En muchas ocasiones, los grupos humanos caemos en la tentación de sobrevalorar lo propio como un bien supremo, en contraposición de lo ajeno, que erróneamente minusvaloramos y restamos trascendencia.

Ese efecto de creer que lo “tuyo” es lo único y lo mejor, se denomina chauvinismo. Esa reducción del campo mental de visión debe combatirse con el conocimiento, abriendo la mente a una cosmogonía no dogmática que nos posibilite comprender, con sentido común, la naturaleza compleja de las cosas.

Los vascos, quizá por tendencia defensiva hacia un poder exterior que durante años ha constreñido y limitado nuestra personalidad y su expresión, hemos tenido esa tentación de creer nuestros propios mitos. Somos diferentes sí, pero no mejores que otros. Ni somos descendientes de Aitor y de Mari, ni la “txapela” -capellum en latín significa sombrero- o las alubias -que llegaron de América- son elementos genuinos de Euskadi. Como esas cuestiones hay más. Historias que debemos conocer para entender la multiculturalidad que alimenta nuestras raíces y que enriquece nuestro acervo. .

Aunque el origen del acordeón resulte remoto -2700 A.C.- podemos hablar de un instrumento con formato y funcionamiento parecido a los acordeones actuales a partir de una pieza creada por un artesano austríaco en 1829. Se trata de dos cajas de madera unidas por un fuelle que al moverse origina un flujo de aire necesario para hacer vibrar unas lengüetas

La trikitixa, un acordeón duatónico (soinu txikia) no es, por lo tanto, aunque parezca lo contrario, un instrumento musical autóctono. Aunque sonara en nuestros pueblos con el calor y el acento de León,Txilibrin, Fasio, Maurizia, Tapia y Leturia y tantos otros.

Cuentan los historiadores que la trikitixa llegó a Gipuzkoa de la mano de un grupo de trabajadores italianos que participaron en la construcción del primer ferrocarril del territorio. Corría el año 1863 y las obras del tramo entre Beasain y Donostia avanzaban con gran lentitud, así que la Compañía del Norte, impulsora del proyecto, recurrió a este grupo de piamonteses experimentados en la construcción de ferrocarriles, y curtidos en la dura tarea de horadar túneles en las entrañas de la tierra. El grupo de trabajadores italianos se asentó en el corazón de Gipuzkoa y con ellos llegaron costumbres tan arraigadas en nuestro territorio como la trikitixa o el deporte de la tronza.

El arribo de los piamonteses fue clave para dar un impulso definitivo a las obras del que sería el primer tren de Gipuzkoa, que comenzó a operar el 1 de septiembre de 1863 entre Donostia y Beasain. Y con ellos llegó también la música de un instrumento que enseguida arraigó en fiestas y romerías del mundo rural y que contó, inicialmente con la oposición de las autoridades y el clero que consideraba a la triki ( “infernuko auspoa” o “fuelle del infierno”) de dudosa moralidad. A pesar de todo, durante muchos años el acordeón fue el instrumento por excelencia en fiestas y celebraciones. Similar recorrido al de la triki puede mencionarse con la patata. Aunque nuestro subconsciente asocie a Álava el calificativo de “territorio patatero”, lo es, pero menos.

La patata llegó de América en el año 1560 pero no comenzaría a cultivarse en Álava hasta mediados del siglo XVIII. Anteayer, prácticamente. Y vino a este territorio impulsada por la investigación, por la ilustración de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. La ciencia rompió el mito de que se trataba de un producto nocivo para los humanos y lo que comenzó siendo una planta ornamental y de engorde para el ganado, se convirtió en un producto básico de la agricultura alavesa a mediados del siglo XIX.

Aquel tubérculo tenía futuro y en 1851 se puso en marcha en Arkaute la Casa de Agricultura de Álava -más tarde, Granja Modelo- dedicada al estudio, formación e impulso de sistemas innovadores de los principales cultivos del territorio-. Más adelante, en la República, se creó en Iturrieta, en la Sierra de Entzia, la Estación de Mejora de la Patata dedicada a la investigación científica para la mejora genética y selección de variedades. El primer centro de este tipo en el Estado. Los resultados no se dejaron esperar y en años posteriores las labores de experimentación, selección de variedades y mejora genética posibilitaron la multiplicación de la producción de este tubérculo, con variedades autóctonas perfectamente adaptadas a su medio y la obtención de una patata de siembra de excelente calidad. 

