- La Liga 2020-21 comenzará mañana si Dios quiere, porque el asunto se ha puesto tan transcendental que me recuerda a mis tiempos de adolescente, en el pueblo, donde se sacaba en procesión al santo para invocar a la lluvia con la venia del Altísimo. Como la pertinaz sequía no encontró mágico remedio, los viejos del lugar se apresuraban a pedir resignación al amparo de los inescrutables designios del Señor mientras el mocerío suspicaz terminaba arrojando al santo por la reseca acequia.

Tiene mucho de zascandil el comportamiento del mocerío como también el de los hombres píos, pero sirve para ilustrar los prolegómenos que han preparado Javier Tebas y Luis Rubiales para dar la bienvenida a la competición: si el presidente de LaLiga pone el Granada-Athletic el viernes pensando en la televisión y el negocio, el presidente de la RFEF dice que no, apelando a una imprecisa decisión judicial, o por sus huevos, ya que si no hay aficionados en los estadios, fundamento de la demanda federativa, qué más le da: el fútbol seguirá adelante. Eso sí, sin alma, refugiado tras el plasma de una pantalla.

Tiene algo de plaga bíblica lo que está pasando. El fútbol, el asunto más importante de entre las cosas intranscendentes, regresa con la presencia de Lionel Messi como reclamo universal y también con la presencia del COVID-19. Y ambos, que parecían en actitud de fuga, han decidido quedarse. Messi, porque no ha tenido otro remedio, traicionado por Josep María Bartomeu, el presidente del Barça, que le prometió dejarle salir cuando él quisiera y luego se agarró a la literalidad del contrato, es decir, que si no ejercía el privilegio antes del 10 de junio entraba en acción una cláusula disuasoria de 700 millones de euros. Eso o el recurso a los tribunales, con la consiguiente incertidumbre y el temor a una resolución que bien pudiera ser traumática. Messi se lo pensó dos veces, puso a parir a Bartomeu y se dijo: qué carajo, igual no gano más títulos, pero sí los 50 millones de euros netos que le convierten en el futbolista, de largo, mejor pagado del mundo.

El pasado mes de junio, antes del famoso burofax del crack argentino que puso patas arriba el orbe balompédico, el presidente de LaLiga, Javier Tebas, dijo en una entrevista en RAC1: “El impacto de la salida de Cristiano fue casi nulo. Pero si Messi se fuera a jugar a otra liga sí que lo notaríamos bastante. Messi sigue dando mucho valor a nuestra competición”.

Se marchó Neymar, se marchó Cristiano y se queda Messi para salvar un negocio quebrantado, como todo, por la pandemia. “LaLiga debe estar por encima de los jugadores y los clubes”, señaló sin embargo Tebas el pasado lunes, en el acto de presentación de la nueva temporada, sin duda aliviado por la rectificación muy a su pesar del argentino y pavoneándose de que con la incorporación de Groenlandia y Mongolia, hace tres semanas, el producto ya se vende en todos los rincones del mundo.

Paradójicamente, la plaga bíblica ha equiparado a un socio del Eibar o a un abonado de la Real con un aficionado de Ulán Bator. Porque ambos solo podrán ver los partidos de estos dos equipos, y de todos los demás, a través de una pantalla. Tendremos que acostumbrarnos a contemplar el espectáculo entre la frialdad de un estadio vacío y escuchando las voces impetuosas de los protagonistas. El socio se ha quedado sin el gusto del ritual. Eso de tomarse con calma, o atropelladamente, el camino hacia el estadio. Ilusionado, esperanzado y siempre dispuesto a dejar el aliento por los muchachos.

Hemos entrado en otra dimensión. ¿Hasta cuándo? Tebas, al amparo de políticos que auguran vacunas contra el COVID-19 para diciembre, se aventura a que con el nuevo año la pesadilla habrá terminado. Craso error. Pero probablemente sí para abril, el mes probable para acoger la final pendiente entre el Athletic y la Real en La Cartuja.

En cierto modo, y pese a la que está cayendo, el fútbol vasco está de enhorabuena. Va a tener seguro un campeón de Copa, una ilusión que se prolonga en el tiempo, y tanto la Real como el Athletic sacarán un buen pellizco de la Supercopa de España en Arabia Saudí, acontecimiento al que a lo mejor se acerca Juan Carlos, el emérito ausente, que purga pesares por la zona, es muy patriota y le encantan sucedidos con turbante. Sucede también que Osasuna festejará en la máxima categoría su centenario, de nuevo bajo la dirección de Jagoba Arrasate y al abrigo de un Sadar estupendo tras su remodelación, con un aforo de 24.000 asientos.

El Alavés cumplirá el 23 de enero de 2021 cien años e igualmente lo celebrará en Primera, con poco movimiento aún en su plantilla, pero con un nuevo plan diseñado por el técnico soriano Pablo Machín, que busca otra oportunidad tras sus fracasos en el Sevilla y el Espanyol.

Y qué decir del Eibar, que arranca el próximo sábado en Ipurua ante el Celta su séptima temporada consecutiva en Primera División, todo un prodigio de eficacia con el sello de la buena gestión y la mano de José Luis Mendilibar.

Resulta que Catalunya, con 7,5 millones de habitantes y gran tradición futbolera, solo tiene un equipo en Primera, el Barça. Madrid, con un millón menos, aporta tres; Andalucía, la comunidad española más poblada, con 8,5 millones, suma cuatro con el ascenso del Cádiz. Entre la CAV y Nafarroa no alcanzamos los tres millones de habitantes y tenemos cinco equipos. Se puede añadir que el fútbol vasco está pletórico.