¿Está por aquí Humphrey Bogart?, pregunto con sorna al mozo que se ha ofrecido a llevar mi maleta. Éste, que ya debe estar vacunado contra este tipo de cuestiones, me responde de inmediato: “No, hoy no se le ha visto”. Viene a cuento de que pisar el aeropuerto de Casablanca sin evocar la figura del gran actor resulta casi imposible. Según el cine, aquí se fraguó el inicio de una gran amistad. Casablanca no sería Casablanca sin la película Casablanca. Eso lo sabe todo el mundo en esta ciudad marroquí.

Pocos la conocen por su nombre original, Dar al’Beida, porque ha prevalecido la traducción que le hicieron los españoles allá por el siglo XVIII, cuando se establecieron para comerciar. Hoy Casablanca, con sus ocho millones de habitantes, es la ciudad más grande y cosmopolita de Marruecos y el principal puerto africano en el Océano Atlántico. 

Bogart ante su Rick’s Café Americain en la película ‘Casablanca’. Cedida

A lo largo de los siglos, la población, étnicamente de raza bereber –la misma del futbolista Zinedine Zidane–, tuvo contacto con los fenicios, los romanos y los antiguos reinos del Alto Níger a lo largo de las rutas de caravanas. Posteriormente fueron los españoles y portugueses quienes sacaron provecho de la privilegiada situación de su puerto. Las leyendas urbanas surgirían el siglo pasado en la etapa del colonialismo francés, cuando cualquier método era admisible para conseguir pasaportes para que los perseguidos por los nazis pudieran cruzar el Atlántico en busca de la libertad.

DE LA FICCIÓN A LA REALIDAD

No busquen en Casablanca restos de lo que ha sido una de las películas más famosas de la historia. Aquello fue ficción y el equipo de rodaje jamás pisó África. Hay, eso sí, un restaurante, el Ricks, en honor del garito que tenía Humphrey Bogart y a beneficio de una americana que lo montó en 2004. El local sigue los detalles de la película, piano incluido, pero sin Dooley Wilson por mucho que a todas horas se escuche A medida que pasa el tiempo. La imitación se puede ver en el Boulevard Sour Idid 248.

Los habitantes de la ciudad soportan estoicos las bromas que hacemos la mayor parte de los viajeros, no sólo mencionando el romance de Bogart con la Bergman, sino el gag inicial de Harpo Marx sujetando una pared en Una noche en Casablanca. Ya la hemos arreglado, me devolvieron la chanza en el hotel.

El zoco en la medina. Begoña E. Ocerin

Lo más aproximado de lo que fue el Casablanca de la época de la II Guerra Mundial lo encuentro en la medina que, como en la mayor parte de las ciudades islámicas, está amurallada, tiene un bullicioso mercado y una enorme actividad artesanal. Me gusta el trato directo con los artesanos, escuchar sus historietas y participar en el regateo de precios, porque, a fin de cuentas, aquí sí que el tiempo parece no pasar.

Atravesar las callejuelas y recorrer el zoco tienen un particular encanto. Los olores se confunden, los vendedores gritan con particular gracejo: “¡Aquí compra la Pantoja!” Y los repartidores lanzan sus penetrantes silbidos desde sus bicis para abrirse paso. Todo un mundo que, lejos de ser un caos, está perfectamente ordenado por el amin o comisario de cada zoco so pena de ser duramente sancionado.

NO PASA EL TIEMPO

Me apena ver al tallista en cobre, latón o plata que se deja las dioptrías en su trabajo para que luego vaya cualquier interesado y rebaje descaradamente el precio de su labor sin tener en cuenta el esfuerzo. El hombre ya ha perdido la cuenta de las bandejas, jarrones, lámparas y mesas que lleva hechas. Observo que de todas las figuras talladas no hay una con aspecto humano. Ni tan siquiera con la efigie de un animal. Sólo representaciones geométricas.

Zona de Corniche, en la Casablanca moderna. Begoña E. Ocerin

Se lo hago saber y sin dejar el cincel me hace una señal negativa con la cabeza. Tanto él como el resto de sus compañeros siguen estrictamente las reglas islámicas contra este tipo de representaciones. Sin embargo, es impresionante la variedad de diseños geométricos y abstracciones que ponen a prueba la habilidad técnica de estos artesanos. 

Menos sacrificada es la confección de babuchas, esas zapatillas de terciopelo bordado y tacón suave que ahora están de moda. Las alfombras de Marruecos son mundialmente famosas, sobre todo las que confeccionan artesanalmente las mujeres bereberes de las regiones de Marmoucha y Chichaoua siguiendo los mismos procedimientos de sus antepasadas. 

Aspiro el aroma de los puestos donde preparan los beghrir y los rghaif, unos crêpes cocinados a la plancha o fritos que, dependiendo de la hora, sacian cualquier apetito. Son ideales para mantener la marcha por este laberinto. Recomiendo los extraordinarios zumos naturales. Se dice y posiblemente con toda la razón, que el moderno Casablanca se construyó gracias a las exportaciones de trigo y cítricos que se hicieron a los mercados europeos.

