La actualidad suele ser, habitualmente, aburrida y tediosa. Sobre todo cuando los acontecimientos se suceden como un déjà vu resabido y cansino. Que el Tribunal Supremo español, con el juez Marchena a la cabeza, no aceptaría la aprobación y la entrada en vigor de la ley de amnistía, era algo que se preveía. Pero su auto desestimando su aplicación a Puigdemont, Junqueras y otros implicados en el procés a los que someten a una sui generis interpretación del delito de malversación, es una innovación jurídica que raya la estupidez.

Los magistrados del Tribunal Supremo ponen en evidencia en este fallo su vocación íntima de corregir al legislador en su papel creativo, convirtiéndose de facto en observadores de la ley y su aplicación y promotores e interpretadores de su espíritu. Una pretensión omnímoda de difícil parangón en el panorama democrático europeo de nuestro entorno.

Pero, lo dicho, este cliché de togados politizados que aplican la justicia bajo impulsos ideológicos, no es nuevo ni tan siquiera extraño.

Lo mismo ocurre con el intento deslegitimador del PP en relación a otro tribunal, el Tribunal Constitucional de quien, ahora que no controlan, dicen es un nido de socialistas que juzga de parte y de forma “inmoral”. Sal gruesa en una actividad ponzoñosa y aburridamente desesperante que en Celtiberia comenzó en tiempos de Maricastaña. Y en esa época, precisamente es donde hoy, llevado por la curiosidad, he encontrado divertimento. “Los tiempos de Maricastaña” fue una frase hecha que comenzó a acuñarla Cervantes en una de sus Novelas ejemplares. La mención hacía referencia a una brava mujer gallega –María Castañeira– que en siglo XIV tomó parte activa contra los señores feudales y clero (obispo de Lugo) que pretendía despojarla de sus tierras.

María Castaña fue, por lo tanto, una mujer que tuvo su tiempo. Como otra, también María, –la Sarmiento– que, como relata el cuento, “fue a cagar y se la llevó el viento”. María Sarmiento fue, según consta en las referencias históricas, una noble que defendió el castillo de Toro en las luchas de sucesión castellana tomando partido por la infanta Juana la Beltraneja. Posicionándose en el bando perdedor, María Sarmiento, de aspecto extremadamente delgado y seco, tuvo que afrontar las represalias de los Trastámara vencedores hasta que le llegó el perdón real. Por su aspecto y su castigo se acuñó el dicho/cuento que aún hoy se menciona a los niños; “fue a cagar y se la llevó el viento”.

¿Hasta dónde la empujó el viento? Probablemente hasta el “quinto pino”. El quinto pino, expresión utilizada para poner en evidencia la lejanía física, también existió y fue Felipe V (el primer Borbón) quien mandó que lo plantaran durante su reinado.

El entonces duque de Anjou, además de acabar con el sistema de fuero tradicional en Catalunya y Aragón y centralizar el poder, hizo más cosas. Entre ellas, mandó plantar cinco pinos frondosos en la calle Castellana madrileña. El primero de ello se encontraba al comienzo del paseo del Prado, cerca de la estación de Atocha y el último, el quinto, donde hoy se encuentran los nuevos ministerios, siendo el más alejado del centro de la ciudad. Este distanciamiento provocó que el árbol en cuestión se convirtiera en punto de encuentro obligado para citas que buscaban cierta privacidad, lo que hizo que el “quinto pino”, siendo lejano, se transformara en un alusión literaria de referencia.

Es probable que hasta allí acudiera otro de los personajes referenciales que han pasado a la posteridad. De él solo se conoce el nombre; Julián, pero su existencia ha trascendido por su sobrenombre con el que fue apodado: “el tonto del bote”. Su peculiar forma de pedir limosna, con un bote en la mano, le hizo popular en los mentideros de la capital del Estado.

Pero, como indica la Biblia, según traducción libre de San Jerónimo, “el número de necios es infinito”. Entre estos lerdos destacó, también, Perico de los palotes. Aunque no hayamos encontrado reseña concreta sobre su origen y existencia, varias fuentes apuntan genéricamente a un personaje de pocas luces que seguía al pregonero y que tocaba un tambor con dos baquetas (palotes) en un comportamiento ridículo que provocaba la chanza del populacho.