Durante décadas, Álava ha liderado la producción de la patata de calidad en la península. Pero, la entrada en la Unión Europea tuvo como consecuencias la liberación de los mercados y otras medidas comunitarias que influyeron enormemente en la rentabilidad de la producción. Como consecuencia, a partir de los años 90 comenzó el declive y de unas 18.000 hectáreas cultivadas en todo el territorio se pasó en destinar a la patata una superficie menor de un millar y medio de hectáreas. Lo que no disminuyó fue la calidad del producto.

En 1993 el Gobierno Vasco otorgó a la denominación de origen “Patata de Álava” el sello Eusko Label, certificado que distingue los productos de alta calidad. Desde entonces, la innovación no se detuvo y en la actualidad, de la mano del instituto de investigación Neiker, se ha conseguido obtener entre 400 y 800 patatas por metro cuadrado gracias a sistemas aeropónicos. A través de cultivos en invernaderos, sin hacer uso del suelo, evitando enfermedades y reduciendo costes, se ha generado un producto sostenible y ecológico inmejorable.

Otro ejemplo más: las maravillosas anchoas en conserva que extraordinariamente se envasan en la cornisa cantábrica, y de manera especial en todo el litoral de Euskadi, se producen, gracias al conocimiento y la colaboración de las industrias pesqueras vascas con los conserveros italianos.

A finales del siglo XIX, las principales capturas de los arrantzales eran las sardinas, el besugo o el bonito. La anchoa era una presa menor que se que pescaba en algunos arenales aprovechando que los bandos de peces se acercaban a la costa a desovar. El método de conservación de los pescados era, fundamentalmente, el escabeche que contaba con un incipiente procedimiento industrial. Todo cambió cuando un importante núcleo de importadores y empresarios italianos procedentes del sur de aquel país, llegó hasta el Cantábrico en busca de la anchoa, un producto que tradicionalmente habían utilizado en sus respectivas pesquerías.

Junto a su experiencia, los empresarios italianos trajeron consigo un proceso innovador de conserva hasta entonces no utilizado en nuestro ámbito; la salazón. Las anchoas se salaban dentro de barriles alternando capas de pescado con capas de salmuera y tras tres meses de curación se procedía a su transformación, limpieza y envasado en aceite. La nueva conserva, hoy apreciada en todo el mundo, impulsó el desarrollo de una industria alimentaria que nos identifica con la calidad.

La triki, la patata, las anchoas… son partes de un país singular. De un pueblo con marcados signos de identidad pero que ha sabido absorber como una esponja valores y enseñanzas de las diversas civilizaciones y culturas que se han cruzado en su camino. Desde los romanos, los celtas, los visigodos, los árabes, los francos…

Los vascos somos europeos desde siempre. Desde que la historia hundiera sus páginas en el pasado. Desde que los primeros “sapiens” se establecieran en esta zona geográfica en la era Magdaleniense gracias al denominado Efecto Foehn, que creó un refugio climático benigno frente a la glaciación. Desde entonces hemos sido consustanciales a este continente y a las sucesivas culturas con las que hemos convivido y que nos han dejado una marcada huella en nuestra personalidad de Pueblo singular.

Hemos sabido evolucionar y trascender buscando un porvenir que permita a las próximas generaciones disfrutar de un futuro más próspero, más justo y con mayor bienestar.

Somos vascos y somos europeos. Y queremos seguir siéndolo en el futuro. Sin chauvinismos estériles que solo conducen al aislamiento. Pertenecientes a una comunidad en la que sicilianos, occitanos, flamencos, sardos, frisones, catalanes, bretones o gallegos tengamos en nuestra carta de identidad nuestra nacionalidad respectiva y, además, la ciudadanía europea.

De esto van las próximas elecciones del 9 de junio. De constituir un parlamento en el que todas las voces, todos los idiomas, todas las identidades, sean respetados y acogidos en un proyecto asociativo común. Sin chauvinismo. Pero también sin vetos. Miembro del Euzkadi Buru Batzar del PNV