Muchos turistas se asombran cuando presencian la procesión que anualmente tiene lugar el 14 de diciembre desde la Torre de Tokio, el barrio más cosmopolita y caro de Japón, hasta el templo Senggakuji, en el barrio Minato-Ku, cerca de donde se encuentra el Palacio Imperial. Ciertamente no es habitual presenciar en pleno siglo XXI un desfile de 47 japoneses ataviados con ropajes de samuráis cruzando avenidas, entre aparatosos rascacielos, y seguidos de cientos de acompañantes.

Las miradas se apartan por momentos de los atractivos escaparates para prestar atención al acontecimiento. La insólita manifestación constituye toda una muestra folklórica que parece desafiar a los tiempos modernos en una de las zonas urbanas de mayor intensidad de tráfico del mundo. ¿Se han equivocado de época tal vez? Los foráneos muestran su extrañeza, los nativos reverencian a la comitiva y las cámaras de fotos obtienen insospechados planos. 

Templo de Sengakuji.

Templo de Sengakuji.

Pronto me doy cuenta de que para comprenderlo hay que recurrir a las viejas tradiciones niponas, cuando los samuráis protegían a los señores feudales a costa de sus vidas siguiendo las normas del bushido, un particular código que predicaba la muerte antes del deshonor y una lealtad ciega e incondicional a su señor.

El teatro Kabuki

La fecha del 14 de diciembre está marcada en los calendarios nipones junto a la palabra Gishisai, un término que aquí se plantea a los niños en las escuelas como ejemplo de lo que ha significado la lealtad en la cultura de su país. La primera vez que la vi escrita fue en un programa de mano del Kabuki-za, el principal coliseo de Tokio donde se puede ver la especialidad teatral del kabuki, un espectáculo que casi siempre se basa en algún hecho histórico o tradición.

Las obras que se representan son larguísimas. Llegan a durar hasta cuatro horas y son difíciles de digerir para quien no domine el japonés por mucha danza y música que se introduzca en las puestas en escena. El Kabuki-za, creado en 1889 por Izumo no Okuni, una singular mujer del espectáculo, es uno de los más sobresalientes edificios del barrio de Giza, donde se encuentran las representaciones de los comercios más sobresalientes del mundo. Algunos guías locales lo muestran en sus itinerarios como una atracción más de Tokio.

Uno de los títulos estrella de este teatro está relacionado con la gran fiesta denominada Gishisai. Su puesta en escena durante amplias temporadas significa que las casi dos mil localidades se ocupan en cada representación. 

Los Samuráis

No es posible introducirse en la historia de Japón sin hablar de los samuráis, esos hombres de armas que servían a los nobles con una fidelidad tan total y absoluta que arriesgaban sus vidas en favor de sus señores. Eran una especie de soldados-monjes cuyo catecismo era el bushido, un código de virtudes morales basado en la disciplina que seguían hasta sus últimas consecuencias.

Tumbas de los ronin.

Su preparación comenzaba con la mayoría de edad con un estricto entrenamiento en base a la esgrima de la katana, la espada larga, y el manejo de la naguinata o lanza corta. Pero no sólo se les adoctrinaba en el manejo de las armas, sino también en la forma de controlar el propio cuerpo mediante una serie de principios de orden moral, siempre conectados con la impasibilidad frente a la muerte.

Cuando un samurái se quedaba sin señor, sin trabajo, pasaban a ser un ronin, disponible para cualquier ocupación ocasional, lo que no le apartaba de las normas del bushido que le acompañaban de por vida. Despreciaban el dinero, pues éste conducía al lujo y constituía toda una amenaza a la hombría. Su objetivo era conseguir la muerte heroica en combate.

El templo Sengaku-ji

El templo Sengaku-ji no tiene el tirón del Asakusa Kannon donde cada día lo visitan miles de personas entre sintoístas japoneses y turistas. Sin embargo, quienes acuden a él lo hacen principalmente atraídos por un hecho que conmocionó al país entero 

Bajo del metro en la estación Sengaku, miro a mi alrededor y localizo a mi derecha el tejado rojo del templo, cerca de donde se encuentra la isla donde está ubicado el Palacio Imperial. La puerta del templo data del siglo XIX y atravesarla significa entrar en un mundo mágico donde lo primero que me llama la atención es el silencio existente y que contrasta vivamente con el bullicio de las calles de alrededor.

Sobrecoge el recogimiento del lugar, semejante al de cualquier claustro conventual. Hay algunos visitantes que van a rendir culto a sus dioses, pero la mayor parte nos dirigimos a un lugar muy concreto: el museo de los 47 ronin.

