Turismo de ascensor
La actitud de los tontos de ida y vuelta suele ser, además, provocativa
Hay comportamientos humanos que me sacan de mis casillas. Lo sé, cada día estoy más raro y cascarrabias, pero hay cosas de la vida habitual que alteran mi tranquilidad innata. La primera de ellas es la actitud de los tontos de ida y vuelta. Me refiero a los giros que durante los embotellamientos de tráfico prodigan algunos conductores que se creen más listos que la media.
Son los que en lugar de seguir pacientemente la fila y el orden de los vehículos en una caravana saltan de un carril a otro para atajar, una o dos posiciones. Son ellos, los espabilados del zigzagueo, los que provocan frenazos, sobresaltos y que la adrenalina suba hasta el insulto a la garganta.
Un taxista me dijo hace ya un tiempo que él también participaba en la búsqueda de atajos en la congestión viaria. “Cuando los carriles centrales no andan –me decía el profesional del volante–, me meto en el vial lateral para incorporarme a la general trescientos metros más adelante”.
Lo que no decía el buen señor es que la parálisis circulatoria se producía porque trescientos metros más adelante, decenas de listos como él, se trataban de incorporar a la vía, interrumpiendo la marcha, lenta pero segura, de todos los demás.
La actitud de los tontos de ida y vuelta suele ser, además, provocativa. No se conforman con perturbar la quietud de los demás sino que, para más inri, responden provocativamente los reproches que desde otros vehículos se les hace. Recuerdo un imbécil de BMW, que tras cambiar cuatro veces de carril en cincuenta metros, trató de pasarse al arcén para, desde allí, adelantar a quienes pacientemente guardábamos la fila. Recriminado con el sonido de un claxon, el muy quinqui sacó medio cuerpo por la ventanilla y se dedicó a insultar a todo el que se puso en su alcance visual, dedicando una peineta a todos ellos.
En esos momentos me habría gustado disponer de un tanque para pasar por encima de aquel energúmeno. Pero mi ira momentánea siempre se queda en nada
El segundo comportamiento humano que me lleva por el camino de la amargura es el dispendio con el que parejas jóvenes llevan a sus hijos por la calle. Digo “llevan” cuando mejor debiera señalar “acompañan”. El tránsito de menores por las zonas urbanas, máxime cuando se trata de niños de corta edad, supone un riesgo de seguridad. En primer lugar para ellos y, a continuación, para quienes transitan en vehículo por las calles o avenidas. No son uno ni dos los casos en los que he sido testigo del desdén de unos progenitores que caminan “a su bola” por la calle, y detrás de ellos, avanza la prole de niños jugueteando por la acera o la carretera. El padre de familia de avanzadilla, en animada conversación con el teléfono móvil, en segundo plano, la matriarca con el carrito de unos de los infantes –pero vacío– y cuatro pasos por detrás, dos churumbeles jugando a pillar o a pelearse. Voy palante, vuelvo atrás, me paro, hago ademán de arrancar y me vuelvo a parar. La pachorra de los adultos en la protección de sus hijos en la vía pública desespera. Y cuando, por el bien de los menores, haces una indicación a los progenitores idiotizados, éstos te miran como las vacas al tren y creen que el que está loco eres tu.
Y la tercera actitud humana que me desespera es la penosa utilización de los ascensores. Para quienes tenemos problemas de movilidad, los elevadores son elementos fundamentales para poder acceder a estancias en altura. Un mínimo de sentido común indica que la flecha hacia arriba indica la opción “subir” mientras que la contraria –hacia abajo– la de descender. Pues bien, hay una mayoría de gente que no entiende que si se pretende subir hay que presionar la flecha hacia arriba y hacer lo contrario si se pretende bajar.
En el hospital de Cruces-Barakaldo han tenido que indicar junto a las flechas correspondientes, las inscripciones “Igo-subir” y “jaitsi-bajar”. Ni por esas. La estulticia humana sigue haciendo de las suyas y hay quien en la planta baja pulsa el botón de bajar cuando lo que quiere es ascender –cuando no se pulsan ambos reclamos–. “¿Usted quiere subir?” –pregunté educadamente a un ciudadano que había llamado a la flecha hacia abajo–.
–“No” –me respondió–. “Yo voy a la quinta planta”.
–Y si lo que pretende es subir, ¿por qué pulsa el botón de bajar?
–Para que el ascensor baje.
