La cárcel Modelo acaba de cerrar sus puertas definitivamente. El centro ha cesado su actividad este 8 de junio, a punto de cumplir el 113º aniversario de su inauguración. Una cárcel modelo de indignidad que sin embargo se llamaba así, Modelo, gracias al lema escogido por quienes la construyeron: In severitate humanitas, por su pretensión de una nueva realidad penitenciaria que sustituyera la condición de los presos, abocados a morir en las mazmorras, por un modelo de reclusión donde el castigo se alejaría de la venganza para acercarse a la reinserción social.
Pero lo cierto es que la cárcel Modelo ha llegado a albergar a más de 13.000 reclusos cuando estaba proyectada para 850. Hubo épocas en las que había una muerte semanal por agresión, la droga y las mafias lo controlaban casi todo y durante décadas fue un símbolo de la represión franquista en Cataluña.
Clausurada la cárcel Modelo, ¿qué decir del sistema penitenciario actual? La cárcel solo contempla la pena de privación de libertad y, sin embargo, los reclusos soportan muchas penalidades complementarias. La peor de todas, la incapacidad del sistema para una reinserción social exitosa ante la mirada de una sociedad que ve mejor el castigo vindicativo aun sabiendo de la degeneración de las prisiones atestadas de excluidos y enfermos, sobre todo mentales, verdaderos centros de dislocados psicosociales.
Josep Ramoneda recuerda que en los últimos cuarenta años, la población penal ha crecido enormemente, en todas partes. El caso más llamativo es Estados Unidos dónde en 1970 había 200.000 reclusos y ahora hay 2,3 millones. Y señala al investigador Didier Fassin que lo atribuye a la combinación de dos fenómenos: la intolerancia selectiva de la sociedad frente al delito y el populismo penal. Lo que se traduce en “una extensión del dominio de la represión y en una ampliación del régimen de sanción”.
La cárcel no es la solución porque destruye a la persona reclusa y no mejora al delincuente que viene de la marginación y la discriminación; al salir a la calle, muchos tienen que volver a delinquir. Para entender las consecuencias de la cárcel es preciso enumerar algunos efectos directos y colaterales: la cárcel se ha convertido en un sistema social alternativo a partir de las carencias previas en un espacio inhóspito, reducido y peligroso, que produce sensación de vacío y estado de ansiedad, con grave riesgo de drogadicción, perturbaciones espaciales y carencia total de intimidad que tiene graves consecuencias para la propia identidad. Escasa movilidad, sensación de peligro, alteraciones del sueño, dificultad para elaborar un proyecto de futuro, rigidez en las relaciones, embrutecimiento sexual, relaciones interpersonales centradas en la dominación, caldo de cultivo para la soledad, el pesimismo y la dureza emocional. El preso se vuelve fatalista, desconfiado, lábil, inestable. Una vida insana que le agota física y psíquicamente.
Ampliar las penas de prisión puede, al contrario a lo que se espera, empeorar los problemas y el coste de la reclusión. Además de repensar con urgencia el modelo carcelario, se imponen alternativas básicas. Por ejemplo:
1) Invertir en hospitales penitenciaros y unidades de psiquiatría forense para enfermos mentales que cometen delitos, como lugares intermedios entre la cárcel y la libertad, fuera del sistema de justicia. 2) Fomentar la reparación de la víctima como medida alternativa, según los casos. 3) Legalizar medidas para evitar el internamiento de tantos preventivos como única vía que garantiza la presencia del encausado en el juicio. 4) Ampliar la experiencia catalana de pisos para presos en régimen abierto y fuera del centro penitenciario, pero que no tienen ningún símbolo externo que lo identifique como tal para no estigmatizar el lugar. 5) Acercar a los encarcelados muy lejos de su lugar de origen. 6) Fomentar el voluntariado de prisión.
Muchos miles de personas padecen el lado más oscuro del Estado de Derecho porque no estamos dispuestos a invertir más y mejor en medidas preventivas y de reinserción sociopenal. La justicia es otra cosa.