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Txiki y Otaegi: reflexiones al alba

Txiki y Otaegi: reflexiones al albaFOTO: EFE

Con ocasión del 50º aniversario de los fusilamientos de Txiki y Otaegi se ha suscitado una notable polémica que ha implicado a políticos, historiadores y asociaciones de víctimas del terrorismo.

Como es conocido, Juan Paredes y Ángel Otaegi, militantes de ETA (político-militar), fueron fusilados el día 27 de septiembre de 1975, tras consejos de guerra sumarísimos, siendo condenados por terrorismo. Idéntica suerte sufrieron los militantes del FRAP: Jose Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena.

El empleo de la violencia armada como recurso de resistencia antifascista o transformación revolucionaria ha sido objeto de un debate permanente a lo largo de la historia, tanto desde la perspectiva de la moral como de la eficacia de los resultados obtenidos.

El historiador inglés Max Hastings en su libro La guerra de Churchill, que aborda el análisis de la actuación de Winston Churchill en el curso de la Segunda Guerra Mundial, realiza una dura crítica de la decisión del primer ministro británico de crear la Dirección de Operaciones Especiales (SOE). La organización nació en julio de 1940 para responder a la exigencia de Churchill de “poner a Europa en llamas” y su propósito era fomentar la resistencia en los países ocupados.

El balance que hace Hastings de las actividades del SOE en la Europa ocupada es claramente negativo. A su juicio, el impacto de la resistencia desde una perspectiva militar fue escaso, excepción hecha de Yugoslavia y Grecia. Sin embargo, la actividad promovida por el SOE produjo graves padecimientos en la población civil por las terribles represalias ejercidas por los ejércitos ocupantes.

Olivier Wieviorka es un historiador descendiente de judíos exterminados en Áuschwitz. Ha escrito libros como Historia de la resistencia y Una historia de la resistencia en Europa occidental. Wieviorka disiente de Hastings. Reconoce el carácter minoritario de la resistencia en la Francia ocupada: estima que, a inicios de 1944, para una población de cuarenta millones de habitantes, menos de cuarenta mil personas estarían implicadas en actividades clandestinas, básicamente en tareas de propaganda y recopilación de información. Wieviorka también reconoce el impacto limitado de la actividad militar desarrolla por la resistencia, pero enfatiza el alcance moral de su existencia, ya que favoreció el rearme moral de la sociedad francesa de la postguerra tras la vergüenza del armisticio de 1940, el colaboracionismo del régimen de Vichy y la pasividad de la población durante la ocupación.

El 22 de junio de 1941, Hitler lanzó la Operación Barbarroja de invasión de la Unión Soviética. Ello significó la ruptura del Pacto Ribbentrop-Molotov firmado en 1939. Como consecuencia, los partidos comunistas europeos se vieron liberados de sus ataduras y se lanzaron a la resistencia armada. Las FTP-MOI eran unidades de la resistencia comunista cuyo propósito era llevar a cabo la guerrilla urbana en Francia contra la ocupación nazi. La sigla MOI (Mano de Obra Inmigrada) hacía referencia al hecho de que sus integrantes eran mayoritariamente apátridas (polacos, húngaros, italianos, republicanos españoles, rumanos, etc.).

Boris Holban fue un comunista rumano de origen judío y líder militar del FTP-MOI en la región parisina. En sus memorias, Boris Holban reconoce que, en noviembre de 1943, cuando fueron desarticulados, los grupos de acción FTP-MOI agrupaban a setenta resistentes. Con tal exigua dotación de efectivos, el FTP-MOI llevaba a cabo una media de tres acciones a la semana.

El activismo del FTP-MOI generó fuertes tensiones con otras formaciones de la resistencia, que preconizaban una estrategia basada en la propaganda y la agitación, por las terribles represalias que los atentados provocaban en la población civil. El FTP-MOI respondía a las críticas afirmando que las listas de represaliados fusilados estaban compuestas mayoritariamente por comunistas.

Boris Holban fue destituido porque se opuso a una directiva del PCF que propugnaba intensificar la actividad armada y dar un salto cualitativo en los enfrentamientos, movilizando destacamentos de quince combatientes por acción, en lugar de tres o cuatro.

En su lugar el PCF nominó a Missak Manouchian, un apátrida armenio, con escasa experiencia combatiente. La falta de cautelas clandestinas, el seguimiento de los servicios de contraespionaje de Vichy, la tortura y las delaciones llevaron al desmantelamiento completo del FTP-MOI de París con la detención de 68 militantes. Tras una parodia de juicio por parte de militares alemanes, veintidós hombres fueron fusilados en el Mont Valerien y una mujer fue decapitada en la prisión de Stuttgart.

