Esa ciudad sin sueño a la que se dedica la película de Guillermo Galoe no es, en realidad, una ciudad, sino un arrabal desmoronado, un amasijo de casas de latón en tierra de paso donde se hacinan sus habitantes. La mayor parte de ellos desciende del Romancero gitano de Federico García Lorca. De hecho, en un final de cante andaluz que mucho debe al poeta de Granada, la música rima con los versos de aquel:
Huye luna, luna, luna
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos
Nombre: ‘CIUDAD SIN SUEÑO’
Dirección: Guillermo Galoe.
Guión: Guillermo Galoe y Víctor Alonso-Berbel.
Intérpretes: Antonio Fernández Gabarre, Bilal Sedraoui, Jesús Fernández Silva y Luis Bértolo.
País: España. 2025.
Duración: 97 minutos.
El testimonio de Galoe, nueva incursión en las ruinas de la Cañada Real que alimentaron su premiado cortometraje Aunque es de noche (2023), se reviste con aires de ficción; una recreación forjada desde la ausencia de impostura. Sus actores, no lo son. Son protagonistas que se representan a sí mismos en una quimera de destierro y pobreza. Viven alrededor del fuego de hogares sin luz; se mueven como hormigas inquietas, se saben restos de naufragio, reliquias sin consagrar; las últimas supervivencias de un estilo de vivir cuyo crepúsculo se presiente noche oscura.
En su caminar por los vericuetos de esa Ciudad sin sueño, Galoe convoca nombres, del Pasolini inicial al Rouch inmutable; del Buñuel de Los olvidados al Bresson de sus Notas sobre el cinematógrafo. Para quienes observen desde fuera el resultado de meses y años de vivir y convivir en la Cañada, laberinto borgiano de barro y agua, se impone el modelo del Pedro Costa atrapado en el cuarto de Vanda.
En la dramaturgia desnuda del primer largo de Guillermo Galoe no hay respiro. Su relato, hijo del caos, apenas subrayado y difícil de concretar, habla de la hora de la duda y de la fragmentación de una familia. Viven acosados por grúas y máquinas de demolición que, como un cáncer, día a día destruyen paredes, recuerdos y viviendas. La sociedad paya a la que no pertenecen, les tienta con viviendas más estables, donde el agua corriente, la luz y el bienestar representa una mejora indiscutible. El precio, claro está, significa abandonar las viejas reglas de convivencia, esas maneras de vivir como Rosendo cantaba.
Apenas se lamenta una concesión poética, un desfallecimiento de debilidad en forma de caballo blanco, para preludiar metafóricamente el veneno de la heroína. Se trata de un relámpago ajeno a un filme sin aliento ni piedad. Como esa carrera de unos galgos con la que arranca el filme. Tarde o temprano, atraparán a la liebre, por más que corra. Huye luna, luna, huye.