Reconozco que soy fan de Carlos Iturgaiz. Nadie en su mínimo espacio político es más representativo y auténtico que él. Encarna a esa derecha antinacionalista y primitiva, en estado puro. Discípulo aventajado de Mayor Oreja, en 1997 se dedicó a volar el acuerdo de investidura con J. M. Aznar bajo el mando a distancia de Don Jaime. “Mientras Cascos cena kokotxas en Sabin Etxea con Arzalluz, a nosotros nos matan”. Sin embargo, ahí sigue, vivito, coleando, y acusando al PNV de todo lo que se le viene a la cabeza. Cascos le salvó la vida a Aznar imponiéndole un coche blindado que en el atentado de ETA en 1995 contra él, logró que saliera ileso. Y es que un portavoz del PP en Euzkadi tiene que ser tan pirotécnico como Iturgaiz, aunque yerra el tiro diciendo lo que dice contra el PNV, pero hay que reconocer que lo hace muy bien, incluso cuando titubea. Puro realismo mágico. Excelente seguimiento a Cánovas cuando decía que “con la patria, con razón o sin ella”. Sí, señor. Por eso creo que tenemos que hacer rogativas en la basílica de Begoña para que dure muchos años, ya que comienzan a moverle la silla.

Con esto del marketing le ha salido un sutil contrincante en Borja Sémper, tan carca o más que Iturgaiz, pero más fashion y con mejores formas, ocultando las siglas PP, como hizo en la campaña municipal, y sabiendo manipular la realidad mucho mejor que el actual presidente del PP en sus provincias Vascongadas. Reconozco asimismo que entre Iturgaiz y Sémper me quedo con el primero. Sémper es la pose vacía que o está a las maduras o no está. Iturgaiz está a las duras y a las maduras. Sémper hace tres años abandonaba la política yéndose a Madrid. Se le había quedado pequeña Euskadi y veía que con Casado aquello parecía no tener futuro. El panorama ha cambiado con Núñez Feijóo y vuelve como McArthur, pues el país le necesita, y nadie le afea lo que dijo sobre su retiro definitivo fuera de la política. Era solo una cuestión de oferta y, al parecer, Feijóo le ha hecho una que no ha podido rechazar. La prueba del algodón la veremos cuando el PP, si tiene opción de gobernar, y solo puede hacerlo con Vox, Sémper sin duda lo asumirá y nos dirá que Vox es una opción como otra cualquiera y ahí veremos si su modernidad hace ascos a una ultraderecha tóxica para cualquier planteamiento democrático. El PNV ha sido muy claro diciendo que jamás pactará con nadie que acuerde nada con Vox. Excelente postura, sabiendo muy bien que estos políticos de diseño tienen la gran virtud de ser flexibles como el junco y en saber utilizar el trampolín como nadie. Personalmente no me gustan un pelo. Contestó en una entrevista el domingo pasado que “soy muy madrileño y no tengo intención de marcharme” y su equipo de fútbol es el Real Madrid. Todo muy legítimo pero donde esté Iturgaiz, que se quite Sémper y todos los trapecistas que donde dicen digo, digo Diego y se quedan tan anchos porque son modernos y chelis, aunque apoyen lo dicho sobre Brasil de su correligionaria Cuca Gamarra.

Parto de la base de que todo partido y toda persona puede hacer y decir lo que quiera pero no deja de ser llamativo el hecho comprobable de cómo la estación términi de este tipo de político vasco de los tres partidos vertebradores de España no es la pequeña aldea vasca, sino el oso y el madroño madrileño. Se pirran por él, pero no para trabajar por Euzkadi, sino para degustar las mieles del poder español y es que la fascinación del pesebre madrileño obnubila a este tipo de salvapatrias que considera una pasantía sobrevolar por la sucursal vasca un tiempo corto. Viendo el espectáculo, me pregunto dónde está el grado de implicación de estas gentes tan vocacionales con Euzkadi para que todos terminen aposentándose en Madrid. Marcelino y Mayor Oreja, Alfonso Alonso, María San Gil, Borja Sémper, Javier Maroto, José Eugenio Azpiroz y hasta Santiago Abascal, que fue de la misma escudería de los citados. Aman a Euskadi, pero solo en Navidades, porque lo suyo es la Villa y Corte y, si alguno nos achaca nuestra presencia madrileña desde 1917, decirles que sí, pero con ida y vuelta. Ningún diputado del PNV en 40 años se ha quedado a vivir bajo la sombra del madroño. Ahí está la diferencia. No menor y sí consustancial con el auténtico compromiso político.

Pasa lo mismo con el PSE. Enrique Múgica, Joaquín Almunia, Txiki Benegas, Antón Saracibar, los dos Redondos, Juanjo Laborda, Juan Manuel Eguiagaray, Claudio Aranzadi, Carlos Solchaga, Patxi López, Ramón Jáuregui, Eduardo Madina, José Luis Corcuera, Josu Frade, gentes todas ellas muy respetables pero que a la primera de cambio cogen el billete de ida, y ahí acaba su implicación vasca. Lo curioso es que si antes argumentaban sobre la violencia como causa del abandono, de momento, como con el juancarlismo, no hay demasiadas explicaciones. Incluso Carlos Solchaga, que fue nada menos que portavoz del Grupo Socialista Vasco en el Congreso.

