Aveces podemos tener la impresión de estar sometidos a un continuo bamboleo de procesos electorales, en un ejercicio de continuidad que nos agota, por repetitivo, cansino y aburrido. Uno de los elementos más democráticos y necesarios en esta sociedad moderna que nos ha tocado transitar. Hay momentos en el calendario anual que parece nos azotan con elecciones, a distintos niveles. Esta sensación es necesaria para respetar la vitalidad de la sociedad democrática y mantener las reglas del juego electoral. Todos los procesos siguen parecidos patrones, similares fases y calendarios. Es curiosa la metamorfosis que desarrollan algunos de los contrincantes electorales, que hacen de su pelea democrática un juego de críos, donde mentir, engañar, exagerar o criticar forman parte del bagaje político de quienes aspiran al poder. Son tiempos de venta política, tratando de encandilar a los ciudadanos dotados de la suprema decisión de votar en urna de cristal, material necesario en la jornada del voto. El tiempo electoral es un período importante de la participación ciudadana, y propaganda y ofertas de los diversos candidatos articulan propuestas, promesas y cantos de sirena que pillan a los incautos descuidados en jornadas repetidas una y otra vez. Los propagandistas y técnicos de la mercadotecnia despliegan formatos, maneras y sistemas para captar el voto. Los debates, los cara a cara, los diferentes formatos de las peleas mediáticas, se convierten en discusiones de café, a la hora de medir y decantarse entre las distintas propuestas de los candidatos en liza, en peleas en ocasiones infantiles, elementales y simplonas. Se trata de vencer al contrincante, sea en formato corto o largo, en modelo coral o en selección bis a bis.