Historia de un volante llegará a las salas de cine "en los próximos meses", según dicen sus directores, que no cuentan todavía con fecha fija de estreno. Durante cinco años Iñaki Alforja e Iban Toledo han trabajado en este documental, que es mucho más que la historia de una familia de Euskal Herria, los Etxeberria. En el fondo es un relato universal que entienden muchas otras personas, en distintos puntos del planeta, que lloran años después de una desaparición no resuelta y la forzada ausencia de un ser cercano. Mucho se ha escrito sobre Etxeberria (Pamplona, 14 de abril de 1958), hijo de guipuzcoano y pamplonesa y el mediano de tres hermanos. Estudió en el Colegio de los Jesuitas de su ciudad natal, se implicó muy joven en la política que se podía hacer entonces, intervino en los grupos especiales de los polimilis pertenecientes a ETA Político Militar, desde donde pasó a ETA Militar en primer lugar, para incorporarse después a los Comandos Autónomos. Desde dos años antes de su extraña desaparición residía en Iparralde como refugiado. El Batallón Vasco Español se responsabilizó de su asesinato y desaparición. Previamente, cuando la gendarmería francesa le había preguntado a su padre si quería recoger algo del coche del hijo desaparecido, éste sacó un destornillador, desmontó el volante y se lo llevó a casa, hasta convertirlo en el símbolo que es hoy.

¿Qué es Historia de un volante

Es la historia de la desaparición forzada de Naparra, que en Pamplona era relativamente desconocida. Yo tenía amistad con Eneko, un hermano de Naparra, teníamos lazos comunes y habíamos comentado muchas veces que había que hacer algo, que teníamos que grabar algo sobre el tema. Pero no era tan sencillo.

¿Por qué no?

Porque en todo documental tiene que haber un principio y un final, tiene que haber un dónde empiezas y sobre todo un dónde acabas, pero yo no veía el final. Han pasado 41 años de su desaparición y no se sabe nada. A través de una información que daba un exmiembro del CSIC desde Brasil se intentó una exhumación en Las Landas en 2017, pero fue fallida. Con esta situación vimos que hay un posible final. Si aparece el cuerpo, digamos que es un triste feliz final.

¿Triste feliz final?

Sí. En ese caso la familia podría haber cerrado el duelo tras 41 años sin saber nada, pero si no aparece el cuerpo también nos sirve de final, porque de lo que habla el documental es de la memoria, de la transmisión de esa memoria. Ya lo empecé a ver más claro y empezamos a estar más tiempo con la familia.

Pero la cicatriz que se abre tras una desaparición no resuelta sigue abierta en este caso.

Sí, y es una cicatriz que existe en muchas otras familias. Es curioso ver cómo la de la familia Etxeberria es una historia universal. Es la historia de Antígona, la tragedia griega. En ella se muestra la necesidad humana de cerrar el duelo. Es lo que nos hace humanos. En cuanto el ser humano es consciente del otro y de su propia muerte, es cuando necesita cerrar, y no poder saber dónde está esa persona es un dolor inimaginable. Es doloroso no tener un lugar al que ir a pasar el duelo.

¿Cómo vivió el estreno de su documental en Donostia?

Para nosotros, estar en Zinemaldia fue toda una experiencia, un sueño. Era la aspiración que teníamos, estar ahí, darle esa visibilidad y esa fuerza necesaria para que se cree un interés por el trabajo que hemos hecho. También hay otro factor que va más allá del estreno de un documental: la familia. Para los Etxeberria, haber pasado por este festival es muy importante, porque les da también una visibilidad que de otra forma no sería posible.

Volvamos a sus orígenes. ¿Desde cuándo se ve rodeado de cámaras?

Siempre tuve clarísimo que quería trabajar sobre historias, es algo que me ha gustado siempre. Contarlas es una especie de necesidad vital, y me parece intrínseco al ser humano. No es solo lo que ocurre, es cómo se cuenta lo ocurrido. Recuerdo hacer cortos con los amigos cuando tenía 15 años. Los hacíamos con una cámara de cine que nos prestaban y que solo tenía tres minutos. También recuerdo pasarme horas y horas en el cine para ver los mejores planos de las películas. Mis recuerdos de infancia están en las salas de cine; mis recuerdos son películas.

¿Es difícil navegar por el mundo de los documentales?

No sé qué decir. A mí la realidad siempre me parece asombrosa y siempre supera la ficción. El ser humano es de una riqueza de matices increíble, y me parece difícil trasladar esa riqueza a la ficción. Para mí, la realidad es la materia de trabajo más enriquecedora. Además, hago documentales sobre cosas que no conozco, que no sé.