La muerte de Nicolás Redondo Urbieta a los 95 años (q.e.p.d.) me ha hecho recordar dos vivencias y el cambio que se produce al vivir en el llamado poblachón manchego. Redondo, “niño de la guerra”, líder sindical de la margen izquierda de la Ría, miembro del Consejo Consultivo del Gobierno Vasco en el exilio, encarcelado y perseguido, fue uno de los pesos pesados del pacto del Betis para que saliera renovado el PSOE de la clandestinidad tras lo que se consideró el pacto de los vascos (Múgica, Redondo, Benegas) y los andaluces (González, Guerra, Chaves), los del clan de la tortilla. Al benemérito Rodolfo Llopis, el secretario general del PSOE histórico, lo dejaron colgado de la brocha en Toulouse y en Suresnes (1974) apostaron por Felipe González como líder emergente de un futuro que se abría tras la muerte del dictador.

Recuerdo una vivencia de principios de 1976. La dirección jelkide de aquel momento boreal nos habíamos reunido en casa de los cuñados de Gerardo Bujanda en un piso entre la calle Mayor y el Boulevard (familiares del hoy diputado Iñigo Barandiaran), y tras la reunión fuimos a cenar con Nicolás Redondo, Enrique Múgica y Txiki Benegas en el restaurante Aita Mari, debajo de la calle Campanario. Por el PNV estaban Juan Ajuriaguerra, Xabier Arzalluz y quien esto firma, que era un pipiolo. El interés de aquel PSE era una acción política conjunta. Manteníamos al Gobierno Vasco en el exilio, las costuras de la dictadura parecía que comenzaban a abrirse, ETA había decidido seguir con la lucha armada y la experiencia de la clandestinidad y del Gobierno Vasco de 1936 les impulsaba a ser muy machacones en el eje vertebrador de la política vasca, PNV-PSE. Previamente, habíamos decidido convocar el Aberri Eguna en Iruña, como un pulso al régimen, iniciativa que ETA malogró secuestrando y asesinando a Ángel Berazadi.

Lo único que logramos materializar de aquellos buenos deseos fue la candidatura conjunta del PNV con el PSE y ESEI para el Senado, incluyendo a Navarra en las elecciones de junio de 1977. Nos interesaba que Navarra no se desgajara del planteamiento nacional y por entonces el Comité Central Socialista Vasco abarcaba asimismo a Navarra. Y no solo eso. Aquel PSE reivindicaba el derecho de autodeterminación como lo hizo en el Aberri Eguna de 1978, ahí está la foto, y nada menos que Rubial, Redondo y Benegas sostenían la pancarta de la marcha en día tan señalado por las calles de Bilbao. Fue el último Aberri Eguna que celebraron. A partir de ese momento, el Comité Central Socialista Vasco desgajó Navarra del resto de Euzkadi, no celebraron nunca más un Aberri Eguna y la visión del país comenzaron a hacerla desde el Madrid de los Borbones. Era normal. Si tu vocación es la política española, apostar por el paisito, como coloquialmente llaman algunos a Euzkadi, dejó de tener sentido.

Nicolás Redondo ha sido enterrado en el cementerio de la Almudena en Madrid. Tras su muerte se le ha reconocido con justicia su trabajo sindical, su enfrentamiento con el partido de gobierno, del que era diputado, la consolidación de la UGT y su polémica televisiva con Marcelino Camacho, y todo esto ha estado muy bien aunque yo haya recordado un duro intercambio de reproches con él en una recepción. Me echó en cara el conocido plan Ibarretxe y la deriva que eso suponía, llegándome a decir que el PSE con quien debería pactar y hacer política en Euzkadi era con el PP, como se vio con la estrategia conjunta que llevaron a cabo Mayor Oreja y Nicolás Redondo hijo en el Kursaal en abril 2001. Ante semejantes reproches, le recordé aquella cena en el Aita Mari, la celebración de los Aberri Egunak por parte de ellos hasta 1978, la aprobación en Suresnes del derecho de autodeterminación y su presencia sosteniendo aquella pancarta y el desgajamiento de Navarra del resto de Euzkadi en su organización. “Nosotros no hemos cambiado”, le dije, “seguimos siendo los mismos y reivindicando lo mismo. Quienes habéis cambiado en giro de 180 grados habéis sido vosotros e Ibarretxe no reivindica nada que no reivindicabais vosotros”.

No fue fácil aquel encuentro, muy distinto a la relación que habíamos mantenido con él en el pasado así como en el Congreso de los Diputados. El cambio total es una realidad a ser analizada sobre el influjo que causa la capital de España en el ideario de algunas personas. Madrid se ha convertido en una ciudad estado, España dentro de España y en un algo absolutamente perjudicial para una buena convivencia. Por eso vivir allí y optar por hacer política desde Madrid les lleva a los dirigentes del PP y el PSOE a hacer política desde la sombra que proyecta el madroño, algo que tiene poco que ver con la sombra del Árbol de Gernika. Y ahí están los hechos y la filosofía de dos nacionalismos, el español y el vasco. Y esa es la realidad con la que hay que contar.

Diputado y senador de EAJ-PNV (1985-2015)