- A sus 24 y 21 años respectivamente, las hermanas Anisa y Arooj Abbas eran una vergüenza para su familia. Nacidas en Pakistán pero residentes en Terrasa desde hace trece años, se negaron a acatar el destino que les habían impuesto. Aunque no pudieron evitar el compromiso de conveniencia con dos de sus primos para que les concedieran la nacionalidad española, e incluso a pesar de que formalmente el matrimonio se registró, llegado el momento de concretarlo se plantaron. Según parece, tuvieron la cándida valentía de viajar hasta el pueblo de sus maridos no deseados para explicar que no iban a aceptar una decisión que habían tomado por ellas. No en el siglo XXI. No cuando tenían sus propios planes de futuro que no pasaban por atarse a tipos a los que apenas conocían y que las condenarían a una sumisión que no estaban dispuestas a aceptar. Su rebeldía les costó ser torturadas con saña y finalmente asesinadas a tiros por dos de sus propios hermanos, los pretendientes rechazados y otros dos familiares. En la imagen que ilustra estas líneas, tomada y difundida por la policía del Punjab, tienen a los presuntos ejecutores de la sentencia de honor.

- El padre de las jóvenes, empleado de una tienda de alimentación en la localidad catalana, se lamentaba amargamente ante un periodista de El País: "Tengo a las hijas muertas y a los hijos en la cárcel". Es imposible no preguntarse si él pudo o quiso evitarlo. Obviamente, fue él quien concertó los matrimonios. Y tampoco era ajeno a la actitud de su hijo mayor, que no dejaba de atosigar a sus hermanas por desviarse del comportamiento que se espera de dos jóvenes musulmanas y que llegó a apuñalar al chico, también paquistaní, que tenía una relación con Anisa. ¿Por qué dejó que las cosas llegaran tan lejos?

- Esta es una historia tremenda en sí misma, pero también lo es por lo que representa. Porque, aunque no siempre el desenlace es tan brutal, entre nosotros viven miles de mujeres a las que su propia familia les impide hacer su voluntad, utilizando la violencia si es preciso. Y como muchas de ellas denuncian -les vuelvo a recomendar cualquiera de los libros en que Najat el Hachmi relata su experiencia en Catalunya-, es una realidad que se da ante el silencio cómplice e indiferente de personas que se presentan como adalides del feminismo más avanzado. Resulta imposible de explicar que haya quien opte por cerrar los ojos frente a los asesinatos indudablemente machistas de Anisa y Arooj para no pasar por sospechosos de xenofobia. l