–Pero, ¿no se da cuenta de que si lo que pretende es subir debe pulsar la flecha hacia arriba, pues el montacargas ya tiene identificado desde donde le llaman?
–Pero es igual, si baja luego ya subirá.
A continuación lo que ocurrió es que el ascensor se detuvo en la planta baja. Montamos en él, y como indicaba, el aparato bajaba. Paró en el menos uno, en el menos dos y en el sótano tercero. De allí comenzó el viaje de vuelta parándose en la planta baja donde desde un principio estábamos. Ahí no acabó el periplo ya que el elevador se detuvo, al menos, en otras dos pisos más (desde donde otros usuarios habían llamado –mal– para bajar). Así, por el “qué más da” de quien no supo diferenciar subir de bajar, nos dedicamos a hacer turismo de ascensor. Turismo que se amplió, porque el insensato que accionó mal la llamada, ahora, con prisa se dedicó desde dentro del elevador a tocar todos los botones a fin de que las puertas se cerrasen o abriesen según pulsaba. Una práctica de pérdida de tiempo y de viaje a ninguna parte más habitual de lo que la gente se piensa.
Estas tres formas de tocar el trigémino se sucedieron en el mismo día y en intervalo de escasas horas. Así que si alguien me vio el pasado martes engorilado como king-kong comprenda las razones que provocaron mi estado de excitación, un “humor” que era casi de tanta alteración como el protagonizado por Javier de Andrés hablando del consejero Zupiria.
Algo le ocurre al líder vasco del PP para estar tan irascible y presentarse ante la opinión pública absolutamente desaforado hasta el desaliño. Quizá el tener un partido hecho unos zorros en Euskadi o, tal vez, su vocación en convertirse en un ayuso alavés. Una cosa es hacer oposición, criticar la gestión del adversario, y otra, hiperventilar hasta el patetismo, acusando a la Ertzaintza y a su principal responsable, el consejero Bingen Zupiria, de “no enterarse de nada”, reclamando a gritos su dimisión. Resulta llamativo el cabreo popular, máxime cuando el sailburu Zupiria es uno de los dirigentes del Gobierno Vasco más transparente, claro en sus expresiones y más autocrítico en sus percepciones.
Contrasta, por lo tanto, la serenidad de uno –el consejero– con el histrionismo de otro –el popular De Andrés– cuyo papel de portavoz radical (por lo extremista de su discurso) no creo que le rente demasiado electoralmente.
El que se ha enfrentado esta semana a los tres especímenes que causan hilaridad es Pedro Sánchez. Bueno, el “resistente” empieza a estar acostumbrado a bregar contra viento y marea. Pero entre los espabilados del zigzagueo –sus socios de izquierda que caminan a golpe de volantazo– ; los que caminan a su bola despreocupándose de la seguridad de los suyos –Abalos y compañía dando munición a sus adversarios– y los no saben si suben o bajan –los catalanes de Junts–, la estabilidad del jefe de la Moncloa comienza a hacer aguas.
Hasta se le ve desmejorado “al guapo” de los socialistas, lo que implica el desgaste personal de la situación.
Bueno, lo de los catalanes de Junts, retirando su apoyo concedido en la investidura, tampoco ha sido novedad. Los incumplimientos de los acuerdos básicos suscritos entre el PSOE y ellos –la amnistía, oficialidad del catalán en Europa, política migratoria, etc.– ya venían provocando un sinfín de desencuentros que había dejado a Sáchez desamparado de mayoría en el Parlamento. Oficializar la ruptura no ha hecho sino constatar una realidad que ya se daba en la práctica.
La cuestión está en cómo aplicará Junts su oposición a Sánchez. Descartado su apoyo a una posible moción de censura (Feijóo sigue sin tener más amigos que Abascal), ¿votarán los catalanes en contra de todas las iniciativas que la mayoría gobernante lleve al Parlamento? . Yo creo que no. Junts tiene más inteligencia política que eso. Además, “tumbar” todas las iniciativas provocaría que también negar el apoyo a medidas propuestas por otros, por ejemplo, el PNV, cuyas relaciones con Junts siempre han sido cordiales. Tampoco sería la primera vez que tal cosa ocurriera. Pero el panorama está por ver. Incertidumbre, inquietud e inseguridad. Las peores características para sustentar una acción de gobierno firme (o débil).
Por desgracia, y conociendo a Sánchez –que solo convocará elecciones cuando le convenga–, vienen tiempos de subir para bajar y viceversa. Turismo de ascensor político. Más de lo mismo.
