La situación en Extremo Oriente es muy preocupante. Según el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la tensión es tal que podría estallar en cualquier momento una guerra termonuclear. Pero siendo así y ante las consecuencias catastróficos que supondría para el planeta resulta difícil de entender por qué no se pone remedio inmediato.

En el marco de lo que algunos especialistas denominan Guerra Fría menor, hay dos contendientes: Corea del Norte y EEUU. En este caso, aunque Corea del Norte se presenta como un país dentro del eje del mal, con una dictadura hereditaria comunista, cerrada y cruel y Estados Unidos como el paladín de las libertades, también hay por medio idiosincrasias que ocultan otra verdad más profunda: la geoestrategia de seguridad norteamericana. Recordemos lo sucedido en ese silencioso enfrentamiento entre EEUU y la extinta URSS. Ninguna de las dos potencias quiso un enfrentamiento nuclear, pero ambas temían que el otro contendiente lo iniciara y, por eso, estuvo a punto de precipitarse dicha locura. Pero lo que hoy, sí sabemos es que quien tuvo más intenciones de emprender una guerra preventiva en los años 50 no fue la denostada URSS sino EEUU ante la previsión de que los soviéticos pudieran equiparse con armas de destrucción masiva (como así sucedería).

El actual contexto, aunque diferente por la naturaleza de los enemigos, es semejante. EEUU ha reaccionado de una manera desmesurada y desplegado una poderosa flota en la región como reacción ante los reiterados alardes militaristas de Corea del Norte. El régimen de Pyongyang está liderado por un chaval de 27 años, King Jong-un, que no presenta los rasgos afilados del típico sádico dictador de turno. Y, sin embargo, por eso mismo, se le percibe como más peligroso, pues su actitud amenazante es más inconsciente y, por lo tanto, grave. Nada que ver con los dirigentes comunistas soviéticos que sabían lo que implicaba un sangrante conflicto por haberlo vivido durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque la capacidad militar de Corea del Norte solo afectaría, por el momento, a su vecina Corea del Sur o a Japón, la hecatombe que podría originar sería terrible. El coste humano y económico alcanzaría tales cifras que todos nos veríamos afectados.

Pero es justo decir que si, para prevenir algo que no ha sucedido, la consecuencia es la muerte anticipada de millones de seres humanos inocentes, entonces, hablamos de absurdo y locura. No es mi intención la de defender a Corea del Norte. La situación no lo permite, es un régimen despótico y cruel, cuyo lavado de cerebro a sus ciudadanos es tan notable que sabemos que a miles de ellos no les importaría sacrificarse por su líder. Su ceguera ante la falta de libertades es tal que no podemos más que sorprendernos en su vana creencia de que todo lo que está fuera de su territorio es un paraje lleno de enemigos. Y los pocos represaliados que logran huir ofrecen un testimonio escalofriante de sus experiencias bajo el régimen comunista. Pero no debemos olvidar que sus anhelos son vivir, no tanto ser como nosotros sino ser fieles a su país, y la propaganda del régimen les ha convencido de que Estados Unidos pretende destruirles. Es tal su convencimiento que no dudarán en actuar y comprometerse y defender hasta el final, aunque eso les suponga la destrucción total, a su líder. Por eso, frente a esta forma tan irracional y dirigida de pensar, a Occidente solo le queda ser más hábil. Si EEUU plantea un órdago sobre la mesa al régimen coreano, este no solo actuará por instinto de supervivencia, sino que en su paroxismo es posible que sucumba a la locura de emprender un conflicto bélico

El miedo es un arma de doble filo. El miedo crea fantasmas donde no los hay, provoca reacciones y respuestas equívocas que nos pueden llevar a actuar de un modo irresponsable y, sobre todo, despiadado. De ahí que toda alternativa a la guerra siempre es deseable. Concebirla, calcular el número de bajas como si fuese un juego de mesa, es por el contrario insensato. Así que Washington está obligado a dar un paso atrás en sus amenazas.