- Gran crujir de dientes de los escandalizables de pitiminí. Después de meses de olvido indecente, Afganistán volvió a asomar por una esquinita tonta de la actualidad. Para nada bueno, como imaginan. A las incontables medidas medievales decretadas desde que recuperaron el poder, los talibanes han añadido una que, francamente, todos dábamos por vigente: las mujeres de cualquier edad deberán ir cubiertas tanto en público como en sus domicilios. El burka, que ya había regresado a las calles por puro miedo, es a partir de ahora obligatorio por decisión del Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio, les juro que ese es su nombre. Y empezaba mentando arriba a los que se rasgan ritualmente las vestiduras porque, fieles a sí mismos, salieron en procesión con la monserga de costumbre. La culpa no es de los cavernícolas totalitarios que cercenan a discreción las más elementales libertades de las mujeres (¡y también de los hombres!) de su país, sino de la malvada “comunidad internacional” que dejó a su suerte al pueblo afgano después años de ocupación ilegal.

- Empiecen atando esa mosca por el rabo. Era mala la ocupación pero también fue malo su final. Da igual que la moneda caiga por la cara o por la cruz: los santurrones siempre ganan. Mientras estuvieron sobe el terreno las fuerzas invasoras imperialistas, la denuncia era que sojuzgaban a la ciudadanía y le impedían organizarse libremente. Cuando salió el último soldado e inmediatamente se instalaron en el poder los talibanes para reinstaurar su demencial régimen de terror, los bufidos eran por no haberlo evitado. Lo que bajo ningún concepto aportan es su maravillosa solución para hacer compatible la no intrusión con la defensa de los derechos más básicos de las y los habitantes del desgraciado país.

- No hay que hacer un gran tirabuzón para trasladarse de Kabul a Kiev. Prácticamente los mismos apóstoles del progreso que respecto a Afganistán se abonan a la ley del embudo son los que reclaman “en nombre de la paz” que no se ayude militarmente a Ucrania. Su gran propuesta de miel y nata es que se promueva “el diálogo entre las dos partes”, como si agresor y agredido estuvieran en el mismo plano y tuvieran idéntica responsabilidad en las matanzas sistemáticas de civiles. Lo pistonudo es que si la Unión Europea y Estados Unidos decidieran dejar de echar un cable a los invadidos por Rusia, buena parte de estos hipócritas redomados (descuenten a los visceralmente putinianos) se desgañitarían denunciando el abandono de los ucranianos. l