El director Frelle Petersen contó ayer que en medio de una fiesta con amigos se le ocurrió preguntar a una pareja que había perdido a su hijo cómo se encontraban. En contra de lo que pudiera preverse, le agradecieron el gesto asegurando que todos los que estaban a su alrededor sentían que no se podía hablar de ello. A partir de ahí, el cineasta empezó a entrevistarse con más familias en la misma situación y las principales conclusiones las ha reunido ahora en el filme Resten af livet, en el que la muerte por sorpresa del primogénito de un matrimonio trastoca la vida de todos los integrantes.

El espectador que únicamente vea películas danesas en el Zinemaldia debe pensar que en el país nórdico solo se habla de problemas familiares. El año pasado fue con el viaje iniciático de una joven en el siglo XIX en As in heaven; hace dos, con el drama alcohólico de Druk; y en 2014, con la decisión de una madre de poner fin a su vida en Stille hjerte. Ahora es el turno de Resten af livet, una historia que habla de “cómo se experimenta el dolor”.

“Va sobre los distintos procesos tras un fallecimiento. Nunca he experimentado la pérdida de una persona joven, solo las de mis abuelos, pero sé que no es algo comparable. Quería comprobar las posibles experiencias reales”, apuntó ayer Petersen en la presentación del filme, que opta a la Concha de Oro. Para ello, el director coloca a tres personajes –la madre, el padre y la hermana– con reacciones completamente diferentes al anuncio de la muerte del joven y risueño hijo mayor.

No obstante, los posibles histrionismos, ya sea porque son del norte de Europa o porque el café –la familia es una apasionada de este producto– les hace efecto contrario, nunca aparecen en el relato y la calma es la única herramienta para la narración. “Para mí era importante que la muerte del hijo nunca se viera en pantalla. La familia ya sabe que ha muerto, eso no era lo específico, sino qué pasa después”, indicó el autor, que también quiso colocar el humor como uno de los principales motores de la historia: “En la vida podemos pasar de estar tristes a que alguien nos haga reír en cuestión de minutos, por lo que quería introducir todos esos elementos”.

Esta combinación de pausa y risas es una constante en el filme, que, según avanza, va llevando a cada personaje a dar con un camino propio que le haga sobrellevar el duelo. Una jugada arriesgada, porque para entonces, el público quizás haya dejado hace tiempo de empatizar con ellos.

TRES ACTORES Y TRES MÉTODOS Esta variedad entre los procesos del dolor llevó a cada actor a trabajar de diferente manera su personaje. La actriz Mette Munk Plum, que interpreta a la madre, por ejemplo, lo hizo tratando de controlar sus impulsos. “Pensé en esas historias de madres que habían podido liberar poco a poco todo lo que tenían guardado”, indicó sobre un rol que en la ficción se aleja del resto de la familia para “no quedar paralizada”.

El padre y la hija, a los que dan vida Ole Sorensen y Jette Sondergaard, respectivamente, establecen, por su parte, un vínculo más poderoso, apoyándose así uno en el otro. “Conectan porque hablan de él. Juntos crean un pequeño santuario para recordarle”, señaló Sorensen sobre la unión entre ambos. “Es una manera que tienen de superarse y avanzar. Sienten que es imposible no estar afectados, pero el ritmo diario continúa”, indicó, a su vez, Sondergaard.

“Petersen quería que fuera una historia de toda la familia. El público debía empatizar con cada uno de los personajes porque, al final, uno no se entiende sin el resto”, añadió la tercera intérprete, que confía en que la película pueda ayudar a todas aquellas personas que se encuentran en una situación similar.