“Vivimos en momentos de cambios y rupturas en el compás del tiempo”. (Xosé Carlos Arias)

No es fácil ser objetivo ante libros de amigos, y menos de familiares a los que aprecias. En este caso se trata de Xosé Carlos Arias, profesor de Política económica y ensayista. Entre sus libros destacan Leviatán tras el naufragio (Espasa) y La formación de la política económica (Cívitas). En los últimos años ha publicado, junto con Antón Costas, la trilogía formada por La torre de la arrogancia (Ariel), La nueva piel del capitalismo (Galaxia Gutemberg) y Laberintos de la prosperidad (Galaxia Gutemberg), donde trata de una suerte de economía política del capitalismo contemporáneo. Esta vez ha publicado un sugerente libro que engancha y titulado El tiempo es oro, con el subtítulo Economía política del nanosegundo (trans/forma). Hace poco, el 24 de junio, lo presentó en el Ateneo de Madrid donde, junto al mismo Xoxé Carlos, participaron también Antón Costas, Cristina Monge y Cecilia Castaño. Insisto: no es fácil hablar de un libro escrito por alguien cercano y apreciado. Pero lo haré, al menos lo intentaré. Recomiendo su lectura, no es indispensable saber demasiado de economía, basta con sucumbir a su incógnita y devenir que a todos nos afecta. No nos es indiferente. Intento extraer las claves de su argumentación, ideas fundamentales y vertebrales del libro, frases significativas y párrafos más premonitores de su introducción, seis capítulos y notas finales. Parafraseo con rigor preciso, creo. Espero haber acertado en el intento. No habrá sido por falta de voluntad.

Afirma Xosé Carlos Arias que vivimos tiempos líquidos, ligeros, fragmentables. Y no solo porque ingerimos fast food o nuestra mirada salta continuamente de una pantalla a otra prefiriendo siempre la más leve y veloz. Adquirimos productos y seguimos modas de nerviosa obsolescencia, y a la hora de pagar el dinero electrónico se hace omnipresente. El conjunto de la vida social parece marchar con otros ritmos, cada vez más acelerados: tenemos la impresión de que todo va a otra velocidad, cambios en la percepción del tiempo que sentimos cada vez más acelerado, y que se manifiesta de un modo particularmente visible en el terreno de la economía y las finanzas. Lidiar con las cosas del tiempo no es sencillo. Sin embargo, ya en ámbitos menos transcendentales, sí es posible precisar e incluso medir las tendencias hacia un cambio profundo que la dimensión temporal está experimentando en nuestras sociedades. Cierto que puede haber en ello un componente puramente subjetivo: psicólogos han constatado la presencia de dosis crecientes de ansiedad y agitación en la experimentación del tiempo en nuestro presente. Pero también hay aspectos más objetivables que se manifiestan con singular claridad en la evolución de la economía. Es objetivo que las acciones hoy tienden a durar menos en las manos de sus propietarios o que los tiempos de aproximamiento en un buen número de industrias han pasado de meses a días. O que podamos realizar operaciones de inversión en países lejanos en poco más que un parpadeo.

Cuanto más rápido, se abren perspectivas excitantes y grandes oportunidades para la economía surgiendo así ventajas en otros aspectos de la vida. Algunas preguntas. ¿A quién no maravilla acceder instantáneamente a la información más sofisticada, encontrar la aguja en el pajar en apenas segundos? ¿No es formidable resolver rápidamente asuntos tales como adquirir un billete de avión o realizar una transferencia bancaria? ¿Cómo no valorar ese ahorro de tiempo? ¿Es posible que las finanzas ultrarrápidas originen alteraciones de importancia en el orden económico, social, incluso democrático, con la consiguiente necesidad de ponerles límite? ¿Se impondría así una cierta percepción de que el tictac se erige cada vez más como un tirano intolerante? ¿Controlamos los ritmos de nuestras vidas? Pareciera que corremos y corremos, sin ir a ninguna parte. ¿Esa sobre- aceleración nos produciría malestar-miedo y/o una cierta y paradójica sensación de inercia? Hay algo que es cierto, las posibilidades de acceso a la información se han multiplicado en las últimas décadas, a la par que se diversificaban y popularizaban los soportes para acceder a ella de modo que todo parece ya densamente interconectado.

