Hay lugares en este mundo que parecen malditos. Viven la miseria, la sequía y la guerra, todo ello acompañado por hambrunas, enfermedades y una falta casi absoluta de medios para hacerles frente, si no es por la ayuda de emergencia exterior que reciben. Infiernos digo, como el caso de Somalia; lugares cuyas historias parecen sacadas de alguna película de estas apocalípticas donde el único horizonte que se observa a lo lejos es un mar de polvo y arena. Pero es real. Aunque sea muy difícil abrir los ojos y contemplar dicho espanto, existe y afecta a millones de seres que viven sin fuerzas cada día una lenta y dolorosa agonía. La afección es tan áspera que incluso los niños, la vulnerable infancia, pierden su alegría natural, maldecidos por la desnutrición que les impide llenar sus inocentes ojos con la felicidad de sus juegos e ingenuas esperanzas de futuro. La situación en ciertos lugares del país es no solo mala, sino terrible, padeciendo sequías crónicas que llevan afectándoles persistentemente desde hace casi 40 años.

Somalia cuenta con un régimen de lluvia muy especial, con dos temporadas al año, para nutrir a una agricultura de subsistencia, pero estas, como ya ha ocurrido antes, llevan un tiempo sin producirse. Esta situación ha forzado a que cerca de 3,8 millones de somalíes (de 17 millones) se hayan desplazados a los campos de refugiados de Dolow, su salvavidas, aunque sea para no morir de inanición. No es la primera vez que sucede. En 2011 pasaron otra grave época en la que no hubo tres ciclos consecutivos de lluvias y murieron 260.000 personas de hambre. Pero no es el único país afectado por la alteración climática en la zona, otros como Kenia y Etiopía están pasando por lo mismo; estados que se ven desbordados por esta desgracia que afecta directamente a la propia existencia como es el acceso a los alimentos.

Como ya han predicho los expertos, hay ciertos lugares del planeta que se van a ver más afectados que otros por los vaivenes caprichosos y crueles del cambio climático (grandes sequías o lluvias torrenciales). Importa poco si son países muy o escasamente contaminantes (como es el caso), sufren la ingrata maldición de la geografía (y del egoísmo humano). Pero como ninguna desgracia viene sola, Somalia también forma parte de ese grupo de países denominados Estados fallidos. Lleva desde hace no se sabe cuánto sometida al yugo de la violencia armada, bien de señores de la guerra, bien del yihadismo, siendo Al Shabab la organización más importante, vinculada a Al Qaeda, la que tiñe de negro con su violencia y fanatismo el día a día del país. Y el terrorismo nunca facilita las cosas, las empeora. No es capaz de actuar con razón alguna, y menos aún con un poco de consideración, entendiendo la grave situación que atraviesa el país. Y eso afecta a la ayuda internacional. Pues aunque los campamentos de desplazados de Dolow son vigilados por las tropas gubernamentales, y no se han visto afectados por ningún ataque, las milicias de Al Shabab actúan a su libre albedrío, por lo que no tienen ningún reparo en apoderarse de los envíos de ayuda, sin medir sus efectos. Para evitar un desastre mayor, y como enviarla por avión es muy caro, se entrega dinero a los desplazados para que puedan adquirir los alimentos en los mercados locales. No obstante, son parches. No es una solución a largo plazo.

En la actualidad, la Unión Africana y EE.UU. son los grandes valedores del Gobierno somalí, pero, a pesar de ciertos progresos en el control del territorio, las milicias de Al Shabab, con gran implantación, prosiguen con su actividad armada, sembrando el terror, incluso envenenando pozos de agua o ya reclutando a niños para engrosar sus filas. Aun a pesar de esta realidad de urgencia, el Gobierno somalí se resiste a declarar el estado de hambruna, porque, de hacerlo así, los fondos que recibe para impulsar proyectos estratégicos a futuro se verían afectados, priorizándose los paquetes de alimentos. Claro que las previsiones no son buenas y la prolongación de la actual sequía (ya son dos ciclos sin lluvias) augura un escenario poco halagüeño para el país y sus gentes. A todo esto, un reciente informe de la ONU titulado Viaje al extremismo, caminos de reclutamiento y desvinculación, configurado a través de una serie de entrevistas, destaca cómo la mayoría de los casos de jóvenes yihadistas reclutados no lo hacen por las creencias religiosas (solo el 17%), sino por necesidad (el 25%). Allí, donde están creciendo más estos grupos radicales es donde la miseria campa a sus anchas, ya sea Somalia, Burkina Faso, Camerún, Chad, Malí, Níger, Nigeria y Sudán.

Además, aunque a nivel global las víctimas por los efectos del terrorismo han descendido en estos últimos años, el África Subsahariana, según el Índice Global de terrorismo (GTI), es la única región en donde los atentados terroristas (yihadistas) han aumentado. Representan el 26% de los 5.000 que se han producido en el mundo en 2021. De hecho, entre 2011 y 2020, el número de muertes provocadas por las distintas organizaciones terroristas en África ha sido de 51.717 personas, a lo que habría que sumar los millones de desplazados y sus temibles efectos secundarios (inestabilidad y debilidad institucional). Todo ello deja en evidencia que las sociedades más pobres, con mayor falta de expectativas sociales, son más vulnerables al reclutamiento yihadista. La zona del Sahel es la más proclive, por desgracia. Por eso, se están barajando otras estrategias que no sean solo la intervención militar directa. Las cifras son recurrentes, el 70% del gasto en ayuda destinado a estos países se dedica a la seguridad, pero no a la prevención. Y ahí está el talón de Aquiles. Las misiones militares no han resuelto las causas de los males existentes, eso se ha visto tanto en la retirada de Afganistán, en Mogadiscio o las misiones galas en el mismo Sahel. La apuesta debe ser por invertir en la sociedad, en las familias, en la educación y en el desarrollo. Para eso hace falta otro enfoque y más recursos, de lo contrario… a saber qué será de Somalia y otros países cuyo futuro depende de nosotros.

Doctor en Historia Contemporánea