en la familia, sobre el sentimiento de abandono de una joven que solo se siente feliz entre monjas, porque es allí donde ha encontrado algo que se parece al amor.

El personaje de Garcés se alza como el verdadero villano de esta historia: un padre verdaderamente detestable —porque los padres y las madres, en muchos casos, también pueden ser los malos de la película, como también pueden serlo en la vida real—. Se trata de un cuñado de manual, un egoísta que prefiere que su hija se meta a monja antes que asumir el coste de su formación académica y que no dudaría en sustituir a una hija por otra.

Por el resquicio del sentimiento de abandono que siente la protagonista se cuela —o más bien se implanta— la vocación, a través de una madre superiora interpretada por Nagore Aranburu, que cuando sonríe provoca auténtico terror, llevando por momentos el planteamiento del filme al terreno del cine de género.

Al igual que ha defendido la directora en la rueda de prensa posterior al primer pase en la Sección Oficial, su largometraje es un acercamiento al amor terrenal, ese que es como la vida: imperfecto, tangible y, con sus carencias, real. Por su parte, las dudas de la protagonista, presentes hasta el último plano, dejan patente la vulnerabilidad de una juventud desarraigada, que lo único que necesitaría es que alguien le dijese algo tan humano: “Te queremos, quédate”. Y, por ello, no es casualidad que los créditos iniciales de la película comiencen así, con el Quédate que canta Quevedo en su sesión con Bizarrap.