Los higos pasos ensartados que preparan en Moulay Idriss, un pueblo próximo a Fez, son una delicia, pero mucho cuidado a la hora de probar la tradicional harissa, carne de pimiento choricero extremadamente picante que, en plan guasa, se suele ofrece al turista sin advertirle de que una sola gota en el paladar le hará llorar.

Herboristería donde aseguran que todo se cura. Begoña E. Ocerin

LA CURALO TODO

Junto al vendedor de té con menta encuentro una curiosa herboristería que hace las veces de curandería aunque por la pinta podría ser la cueva de Alí Babá. Al frente de ella se encuentra una sanadora que, según los carteles, lo cura todo. Tiene remedios para cualquier problemilla. “También el mal de ojo”, me dice señalándome la importancia que esta superstición tiene en la mente de muchos marroquíes. 

“El secreto está en la mano de Fátima”, añade con voz trémula. Su método consiste en mantener un tiempo la palma de una mano abierta con los dedos apuntando hacia arriba. La mano de Fátima, en forma de dibujo, pintura e incluso como joya colgante al cuello, es símbolo de buena suerte, no en vano su nombre corresponde a la hija del profeta.

El consultorio de la señora tiene abundante clientela y, por lo que veo, otro tema de frecuente trato es el de la interpretación de los sueños. ¡Quién me iba a decir que soñar con uvas es señal de desastres inmediatos y que hacerlo con una serpiente trae buena suerte! En fin…

El couscous

La cocina marroquí es la más rica y variada del norte de África. Su complejidad y refinamiento se aprecian en la variedad de aromas y colores que poseen sus platos tradicionales en los que se combina la carne con una amplísima selección de frutos secos y pimientos picantes siguiendo las más ancestrales recetas.

Si bien en la medina se puede picotear a base de exquisitas brochetas, las zonas gastronómicas más interesantes están en Corniche con restaurantes exquisitos, como La Mer, famoso por su marisquería, y el puerto donde se pueden degustar pescados y mariscos de gran calidad por precios más económicos. Algunos establecimientos de la calle Chaouia, cerca del mercado de Mohamed V lo confirman.

Sería un desatino estar en Casablanca y no probar el plato estrella por excelencia, el couscous, una combinación de pollo o cordero especiado, sémola y verduras con hierbas. Es un delicado equilibrio de especias y aromas que ya, desde hace tiempo, tiene una merecida fama internacional como representación máxima del arte culinario marroquí. 

Sin embargo, el plato típico de Casablanca es el tajine m’charmel consistente en ragout de carnero cocido en olla de arcilla con el aderezo de aceitunas y tomates locales. También es espacialidad local la harira, una rica y nutritiva sopa a base de caldo de pollo con verduras, perejil, mantequilla, arroz y especias.

El couscous es el rey de la cocina marroquí.

El couscous es el rey de la cocina marroquí. Begoña E. Ocerin

LO QUE BOGART SE PERDIÓ

Paseando por las amplias avenidas del nuevo Casablanca, con sus cafés y elegantes comercios, se podría pensar que me encuentro en una ciudad italiana o del sur de Francia, en lugar del norte de África. Muchas de las áreas públicas están embellecidas con filigranas de madera intrincadamente talladas, con elegante estuco y con azulejos bellamente elaborados. 

El corazón de negocios de Casablanca se encuentra alrededor del boulevard Mohammed V. Desde este punto del paisaje urbano se puede ver una curiosa mezcla de minaretes y agujas de las mezquitas con los modernos rascacielos. Es la principal zona céntrica para ir de compras, con elegantes tiendas, muchas de ellas con artículos de cuero de alta calidad. Precisamente la palabra marroquinería surgió de la legendaria habilidad de estos curtidores. 

Aunque Casablanca no es famosa por sus monumentos históricos, la Gran Mezquita del siglo XVIII es un glorioso recordatorio de su patrimonio. Alrededor de la plaza central se encuentran una serie de hermosos edificios públicos diseñados hace alrededor de un siglo en estilo neomorisco, como el Palacio de Justicia, el Ayuntamiento, la Oficina de Correos y el Banco de Marruecos. Frente al mar se extiende el paseo turístico de Corniche, una zona salpicada de excelentes restaurantes locales y clubs nocturnos.

LA MEZQUITA DE HASSAN II

El horizonte oceánico está dominado por la espléndida mezquita de Hassan II, terminada en 1989. El soberbio edificio parece como si emergiera del Atlántico. Sus paredes tienen 60 metrtos de altura y están coronadas por un techo corredizo hidráulico. Estremece la llamada a la oración que realiza el muecín desde un minarete de 175 metros de altura, sobre todo en el momento de la puesta de sol.

Y si el entorno externo de esta mezquita ya constituye un espectáculo en sí, qué decir de su interior, una bella joya de la arquitectura moderna, que ha servido como punto de partida para la modernización de una amplia zona de la ciudad.