L´Áffiche rouge, un cartel difundido por las autoridades de ocupación que denunciaba a un “ejército del crimen” compuesto por extranjeros, convirtió a los resistentes fusilados en héroes. En 2024, el estado francés reconoció con todos los honores al grupo liderado por Missak Manouchian, con el traslado de sus restos al Panteón de París.

Boris Holban fue rehabilitado por el Partido Comunista Francés y, con posterioridad, recibió la Legión de Honor de manos del presidente de la República, François Mitterrand.

Eduardo Rey Tristán, profesor de historia de Ámerica Latina en la Universidad de Santiago de Compostela, publicó su tesis de doctorado bajo el título La izquierda revolucionaria uruguaya, 1955-1973, dedicada a analizar la evolución de las formaciones de extrema izquierda y la influencia de la revolución cubana. Rey Tristán menciona en su libro la conferencia impartida por Ernesto ‘Che’ Guevara el 17 de agosto de 1961 en el paraninfo de la Universidad de la República del Uruguay. El Che, que entonces ocupaba los cargos de Ministro de Industrias y Presidente del Banco Nacional, conocedor del influjo de la revolución cubana en la juventud latinoamericana, abordó la cuestión del empleo de la violencia como estrategia revolucionaria en el marco de una democracia formal como la existente en Uruguay.

Para sorpresa de muchos asistentes, Guevara afirmó que “ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es precisamente la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América”. En este pasaje de su intervención, el Che fue abucheado por parte del público asistente. En la sala se encontraban algunos de los futuros promotores del Movimiento Nacional de Liberacio n (Tupamaros). Obviando la recomendación del Che, los Tupamaros desarrollaron una guerrilla urbana que fue finalmente derrotada por el ejército en 1972, quien aprovechó la inercia para consumar un golpe militar. El propio Guevara, obviando su recomendación, murió asesinado en 1967 luchando en Bolivia, una supuesta democracia formal, en un proyecto de foco guerrillero cuyo propósito es todavía discutido por los historiadores.

Es claro que las condiciones existentes en aquella época en España distaban mucho del régimen de libertades formales descritas por el Che para Uruguay. Baste recordar que en 1963 era fusilado Julián Grimau, sucesor de Jorge Semprún en la dirección clandestina del Partido Comunista, cuando el PCE había renunciado a la guerrilla del maquis en 1948 y formulado su política de Reconciliación Nacional en 1956.

Juan Paredes y Ángel Otaegi fueron luchadores antifascistas y víctimas de una dictadura asesina. No tiene sentido especular sobre la eventual evolución política de Txiki y Otaegi, pero lo que sí podemos afirmar que, en el momento de su muerte, eran militantes de ETÁ (político-militar). Es bien conocida la evolución de esta organización armada que, fruto del desdoblamiento formulado en la Ponencia Otsagabia, dio lugar en 1976 a la creación del partido político EIA, antecesor de Euskadiko Ezkerra. En 1982, el sector VII Asamblea de ETA (pm) anunció su disolución y el cese de la actividad armada.

En su conferencia en la Universidad de la República del Uruguay, ‘Che’ Guevara advirtió a los asistentes que “cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”. En Euskadi podemos dar fe de este axioma: la lucha antifranquista y abertzale derivó, de la mano de ETA (militar), en un torrente de sangre, muerte y desolación que duró treinta y cinco años adicionales, sin materializar aportación alguna a la construcción nacional.

Cuando los historiadores analizan la experiencia vital de las personas que participaron en los movimientos de resistencia europeos, destacan que, al término de la contienda, los supervivientes no experimentaron alegría ni participaron en las celebraciones de la Liberación: les embargó un sentimiento de tristeza por los compañeros desaparecidos, muchos de ellos fusilados o exterminados en campos de concentración.

Este sentimiento de tristeza se vio acompañada por la amargura: pocas organizaciones de la resistencia pudieron ver materializados sus anhelos ideológicos de transformación social. Las instituciones de la postguerra recayeron nuevamente en manos de los partidos tradicionales, vergonzosamente ausentes durante la ocupación. En palabras de una resistente comunista belga: “las personas responsables” bajaron de sus buhardillas y continuaron con sus negocios, mientras nosotros, “los jóvenes inconformistas”, habíamos sido diezmados por la Gestapo.

Cuando rememoramos el fatal destino de Txiki y Otaegi, nos invaden los mismos sentimientos de tristeza y amargura. Sentimientos recogidos por Al alba, una canción escrita por Luis Eduardo Aute como una composición amorosa, pero que Rosa León transformó en una denuncia de la dictadura y de los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975.