l último plano de Quisiera que alguien me esperara en algún lugar muestra la portada del libro real en el que se nutre este filme agridulce del que se nos dice que es comedia, cuando en realidad se comporta como melodrama de suave desolación. Su propio título ya actúa como una declaración de intenciones sobre sus redondeados perfiles. Se lo dice en el propio filme un editor que rechaza ese compendio de relatos breves que lo constituye. “Ni siquiera es un quiero” concluye. Tiene razón; ese título, que prefiere el subjuntivo al indicativo, evidencia en su formulación la certidumbre de una soledad brutal. Por cierto, la novela original fue publicada por la editorial Diletants y de eso, de “diletante”, sabe mucho esta película coral sobre una familia francesa de clase media, buena cultura y pequeños conflictos.

Ese retrato familiar, tan querido por el cine francés, tan cultivado por la mayor parte de sus cineastas, se solventa con la lucidez y buena factura que el cine galo ha establecido a lo largo de tanto tiempo. No sorprende que todo en el filme de Arnaud Viard rezume solvencia, profesionalidad, ese punto justo de calidad y adecuación. Engalanado con esa alta dosis de ortodoxia y convención, durante la primera mitad del filme, Quisiera que alguien me esperara en algún lugar transcurre con suave levedad. En esa mitad los personajes van conformando su personalidad y al público se le van dando los datos necesarios para conocer y reconocer este retrato de grupo. Entre fiestas de cumpleaños y encuentros navideños, paulatinamente, poco a poco, se impone un grave e inexorable oscurecimiento. Conforme más sabemos de los personajes, más se imponen las sombras que al principio se nos habían ocultado. Por eso, cuando el guion introduce un quiebro radical, un relámpago que abofetea la previsión de lo que podría entenderse como un relato al uso, una nueva historia emerge bajo un tono de extrañamiento. Así, esa fusión de la ironía y el humor con el dolor y el vacío acaba por generar un discurso ácido, avinagrado, tal vez no brillante pero con una intensidad notable e interesante; lo que le convierte en un filme tan desconcertante como bien escrito. Y sobre todo inequívocamente diletante o sea amateur. Es decir, aquello que se practica más por el placer y la voluntad de hacerlo que por razones de profesionalidad y dinero.

Dirección: Arnaud Viard. Guion: E.Courcol, V. Dietschy, T. Lilti, A. Viard (Novela: Anna Gavalda). Intérpretes: Jean-Paul Rouve, Alice Taglioni, Aurore Clément, Benjamin Lavernhe. País: Francia. 2019. Duración: 89 minutos.