La animadora donostiarra Isabel Herguera ha presentado este domingo en la Sección Oficial su primer largometraje, El sueño de la sultana, que toma como punto de partida el libro homónimo escrito por Rokeya Hossain en la India en 1905 y en el que se imagina una utopía en el que las mujeres tienen el poder y los hombres viven tras el velo del hogar. Además, participa en el Zinemaldia con su cortometraje La mujer ilustrada, mientras que Tabakalera acoge una exposición de originales que explican cuál fue el proceso de desarrollo de esta película. Tras 101 dálmatas y El chico y la bestia, El sueño de la sultana es el tercer largometraje de la historia del Zinemaldia que compite por la Concha de Oro.

¿Qué siente al competir en casa por la Concha de Oro? 

Mucha emoción y una gran responsabilidad porque estrenamos en casa, entre familia, amigos y gente que ha visto cómo ha crecido este proyecto. De alguna manera, me gustaría que también sientan que El sueño de la sultana es un poquito de todos. Mejor sería imposible, aunque a nivel emocional es muy demandante. Estoy muy satisfecha y muy feliz.

Tiene una larga trayectoria como cortometrajista, pero este es su primer largometraje.

En ningún momento nos podríamos haber imaginado que requiriese tantísimo esfuerzo. Si lo hubiéramos sabido, no sé si hubiéramos comenzado este viaje. Ha sido tremendo y ha durado años. Hacerlo de la manera en la que lo queríamos hacer, para mantener la calidad artística que queríamos y la atmósfera era a costa de tiempo y de trabajar con un grupo pequeño. Eso hizo que el proceso fuese más lento.

Es cierto que el cine de animación necesita plazos más largos, pero en el caso de ‘El sueño de la sultana’ el desarrollo ha durado una década.

Para mí, está genial. Así logras ir elaborando, dejar el proceso un poquito más abierto y no tenerlo absolutamente todo cerrado, lo cual es necesario y normal dentro de un procedimiento industrial. Hacerlo más lento quiere decir que puedes ir tomando algunas decisiones conforme lo vas haciendo. Por otro lado, tiene otra dificultad, que es la necesidad de mantener una motivación a lo largo de todos estos años. Uno cambia, crece, pero la motivación y el entusiasmo tienen que ser iguales desde el primer día hasta el último. Por un lado está la disciplina y, por otro, el aprender cómo engañarse uno a sí mismo para poder mantenerse siempre entusiasta y seguir adelante.

Vista la experiencia, que ha durado tantos años, ¿se animaría hacer un segundo largometraje de animación?

En estos momentos, ya te digo yo que no. En un futuro, quizás cambie de opinión. La película la acabamos hace un mes y estamos todavía recuperándonos. Aún no nos lo acabamos de creer. Siempre hay ganas e ideas para hacer cortometrajes, pero largos, no sé... me lo pensaría.

Hay mucha gente que piensa que el cine de animación es un medio menor para contar una historia.

Es exactamente igual a otro. Es cierto que tiene otros procedimientos, otra manera de abordarlo, otra manera de trabajar pero es la misma herramienta: la manera de contar historias. 

Es la tercera vez en la historia del Zinemaldia que una película de animación compite por la Concha de Oro. Además, por primera vez este año, la Sección Oficial ha programado tres películas animadas –además de la de Herguera, se ha proyectado ‘El chico y la garza’, de Miyazaki, y ‘Dispararon al pianista’, de Fernando Trueba–, las tres muy distintas.

Absolutamente diferentes. Por parte del Festival es una apuesta por la animación. Es algo que le agradezco mucho. Supongo que la gente que se dedica a la animación en el Estado también está feliz de que nos den ese reconocimiento.

'El sueño de la Sultana' obviamente parte de ese libro homónimo pero también de su experiencia en India.

Sí. Es una historia que se construye a partir de muchas cosas. Se aborda la vida de la mujer que escribió el libro, Rokeya Sakhawat Hossain. Además se reconstruye, mediante una adaptación bastante ajustada, el propio cuento de El sueño de la Sultana. Después está el hilo conductor de todo ello, la historia de esta joven donostiarra que está un poco perdida sin poder soñar. Se encuentra el libro, que se convierte en la brújula que le indica el camino para encontrarse con las trazas de Rokeya y con el posible o no posible país de las mujeres

Inés, la protagonista, es una joven donostiarra, cineasta de animación que busca su lugar en el mundo. ¿Qué hay de usted en Inés?

Hay bastante pero también hay mucho ficcionado. Por ejemplo, todos los lugares que se se reconstruyen en la película son lugares en los que he estado y en los que, en algunas ocasiones, he tenido experiencias como las de Inés, aunque en otros casos no ha sido así. La película está reconstruida a cachitos, en base una experiencia que sí que me pertenece totalmente. Hablando del sonido ambiente de la película, está grabado en todos aquellos lugares en los que se representa la acción.

No sólo participa en Sección Oficial, también lo hace en Zinemira con su cortometraje ‘La mujer ilustrada’, que pertenece al catálogo de Kimuak.

Parte de la misma experiencia de la película. Al inicio del proceso hicimos unos talleres con mujeres artistas del mehndi para intentar comprobar cuál era la vigencia hoy en día de la historia de que proponía Hossain.

¿Está vigente lo que propone ‘El sueño de la sultana’?

