La ética se ha encargado de poner a los jueces estrella españoles en el lugar que les corresponde, que es mostrar su superioridad en la UE. Les gusta ser diferentes porque creen que aprobar la oposición a juez significa saber todo de todo, aunque no sirva de nada, pero sacia su vanidad. Con un tufillo político en sus sentencias. Son rebeldes respecto a la Justicia europea, pero sumisos a los partidos que les apoyan en el escalafón. Un caso paradigmático es Garzón, pues al margen de sus contactos para que Felipe González le nombrara ministro, sin lograrlo, se sintió humillado y le avisó que se arrepentiría. Así fue, pues difundió que González era el promotor del GAL.
Volvió a la Audiencia Nacional sancionando a detenidos vascos por terrorismo a condenas eternas, no respondió a los recursos ante el TEDH de los presos aduciendo que habían confesado bajo tortura. Fue expulsado de la carrera judicial por irregularidades en una instrucción. A partir de ahí, el resentido Garzón experimentó una metamorfosis y se dedicó a difundir información que conocía de su paso por la Audiencia Nacional. Era presente en tertulias televisivas, daba conferencias en todo el mundo y se convirtió en el redentor de todas las causas que le dieran popularidad.
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Acusó a Pinochet de genocidio, pero por su incapacidad para instruir una acusación se le escapó porque quería que fuera detenido en Inglaterra y deportado a España. Actualmente se ha instituido en el defensor de Gaza contra Netanyahu y Trump. En una entrevista televisiva desarrolló una defensa de los palestinos que podría ser el ejemplo de caudillo de un pueblo ignorado. Pero su historial en juicios contra jóvenes vascos y su obsesión contra González por apoyar al GAL y su trayectoria hace muy dudosa toda su apelación a la justicia. Tempus fugit, juez Garzón.