- El unionismo español más hiperventilado no ha dejado de echar espumarajos por la convocatoria de la Mesa de Diálogo sobre Catalunya que, salvo giro inesperado de los acontecimientos, se va a reunir hoy. Su mera celebración suponía, atendiendo a sus incendiarias argumentaciones, el reconocimiento implícito de las aspiraciones de los que tildan como golpistas, dado que la puesta en escena semejaba la habitual en un encuentro entre estados. Y ya, cuando se supo que el propio presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, depositaría sus posaderas en una de las sillas y tendría enfrente a la primera autoridad del Govern, ardió Troya. Hasta los barones socialistas clamaron que se trataba de un agravio comparativo y se pusieron en la misma fila que los mandarines regionales del PP para reclamar ser llamados a una mesa igual. Lo del café para todos tiene larga tradición en la piel de toro.

- La cuestión es que todos esos cagüentales y rasgados de vestiduras cuadran bastante mal con la que ha sido la noticia de las últimas horas. No encaja que se acuse a Sánchez de dar alas al independentismo, cuando lo que ha precipitado la dichosa mesa es otra bronca de pantalón largo entre las dos grandes formaciones soberanistas. De hecho, la más grave de las muchísimas a las que hemos asistido hasta ahora y la que parece evidenciar que estamos a un cuarto de hora de la ruptura definitiva entre Esquerra y Junts. Más allá de con cuál de las facciones se simpatice, parece evidente que ambas se sienten lo suficientemente afrentadas por la contraria como para que se presten a restañar las heridas. Por la parte de ERC, es demasiado fuerte que el socio trate de imponerle presencias que se saben no pertinentes. Y por la de Junts, será difícilmente perdonable que el aliado haya vetado sin compasión y, además, en una rueda de prensa expresamente convocada para ello, los nombres propuestos.

- Así las cosas, Sánchez se presentará hoy con una sonrisa en los labios y la certeza de que enfrente tiene a un interlocutor demediado. A efectos prácticos, poco importará que se hable de un hipotético referéndum o del lucero del alba. Ahora mismo, le pese a quien le pese, España lleva la manija de una negociación que, en el mejor de los casos, será sobre formalismos simbólicos y, eso sí, financiación, de modo que la lectura final sea la de costumbre: con los catalanes todo se reduce a la pasta. La pregunta que cabe hacerse es si para este viaje del 1 de octubre a ninguna parte eran necesarias semejantes alforjas.