Sí, mucho, y eso que se escribió hace más de un siglo. Pensar que todavía tengamos ciertas cosas en las que nos queda todavía tanto por recorrer... El ejercicio que propone Rokeya es el de un mundo al revés, un lugar desde el cual uno puede observar al otro. Hacer la película ha sido para mí un proceso en el cual he aprendido un montón y en el cual también me he concienciado sobre sobre mi ser mujer.

¿Recuerda el momento en el que encontró el libro?

Perfectamente. Estaba en Nueva Delhi y entré en una galería de arte porque llovía y me encontré el libro. En aquella edición era rojo. Me acerqué porque me llamó la atención la portada de una mujer que pilotaba una nave espacial. En la portada ponía: “Escrito por Rokeya Hossain, en 1905, una utopía feminista”. Al darle la vuelta se resumía el cuento a grandes rasgos: un lugar en el que las mujeres ostentan el poder y los hombres viven en reclusión, escrito por una mujer que había crecido en un entorno conservador y que no había tenido acceso a la educación formal. Lo primero que pensé fue en mi abuela, que había sido más o menos contemporánea a Rokeya, en la vida que había vivido, en su fortaleza y en todas las mujeres que me habían precedido y en el hecho de que lo que la propuesta de Rokeya era totalmente radical y estaba completamente vigente.

Fue una adelantada a su tiempo.

Hay muchas maneras de reflexionar sobre por qué propuso un mundo al revés, pero el fundamental y el que todavía sigue vigente, es el de la seguridad de la mujer. Me da igual que estemos en la India, en Donostia o en Noruega. La mujer tiene que estar muy alerta para estar a salvo.

¿Cambiará algún día?

Esperemos, pero tiene que cambiar con la educación. Hay que educar a las niñas y a los niños en que tienen los mismos derechos, a saber decir que no y a no callarse.

En un corto que rodó hace años, ‘Ámár’, la protagonista también se llamaba Inés y también viajaba a la India.

Los protagonistas no son exactos, pero la película supone su continuidad. Por no cambia, no hemos cambiado (ríe).

Hablaba de los tres ejes narrativos de la película. Cada uno de ellos se ha animado con una técnica distinta.

También supuso una manera de no cansarme, hay que mantener estímulos durante todo el proyecto. Para mí un cambio de técnica supone un reto y también una manera de contar la historia de una manera diferente. Esta decisión lo facilitaba todo. Nos permitía dividirnos en varios equipos para que no fueran tan grandes; permitía que cada historia se contase de una manera diferente adaptada adaptada a la técnica y que a lo largo de la película se presentasen ciertos cambios, lo que hace que espectador despierte. Desde un punto de vista conceptual, funcionaba también. Haber animado la vida de Rokeya con sombras chinescas sirve para reconstruir una época en la cual el teatro de sombras era la manera de contar las historias. El arte del mehndi para tratar El cuento de la sultana representa algo muy simbólico. A las mujeres, en la víspera de su matrimonio, se las ornamenta para que estén bellas para la noche de bodas.

La película cuenta con las voces de Paul B. Preciado y de Mary Beard.

Paul fue muy generoso. Estábamos en la pandemia y le preguntamos a ver si estaría dispuesto a grabar la voz. Le mandamos los diálogos y sin conocer más de la película nos lo hizo. Le estaremos eternamente agradecidos. Por otro lado, soy una gran fan de Mary Beard y me la encontré casualmente en el museo Capitolini de Roma. La escena que ocurre ese museo en El sueño de la sultana reproduce literalmente ese encuentro. Cuando leí Mujeres y poder, le pedí permiso para utilizar su voz y fue muy generosa. Dijo que sí sin conocer la película.

En su película ha recreado lugares como Roma, Bangladesh y también Donostia. ¿Cómo se traslada una realidad a un contexto de animación?

Cuando reconstruyes algo no lo haces de forma realista, ni de una manera naturalista. Son reconstrucciones emocionales del lugar en cuestión. Todo está teñido por el conocimiento profundo de cada uno de los lugares que se representan en la película.

Usted procede de la animación experimental, ¿cómo es enfrentarse a lo figurativo?

Es brutal. La animación de personajes se basa en la actuación y la experimental se basa en cualquier otra cosa cosa. ¿En el movimiento? Sí, pero en el movimiento de conceptos más abstractos, de atmósferas o de otras cosas. Además, el cine de animación basado en personajes tiene un desarrollo más industrial, por lo que hay una especie de esquema de trabajo. Este proyecto ha sido para mí un gran aprendizaje. Tanto en Ámár como en El sueño de la sultana las actuaciones son más comedidas, no nos hacía falta que fuesen exageradas porque la imagen ya era capaz de contarte la atmósfera. Además, ha sido una producción con recursos económicos limitados y la animación siempre es lo más caro.

Tabakalera ha sido determinante en el desarrollo de su primer trabajo largo.

Ha sido fundamental, un ancla. En 2016 nos acogieron en una residencia para desarrollar el guion. Han estado ahí para todo lo que necesitábamos. Recuerdo que les escribimos al término de la pandemia, en otoño de 2020, y les trasladamos la necesidad de un lugar en el que poder pintar los fondos de la película. Aunque ya tenían casi todas las plazas dadas, de un día para otro nos hicieron hueco.