Se trata de un recurso sin posible parangón histórico y que está transformando las sociedades de una manera radical, en particular la economía, provocando todo tipo de alteraciones, ya sea en las estructuras productivas, el consumo o la distribución de la renta. La dimensión del tiempo es mucho menos conocida y estudiada sobre todo si se contempla con una mirada larga de futuro. Y es que la cambiante relación entre economía y velocidad representa uno de los aspectos más singulares del capitalismo actual.

En esa dinámica, las viejas restricciones temporales parecen quedar definitivamente atrás. Porque si bien es cierto que el intento de acortar plazos es inherente a la lógica del beneficio, tratándose por tanto de un asunto conocido desde hace mucho, es ahora cuando se proyecta de un modo más punzante y visible. Y también más problemático, porque sus consecuencias son potencialmente desestabilizadoras. Ocurre en el conjunto de la economía, pero es en los sistemas financieros, grandes protagonistas de la expansión de los mercados donde la dinámica de innovación ha sido llevada a su máxima expresión. La búsqueda de una mayor velocidad se manifiesta allí mucho más que como un simple deseo: para una porción notable de esas transacciones, lo que antes se contaba en días, o en horas, ahora una fracción de segundo ya es demasiado. Su procesamiento, por lo tanto, quedará inevitablemente confinado en el dominio de la máquina; los algoritmos, la inteligencia artificial están aquí en buena medida al mando, y a ellos, y a sus automatismos, corresponde tomar decisiones.

Es, por lo tanto, una verdadera carrera hacia cero, en la que tan solo una barrera no ha sido aún traspasada: la de la velocidad de la luz. Por asombroso que pueda parecer, una parte crucial de la gran partida económica de nuestros días se disputa en los términos de esa carrera. Es aquí donde cobra pleno sentido la expresión que Google utilizó en una célebre campaña publicitaria; “cada milisegundo cuenta”. Y después de la afirmación siguiente, “preguntas”: la fuerza disruptiva de todas estas innovaciones y cambios es un hecho transcendental que tiene muchas caras e implicaciones; genera grandes expectativas, de salud, conocimiento y bienestar, pero también interrogantes y miedos. Preguntas, de nuevo, sí. Preguntas: ¿Cómo adaptarse a esos cambios? ¿Cómo vivir a otra velocidad? ¿Cumplirá, con respecto a la economía, la tecnología sus promesas de progreso, conocimiento y estabilidad? ¿Y si en esa “otra velocidad”, medida en nanosegundos, algún elemento extraño interfiriera? ¿Seremos capaces de mantenerlo bajo control? ¿Nos conduce toda esta evolución a una encerrona de la que difícilmente sabremos salir? ¿Qué está detrás de las dinámicas de aceleración social que tanto caracterizan esta época?

Ciertamente la existencia de una desventaja temporal resulta clave para entender alguna importante deriva de la política democrática en su fase actual y alguna de sus consecuencias en forma de malestar, auge de movimientos anti-sistema y en general, retroceso de la idea de democracia liberal. El nanosegundo podrá experimentar idas y vueltas, retrocesos momentáneos, pero ha venido para quedarse y marcar con fuerza las relaciones sociales y la marcha de la economía a lo largo de las próximas décadas.

Voy terminando: si bien la velocidad creciente constituye una señal de identidad del capitalismo desde sus orígenes, ha sido en las últimas décadas cuando ha alcanzado su máxima expresión. Pero no todo avanza y se transforma al mismo paso: vivimos en una era de profunda desincronización en la que la economía, y sobre todo las finanzas, para las que hablar de nanosegundo ya no es exagerado, evolucionan con ritmos mucho más intenso que otros ámbitos como es la política democrática (con mayúscula, añado yo), que también se acelera más y más pero siempre por detrás. Todo lo cual trae (0 podría traer, añado yo) consigo consecuencias de primer orden muchas de ellas altamente “conflictivas”.

Apasionantes reflexiones. Puro futuro incierto. Nos afecta. Nada no es indiferente, para lo bueno y lo menso bueno. Lectura muy recomendable, incluso necesaria. Buen libro. Engancha.