Curioso. ¿No dificulta el trabajo hacerlo desde el desconocimiento?

Me gusta que sea un proceso en el que yo también voy aprendiendo. De la necesidad de entender la realidad cotidiana del ser humano nace mi interés por el documental.

¿Es lo que le ha pasado también con su último trabajo, El vuelo de las libélulas

Es un proyecto en el que tengo depositada mucha ilusión. Habla de un grupo de mujeres entre 50 y 60 años que con todos los achaques que tenemos a estas edades, y con una vitalidad arrolladora, se han metido a hacer natación sincronizada. Son energía en estado puro y un ejemplo de solidaridad, de empatía€ Este es mi nuevo proyecto.

¿Esos proyectos surgen al azar?

Lo que te lleva a ellos es como un pálpito. Tengo algunos rodados que no han visto la luz, no los he terminado de ver, no les veía el alma. En alguna experiencia que he tenido con cosas de encargo he visto que les faltaba el alma, aunque no pueda decir que estén mal técnicamente hablando. Necesito un pálpito que me lleve a ellos, un impulso que me cree la necesidad de hacer un documental sobre un tema determinado.

¿Y qué característica ha de tener un tema para que le inspire un documental?

No hay características concretas. Me interesan los asuntos, ya lo he dicho, que no conozco. Son temas que me hacen plantearme una realidad y también hacer preguntas y buscar respuestas. Me gustan las entrevistas, hablar con la gente, escucharla. Y hay algo que me apasiona: los grupos. El ser humano en grupo me interesa, aunque sea algo poco cinematográfico.

En Historia de un volante

Sí, pero creo que en el fondo el documental tiene un resultado muy coral. Está su mujer, está su hijo, están las personas que han querido a José Miguel Etxeberria...

Estuvo usted en el documental Pura vida

De niño era amigo de Iñaki Ochoa de Olza y jugábamos mucho. Conocía a la familia, a su madre y a sus hermanos. Lo que ocurrió y cuenta el documental es una historia de amistad en estado puro. Cuando Iñaki se siente enfermo en lo alto del monte se activa su rescate, y hay gente que arriesga su vida en un lugar tan duro como el Annapurna para salvar otra. Tuve la suerte de participar en Pura vida, documental que nos llevó a Katmandú, Nepal y al campo base del Annapurna.

¿Le da tiempo a tener varios proyectos o varias ideas entre manos?

Sí. Tenemos el que estamos realizando, uno a corto plazo y proyectos para los próximos dos años. Tenemos varias cosas en la cabeza en todo momento, pero siempre hay una que es la que te atrapa y la que te hace cambiar en cualquier instante. Al final se impone lo que tiene alma, la historia que se conecta con algo que llevas dentro. Los documentales son historias de largo plazo, y si no hay algo que te obligue a conectar con ellas es muy difícil pasar mucho tiempo centrado en algo que no te llama o con lo que no conectas. Si hablamos de Historia de un volante, hemos vivido con la misma intensidad su realización y su estreno. Creíamos en el documental y pensábamos que era una historia que tenía que ser contada.

¿Cuánto tiempo les ha costado?

Desde que empezamos hasta que la hemos estrenado han pasado cinco años. Puede parecer mucho tiempo para algunas personas, pero hay que compararlo con los 41 años que la familia ha estado buscando. Es una parte muy chiquita de tiempo para los Etxeberria. Y hay que recordar que en medio de este documental ha habido una pandemia que ha ralentizado todo el proceso. Lo ha retrasado, sí, pero también nos ha permitido madurar más el guion, centrar las historias, encontrar a los personajes que queríamos€ Hay que ver su parte positiva.

¿Nunca le ha tentado el largometraje de ficción?

No me llama. Ya hemos comentado que el ser humano es de una riqueza tan grande de matices y sentimientos que no veo por qué tengo que inventarme una historia. Los sentimientos reales, los positivos y negativos, superan a la ficción. Ficción es lo que hace una persona interpretando a otra. Hay películas maravillosas que nos hacen vibrar, sentir o que nos divierten, pero saber que la persona que protagoniza un documental es de verdad, saber que vivió realmente lo que se está contando, tiene una fuerza que traspasa la pantalla. Un documental siempre te interesa, siempre te va a contar algo sobre el ser humano que seguramente no sabes.

¿Y hay tanta competitividad como puede haber en los trabajos de ficción?