Incienso para los ronin.

Incienso para los ronin.

Todo ocurrió en marzo de 1701, cuando Naganori Asano, señor de Ako, en las proximidades de Kobe, recibió a un delegado de la corte imperial de Kyoto que resultó ser un sinvergüenza. Se valió de su posición política para humillar vilmente a su anfitrión ante los señores de la zona que habían acudido a la fiesta preparada en su honor. 

Asano no admitió tal afrenta e hirió a su invitado, pero éste, mediante falacias, provocó la desesperación del dueño, que acabó por hacerse el hara-kiri. No contento con esto, el instigador le confiscó las tierras para que no quedara sombra de su adversario. Sin embargo, no contó con la firmeza de los 47 servidores armados de Asano que comandaba Yoshitaka Oishi.

Estos samuráis, convertidos en ronin por la muerte de su señor, juraron vengar a su señor hasta las últimas consecuencias. Prepararon la acción con detenimiento y el 14 de diciembre de 1702, año y medio después del deceso de Asano, asaltaron la residencia de quien provocó su muerte haciendo gala de su destreza con las armas. Dieron por acabada su misión cuando le cortaron la cabeza al provocador del drama y con ella en la mano vinieron a este templo para depositarla sobre la tumba de Asano. Habían cumplido su misión.

Responsabilidad 

Sin embargo, aquellos fieles servidores sabían que habían transgredido las leyes al cometer aquella matanza. Presentados ante la corte marcial, se ofrecieron a solucionar de una forma honrosa el problema que habían planteado, oportunidad que les fue concedida en vista de la lealtad demostrada. En perfecta formación y ante la tumba de su señor, los 47 luchadores con Oishi al frente, se hicieron el hara-kiri. Corría el mes de febrero de 1703.

Han pasado trescientos veinte años desde que se consumó aquel sacrificio humano que tanto significado tuvo en la sociedad japonesa. El país entero quedó consternado ante la fidelidad demostrada por aquellos samuráis que aplicaron el espíritu del bushido, aquel catecismo que tenían aprendido y que llevaron a la práctica a costa de sus propias vidas.

Este hecho, que, como digo, conmocionó al pueblo nipón, fue considerado el ejemplo más palpable del espíritu que guiaba a aquellos luchadores-servidores. El honor y la lealtad eran las máximas por las que se regían. No es extraño que, con el paso del tiempo, el escenario de aquel sacrificio colectivo se haya convertido en este lugar sagrado al que acude mucha gente buscando la ayuda espiritual de los samuráis.

Monumento a Naganori Asano.

Monumento a Naganori Asano.

Incienso para los héroes

Este dramático final tuvo lugar donde me encuentro. Recorro el recinto donde se están alineadas las sencillas tumbas de los 47 samuráis, la de Oishi y la destacada de Naganori Asano. Me dicen que nunca faltan flores ni tampoco varillas de incienso que se encienden en determinadas fechas en honor de sus ocupantes. Intimida el silencio y el respeto que reina en este islote del bullanguero Tokio.

En el interior del museo se pueden ver las estatuas policromadas de los 47 ronin junto a armas, armaduras y modelos de las ropas que utilizaron los samuráis. Incluso el recibo que se extendió a Oishi a la entrega de la cabeza de su adversario.

La cultura popular, necesitada de héroes en un tiempo de paz, convirtió en leyenda a estos samuráis. Su gesta tiene aquí la resonancia que en occidente pueden tener Robin Hood o el mismísimo Cid y como a tales se les considera en los colegios. Un refrán resume esta postura: el honor es como los ojos; no se puede jugar con ellos.

Teatro, cine y televisión

La historia de los 47 ronin ha ido adquiriendo repercusión internacional con el paso del tiempo, sobre todo a partir de 1748 cuando Takeda Izumo publicó Chûsingura, su versión de los hechos y todo un clásico de la literatura japonesa. La gesta de estos samuráis se ha contado una y otra vez en teatro kabuki, con marionetas, en series de TV y en cine.

Cartel de la película 'La leyenda del samurai. 47 ronin'.

Cartel de la película 'La leyenda del samurai. 47 ronin'.

Posiblemente la película que más popularidad le ha dado al tema en todo el mundo es la producción norteamericana La leyenda del samurái. 47 ronin (2013), en la que se introduce la variante de un mestizo entre los samuráis para justificar el protagonismo de Keanu Reeves.