Leticia Dolera vuelve a remover conciencias con Pubertat, su nueva serie para HBO Max. Ambientada en pleno verano catalán, entre castellers y hogueras de San Juan, la ficción se sumerge en un drama familiar donde el tabú, la herencia emocional y las redes sociales se entrelazan en una historia tan incómoda como necesaria. Todo comienza con una denuncia de agresión sexual que sacude a una comunidad y pone en jaque a sus habitantes: tres adolescentes son señalados, y con ellos, toda una generación de padres obligados a mirar de frente lo que preferían no ver. El mismo día de esta entrevista, Dolera recibía la noticia de que Pubertat acababa de ser reconocida con un premio Ondas, compartido ex aequo con la serie Querer. 

Viene de la serie Vida perfecta (Movistar Plus+), donde ya exploraba la identidad femenina y los límites sociales. ¿Qué le ha llevado ahora a mirar hacia la adolescencia y la pubertad?

-Creo que surge del interés y la preocupación por ver cómo debates como el del consentimiento siguen sin resolverse desde una mirada adulta y social. Y también de reflexionar sobre cómo esa falta de claridad puede influir en la infancia y la adolescencia, que al final son las personas que dependen de nosotros en muchos aspectos. 

Ha trabajado con adolescentes debutantes y con actores muy experimentados. ¿Qué ha aprendido de esta convivencia?

"Las personas pueden romperse si pierden la conexión o la confianza”

-No sé si diría que aprendí algo nuevo, pero sí fue muy bonito ver cómo los actores y actrices adultas tomaban de la mano a los más jóvenes. Fue un rodaje donde el trabajo en equipo tuvo un valor enorme. Desde el primer día quise transmitirles a los chavales que lo importante no era destacar individualmente, sino que la historia y las escenas funcionaran. Que no se trataba de brillar más que los demás, sino de contar juntos una historia. 

Personal  


Carrera profesional: Leticia Dolera (Barcelona, 1981) ha participado como actriz en más de sesenta producciones. En 2015 debutó como directora con Requisitos para ser una persona normal, película que también escribió. Ha sido nominada en tres ocasiones a los premios Goya y obtuvo la Biznaga de Plata del Festival de Málaga como Mejor Guionista Novel. En los últimos años ha consolidado su reconocimiento gracias al éxito de Vida perfecta, serie que creó y dirigió, galardonada con varios premios, uno de ellos en Cannes, otorgado a sus tres protagonistas femeninas. Fue guionista y directora de uno de los episodios de En casa (HBO), donde cinco directores narraron historias del confinamiento. En 2021 estrenó la segunda temporada de Vida perfecta y, un año más tarde, dirigió los dos primeros episodios de El fin del amor (Prime Video).


Las escenas de tensión y los temas de consentimiento son delicados. ¿Cómo se ha cuidado emocionalmente al elenco joven durante la grabación?

-Tuvimos una coordinadora de intimidad que además trabaja en prevención de abusos en la infancia y organizamos charlas sobre el consentimiento. Fue muy interesante, porque los chicos y chicas pudieron entender que el consentimiento no se limita a lo sexual o lo íntimo, sino que tiene que ver también con el poder y la comunicación. Hablamos de cómo, a veces, consentimos cosas que en realidad no queremos porque sentimos que no tenemos poder, y de cómo, cuando lo tenemos, podemos hacer que alguien acepte algo que no desea. Se trabajó mucho esa parte, tanto a nivel personal como a través de los personajes. La trama, de hecho, gira en torno a todo esto, así que el trabajo fue en paralelo con las familias. Desde el principio, antes incluso del casting final, se les presentó la historia, se explicó cómo se iba a rodar y se les pidió que reflexionaran si estaban preparados para abordar este tema junto a sus hijos e hijas.

"El sistema te hace creer que no puedes fiarte ni de tu vecino”

¿Cómo surgió la idea de situar la historia en el universo de los castells catalanes?

-Por un lado, está el valor de la comunidad: cómo solo juntos podemos alcanzar grandes metas. Pero también me servía como una metáfora del alma de la serie. La “piña”, que es la base de un castell, representa los cimientos, los valores éticos y morales que sostienen a una sociedad. Cuanto más sólidos sean esos cimientos, más fuerte será el castell. Para subir, la parte del tronco, es clave la confianza. Si no confías en quien tienes debajo, te tambaleas. Y eso también es una forma de reivindicar la confianza entre las personas, algo que en tiempos de individualismo y pantallas parece estar en crisis: el sistema te hace creer que no puedes fiarte ni de tu vecino. Además, en los castells los chavales son quienes suben más alto, apoyándose en los hombros y las piernas de los adultos. Esa imagen también encierra otra metáfora de la serie: cómo las nuevas generaciones crecen y avanzan gracias al apoyo de quienes vinieron antes. Y, sobre todo, está la fragilidad. Si una sola persona del castell se despista o no confía, todo se tambalea. Igual que las comunidades, las familias o incluso las propias personas: todas pueden romperse si se pierde la conexión o la confianza.

En un momento donde las redes sociales son el escenario del linchamiento y la denuncia pública, ¿qué papel juegan en la historia?

-Las redes juegan un papel importante en la historia. No solo ellas, también internet y el contenido pornográfico al que acceden los menores. Quería mostrar cómo vivimos con una adolescencia enganchada al móvil y cómo esa dependencia les está dificultando conectar consigo mismos y con lo que sienten de verdad. 

¿Hubo algún momento durante la grabación que le removiera personalmente, algo que le hiciera replantearse cómo vivimos el paso a la madurez?

-Durante el proceso de casting y los ensayos fui muy consciente, y me conmovió mucho, de la vulnerabilidad y la fragilidad de los chavales de esa edad. Ver lo receptivos que son, cómo absorben todo, me hizo tomar conciencia del rol de poder que tienes cuando hablas con ellos: cómo te escuchan, cómo tus palabras pueden influir en su manera de sentir y de mirar el mundo. No diría que me sorprendió, pero sentirlo tan de cerca me conectó con una responsabilidad nueva. 

La serie coincide con un contexto social donde los debates sobre consentimiento y educación sexual están muy vivos. ¿Siente que esta ficción puede ayudar a abrir conversaciones necesarias entre padres, hijos y docentes?

-La verdad es que estoy recibiendo mensajes preciosos a través de las redes. Gente que me cuenta que está viendo la serie en casa y que, al emitirse un capítulo por semana, les ha dado espacio para abrir debates en familia y tomarse tiempo para hablar de los temas que plantea cada episodio. Me han escrito profesoras de instituto, madres y padres, trabajadoras sociales, psicólogas... Está siendo muy emocionante ver cómo la serie está generando conversaciones reales y personales.

Por último, es obligado hacerle la pregunta: ¿qué significa para usted que se le haya reconocido con el premio Ondas? 

-Me hace muchísima ilusión que Pubertat haya recibido un reconocimiento de tanto prestigio. Ojalá sirva para que más gente se acerque a la serie y podamos seguir abriendo conversaciones.