Hay muchos directores y directoras, pero creo, al menos en Navarra, que el ambiente es más relajado. Nos miramos con admiración y deseamos que a los demás les vaya muy bien. Hay incluso cierta amistad. Me gusta mucho Oscar Alegría, que me parece un poeta de la imagen. También hay gente de generaciones más jóvenes, como Madder Barber o Marina Lameiro, que tienen una frescura y una libertad impresionante a la hora de realizar sus documentales. Hay muchos documentalistas, con algunos hemos competido en Zinemaldia, como Asier Altuna, y me gusta mucho ver lo que hacen. Es que no existe esa competitividad a la que te refieres, nos mueve otro espíritu.

Desde fuera da la impresión de que el documental se acerca mucho a los reportajes periodísticos del audiovisual.

Pues visto desde dentro no estoy muy de acuerdo. Una cosa es el reportaje, un trabajo muy difícil en ocasiones, y otra es el documental. Son diferentes los ritmos, los tiempos, la información que se da, y el tratamiento de los personajes es diferente. Y digo que el reportaje periodístico es muy complicado. Tuve la suerte de trabajar con David Beriain y Roberto Fraile. Estuvimos tres meses en el Amazonas y eran periodistas de raza que hacían reportajes puros y muy bien terminados. Los documentalistas no queremos ser imparciales, queremos que nuestra mirada esté ahí; no somos objetivos, somos subjetivos, y eso lo cambia todo.

Está usted muy apegado a las historias de su ciudad, Pamplona, y del conjunto de Navarra.

Durante un tiempo me tocó trabajar en distintos puntos del planeta, en África, en América Latina y en otros lugares, pero siempre me pareció que tenía que contar nuestra historia local y hacerla universal. Ese es el reto. Es el caso de Historia de un volante. Una desaparición forzada, el dolor que se sufre, lo que supone la ausencia y lo que supone que un Estado haya hecho desaparecer a un ser humano es una historia universal. Hemos hablado con mexicanos, uruguayos, argentinos y chilenos y entendían perfectamente lo que queríamos contar, entendían el dolor que había en el documental.

Y no se ciñe usted a un género. Historia de un volante tiene muchos puntos calientes y sensibles y Historia de un volanteEl vuelo de las libélulas

Yo intento variar, porque si no lo haces te encasillas. Hice una cosa sobre la fuga del fuerte de San Cristóbal y luego todos los proyectos que me ofrecían tenían que ver con la Guerra Civil. Por un lado no quería encasillarme, y por otro no soy un experto de nada. No me gusta repetir, me apetece hacer cosas distintas.

Pero tendrá usted sus lugares preferidos o que le hayan dado una mirada especial.

África tiene una fuerza especial, todo se vive intensamente y lo que cuenta es el día a día. Algo parecido ocurre en América Latina, donde las relaciones que se establecen son muy auténticas. Allí una persona vale mucho y no vale nada. A mi juicio, allá donde haya un ser humano es un lugar estupendo para estar y para contar una historia.

¿Pasa por un buen momento el mundo del documental?

Cada vez hay más miradas. Yo sí creo que está en un buen momento, es un mundo que cada vez ofrece más estilos distintos y diferentes formas de contar las historias. Hemos hablado de los documentalistas más cercanos, pero a nivel internacional puedo citar a Tatiana Huezo, residente en México, que hace unos documentales que me parecen brutales.

Ha viajado usted mucho, pero a la vez es un hombre muy de barrio, ¿no?

Sí. Vivo en la Txantrea, un barrio de Pamplona que tiene mucha vitalidad. Es como una república independiente y estoy encantado allí.

¿Autodidacta?

Empecé haciendo cortos malísimos. Después estudié en la Escuela de Cine de Andoain (Gipuzkoa) y fui haciendo talleres con grandes documentalistas. Aprendes de otros y también de lo que tu mismo haces mal. Bueno, lo que haces mal es lo más obvio.

PERSONAL

Edad: 54 años.

Lugar de nacimiento: Pamplona.

Formación: Estudió en la Escuela de Cine de Andoain y ha realizado talleres de formación con grandes documentalistas.

Trayectoria: Se recuerda en su adolescencia con una cámara en la mano y grabando a los 15 años cortos con sus amigos, además de en muchas salas de cine. Es un reconocido documentalista navarro. También ha participado en reportajes periodísticos de televisión y ha estado en el Amazonas junto al asesinado David Beriain. Le interesa contar historias que ni conoce ni son muy conocidas para el ciudadano, o al menos no con todos sus matices. Entre sus largometrajes destacan Ezkaba: la gran fuga de las cárceles franquistas, Oskara e Historia de un volante, que ha sido presentada a la última edición de Zinemaldia. En estos momentos trabaja en El vuelo de las libélulas, al que pertenece la imagen de los girasoles que ilustra estas líneas.