- Después de 85 días y ocho horas, el día de Navidad los técnicos dieron por terminada la erupción del volcán de Cumbre Vieja en La Palma. Llegaba el momento de la reconstrucción y, casi seguramente, de un olvido gradual de los no afectados. De tanto en tanto volveremos a tener a alguna noticia en segundo o tercer plano de lo que vaya apareciendo al retirar las cenizas, pero tendrá que ser muy llamativo para volver a treparse a las portadas. De hecho, ya en las últimas semanas se percibía que había decaído el interés informativo y, en consecuencia, había adelgazado el retén de enviados especiales. Hasta los acontecimientos más extraordinarios acaban resultando rutinarios cuando se cuentan minuto a minuto y con una profusión de detalles que supera la capacidad de digestión del espectador o lector medio. Si durante los primeros días nos quedábamos embobados durante horas ante las imágenes de las explosiones, los ríos de lava ardiente que arrastraban todo a su paso, y las ingentes cantidades de ceniza que se adueñaban del paisaje, en las jornadas finales apenas dedicábamos un pestañeo.

- La lástima es que no tengamos tiempo para reflexionar sobre el fenómeno único y verdaderamente histórico al que hemos asistido (salvo los directamente afectados, claro) desde la comodidad de nuestros hogares. Como quiero quedarme con lo positivo, lo primero que señalo es el grandísimo ejercicio del periodismo que han hecho muchos de nuestros colegas, empezando por la Televisión Pública de Canarias, suministradora desde los estertores iniciales de buena parte de las espectaculares imágenes y sus historias asociadas. Se ha hecho en complicidad con una legión de pacientes expertos que han sabido explicarnos de una forma comprensible lo que iba ocurriendo en cada minuto y lo que se preveía que fuera a ocurrir en los siguientes. Es verdad que en alguna ocasión, empujados por el ansia del titular fácil de los de mi gremio, se han aventurado a adelantar profecías que quedaban en fiasco al paso de las horas.

- No era nada que no estuviera presupuestado. Igual que el desembarco de buscadores de morbo a granel, la profusión de tertulistos devenidos en vulcanólogos súbitos o, en el plano político, el consabido turismo de desgracia con posado junto a los damnificados y declaración pomposa de solidaridad y, si se es gobierno, de ayudas millonarias. En ausencia de las cámaras, es de temer que todas esas promesas acaben sepultadas bajo las toneladas de ceniza.