“Más que la presencia es la ausencia de genes lo que nos hace humanos”. Recientes estudios del Instituto Broad del MIT y las Universidades de Harvard y Yale publicados en la revista Science sobre el genoma animal, llegan a estas muy interesantes conclusiones. La falta de ciertos genes en el genoma humano respecto a otros primates podría ser determinante de la evolución de la humanidad. Y añaden que estas ausencias de fragmentos genéticos comunes en los humanos están relacionadas con funciones cognitivas y neuronales vinculadas con la formación de células en el cerebro.

No hay duda de que somos distintos de otros primates, pero no superiores biológicamente a ellos o a otros seres vivos por su especialización y capacidades sensoriales, motoras o de memoria. No hay más que ver las capacidades físicas de felinos, aves, mamíferos marinos y muchas especies que nos ganan en lo suyo, y con creces. Seguramente lo que nos hace distintos y muy distintos es la capacidad de interacción entre los individuos, capacidad articulada sobre el lenguaje y las habilidades técnicas, acompañada por la capacidad de transmitir conocimiento. Lo que llamamos cultura acumulativa de generación en generación que incorpora la ciencia, la técnica, el lenguaje y las artes es un legado de miles de años, sobre el que añadimos la capacidad colectiva de organización y acción de cada generación con sus nuevas aportaciones. Pero no todo suma, ya que hay que contar con la capacidad destructiva local y colectiva que se desencadena cada siglo y en muchos lugares, a pesar de la cual obtenemos un balance global de progreso y desarrollo de la especie. En este balance, la tecnología hija del conocimiento científico es lo que más deslumbra en este último siglo, pero seguramente no estamos tan orgullosos de ver los avances equivalentes en los aspectos sociales y de interacción constructiva entre las personas; es la otra cara de la moneda, nos referimos a la estrategia de la cooperación que seguramente nos condujo por el camino sobre el que estamos. Un camino que, según estos estudios, no se sustenta una biología demasiado brillante para los retos físicos de percepción, acción y especialización que regulan las acciones en el corto plazo, sino una respuesta de un mono generalista cooperante que aprende orientado al largo plazo.

En estos días también hemos podido escuchar a Eudald Carbonell sobre el “porvenir de la especie”, que brillantemente conecta nuestro remoto pasado con ese incierto futuro o porvenir que califica potencialmente de catastrófico para la especie, si no se reconducen pronto y a tiempo los rumbos vigentes. Habría que orientar de otra forma y en direcciones contrarias nuestra organización social y económica, las relaciones con los recursos planetarios, el uso del conocimiento, y las dinámicas de decisión y poder. Nos dice que el desenlace fatal ocurrirá pronto si seguimos en las dinámicas individualistas que abundan en la forma de vida que nos hemos construido, tras la consolidación de la sociedad industrial y en las puertas de la sociedad digital y del conocimiento. Retroceder en la globalización, construir una planetización de abajo arriba, apostar por la diversidad identitaria de los grupos humanos y distribuir urgentemente el conocimiento son algunas de sus pautas que considera totalmente imprescindibles en ese giro radical, que evite una extinción muy posible, la sexta a nivel planetario.

Por otra parte un gran pensador, el filósofo y sociólogo Edgar Morin, con sus 101 años de vida -–lo que le da una visión humanista, histórica y nada sospechosa de intereses particulares–, también recela del rumbo de la humanidad y afirma textualmente que no caminamos hacia un mañana brillante. El individualismo y el egocentrismo que crecen y el anonimato magnificado por las redes sociales conducen a la destrucción de la convivencia. Son pocos pensadores y líderes sociales los que perciben con claridad la construcción de un futuro mejor, y la opinión generalizada de mayores y jóvenes es que tras un telón de incertidumbre se esconde un futuro con grandes problemas que exceden de la capacidad individual y colectiva de resolver las cosas.

El catedrático de Filosofía José Antonio Marina, escritor y pedagogo, nos alarma sobre la trascendencia de la educación y profundiza sobre las deficiencias instaladas históricamente en los sistemas educativos, abogando por “una vacuna contra la estupidez”. El pensamiento crítico y el desarrollo personal no se fomentan adecuadamente –quizás en un entorno sociopolítico no interesado–, donde se saca más rédito de la confrontación que de la cooperación. La escenificación de liderazgos ficticios sobre ideologías nada o muy poco fundamentadas abunda frente a los retos ocultos y urgentes de cambios imprescindibles en los modos de vida de las sociedades vigentes.

Y para concluir este texto podemos hablar del ChatGTP o la inteligencia artificial generativa, que nos subyuga en la capacidad de construir respuestas de cierta complejidad, en forma de textos, imágenes y audios, e impactar de lleno en el delicado mundo del trabajo y sus condiciones. Es una tecnología que se basa en el tratamiento acumulativo de millones de documentos e información reunida en las bases de datos que vamos engrosando del casi infinito tráfico de información que los 4.000 millones de usuarios activos en el mundo aportamos diariamente. Se producen, entre otras cosas, 7.000 millones de audios y 4.700 millones de fotos al día, alimentando esos depósitos inmensos de información sobre los que operan los famosos algoritmos de la inteligencia artificial con sus sesgos y criterios. Sin duda este desarrollo tecnológico viene a condicionar –aún más– casi todo lo anteriormente dicho y pone en entredicho las bases éticas y modelos sociales que hemos heredado del pasado reciente.

Como vemos, la diversidad de enfoques, la dislocación de conceptos y la dimensión de los efectos de la tecnología crean un espacio caótico que nos llama a volver a lo esencial de esta rara especie que ha invadido el planeta. Insistir en la necesidad de cooperación entre líneas de pensamiento tan distintas, que no distantes en los fines, sólo tiene salida si buscamos un contexto de cooperación constructiva, en la que seguramente nos podría ayudar ChatGTP preguntándole: ¿Qué tienen en común y cómo se complementan los modelos de pensamiento y propuestas de Eudald Carbonell, Edgard Morin y José Antonio Marina? Tal vez las altas capacidades de cooperación que nos hicieron distintos en el planeta puedan potenciarse en velocidad y alcance usando la tecnología que llega y llega. Desde luego, si la empleamos para confrontar, estamos seguros que no llegaremos muy lejos, porque la confrontación es contraria a lo que nos hace humanos y, si además la enriquecemos de potente tecnología, los grandes desastres ocurrirán antes de lo esperado.