Otro tanto ocurría en relación a Abundio, un supuesto personaje navarro del que se decía que “cuando iba a vendimiar llevaba uvas para el postre”. Sin embargo, existen varias menciones diferentes a dicho nombre propio destacando la que las hemerotecas recogen de un labriego cordobés que “en una carrera en la que corría sólo, llegó el segundo”.

Hay mucha más literatura interesante escondida en la sabiduría popular que ha trascendido hasta nuestros días. Podríamos hablar de Picio y su hermosura, de Ambrosio y su carabina, Calleja y sus cuentos, Rita la “pollera” o Perogrullo. Pero la más alucinante de cuantas menciones se pronuncian hoy en día es la correspondiente a Bernarda. No la Bernarda Alba lorquiana. La Bernarda que ha pasado a la historia por ser más citada en las conversaciones es la conocida por sus genitales. Por el “coño de la Bernarda”. Pero, ¿Quién fue Bernarda y qué le pasaba en sus partes íntimas? Según se cuenta, hay varias teorías al respecto. La primera es que se trataba de una santera de la localidad granadina de Atarfe que curaba las enfermedades de quienes introducían su mano en la vagina. Otros estudiosos de la microhistoria, siguiendo esta tendencia, apuntan a que esa Bernarda vivía en la zona de Sierra Morena y que curaba animales y no personas. Y, por abundar, otras leyendas apuntaban a que la tal Bernarda era en realidad la hija de un rey musulmán llamado Aben Humeya o que era una prostituta que se fue a Marruecos para hacer negocio con los soldados españoles en la guerra del Rif.

Sea como fuere, aludir al “coño de la Bernarda” viene a significar que algo está desorganizado, que es caótico y confuso. Que todo el mundo opina y hace sin orden ni concierto. Exactamente, lo que la mayoría de los mortales percibimos que ocurre en la política española. Ni el primer acuerdo entre los dos primeros partidos del Estado, fraguado sobre el quinquenio de zafarrancho en los órganos jurisdiccionales, ha venido a poner orden en este desbarajuste.

La tregua no ha durado ni dos minutos y ambos combatientes –PSOE y PP– ni tan siquiera se han puesto de acuerdo sobre el contenido firmado.

Hemos vuelto al circo de tres pistas en el que la derecha endurece su perfil para restar espacio a los extremos de Abascal y al nuevo outsider Alvise. Y del lado de la Moncloa, los socialistas se las ven y se las desean para seguir manteniendo sus alianzas. Lo cierto es que si se presentan iniciativas sin pactarlas inicialmente, difícilmente conseguirán mantener los apoyos parlamentarios. Los errores de siempre, la soberbia de quien se cree gobernar en solitario, siendo más débil que nunca.

Y por si el barullo fuera poco, el circo centra su acción de acrobacia, nuevamente, en Catalunya, donde la inestabilidad política y el bloqueo conducen, inexorablemente a una repetición electoral el próximo 13 de octubre. La única opción de investidura previsible, la de Salvador Illa, sigue sin verse y sin opciones. Esquerra cura como puede sus heridas electorales y hay quien ya no descarta una fractura interna. Pere Aragonès y, especialmente, Marta Rovira, la dirigente que controla con mando a distancia desde Ginebra, pretenden acabar con Junqueras. Éste se resiste y pretende redirigir el partido…, a partir de septiembre. Tarde, muy tarde, para Illa y quizá también para Sánchez. Mientras, Puigdemont mantiene su fuerza y su propuesta que le conducirá a una repetición electoral donde, con una lista pretendida de unidad y en la que pudiera estar un sector de los republicanos, intentar ser la oferta política de mayor respaldo en Catalunya. La cuenta atrás está activada en Catalunya. Habrá que ver a quien afecta y con mayor consecuencia, la onda expansiva de esta bomba de relojería.

Por mucho que Sánchez hable de una legislatura que acaba en 2027, necesita de la aprobación de un presupuesto para estirar el mandato. Y sin el apoyo de los catalanes esto parece improbable. Con la fecha fija del 13 de octubre en el calendario catalán, Sánchez puede tener la tentación de activar también la maquinaria para disolver las Cortes y convocar elecciones generales en tal fecha y aprovechar el tirón que Illa le pueda prestar. Para ello, los plazos legales le llevarían a que el 19 de agosto debería pulsar el “botón nuclear” que desembocaría en elecciones. Atentos pues al calendario, a las sorpresas vacacionales… y al coño de la Bernarda. Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV