Vivimos en tiempos revueltos y confusos con la tensión entre el desplazamiento de la filosofía de las aulas y la necesidad de recuperar la educación filosófica como una acción capaz de plantear problemas nuevos; y a la vez, ser un referente educativo que enseña la buena vida, llamada ética, en un lenguaje para todos. Estamos bajo los efectos de la educación tecnológica, ajena a los interrogantes acerca de sus consecuencias más allá del corto plazo y donde la filosofía se vuelve irrelevante.

Esta reflexión viene a cuento gracias a la revisión de mis libros y papeles que realizo con periodicidad para mantener las constantes del espacio y de la armonía familiar que disfruto. Y en esto que aparecen unos textos de la filósofa Marina Garcés que se caracteriza precisamente por hacer de la filosofía práctica un recurso intelectual accesible presentando sus inquietudes intelectuales de manera que facilita pensar con espíritu crítico. Lo ha conseguido conmigo leyéndole ideas como esta: “Hay una creciente brecha abierta entre lo que hay que hacer y lo que puede hacerse, lo que importa de verdad y lo que cuenta para quienes hacen y deshacen; entre lo que ocurre y lo deseable”.

Si estuviesen de moda las tertulias de antes, con tiempo por delante y espacio para la comunicación entre quien habla y quienes escuchan, surgirían reflexiones lúcidas en torno a estas ideas de Garcés. A mí me sugiere que toda brecha es susceptible de ampliarse o corregirse; depende de la dirección de los esfuerzos. Si lo que pretendemos es blindar solo nuestra posición individual, la conclusión puede describirse con la rotundidad de Hugh Downs: Afirmar que mi destino no está ligado al tuyo es como decir que tu lado del bote se está hundiendo.

Actuamos demasiadas veces de manera insensata porque creemos que lo contrario no va a servir de nada. Y nos movemos desde el temor a que mi solidaridad se interprete como una debilidad cuando no una trampa traicionera: por eso abundan los que ya no pretenden una sociedad mejor, pues mejorarla es una esperanza vana, conformándose con no perder lo que ya tienen. Arriesgamos cada vez menos y cuando lo hacemos, es sobre todo para no perder. Pero el miedo a perder nos hace perder hasta empobrecernos por dentro y por fuera. Quizá sea una explicación al incremento del voto conservador en Europa.

Garcés nos recuerda que vivimos en un país de rebajas: rebajas salariales, rebajas en derechos sociales y políticos, rebajas en ambiciones culturales, rebajas en los imaginarios colectivos? Al contrario de la filosofía, que no acepta rebajas y ni siquiera es neutral, es crítica; de lo contrario, sería un refugio, una zona de confort intelectual y ética que traicionaría su objetivo fundamental. Ella demanda actuar con “humildad ambiciosa” porque no lo sabemos todo pero podemos ir más allá si respetemos los límites de la existencia para no acabar estrellados.

Ya no existen soluciones parciales a los problemas de nuestro tiempo. Por eso me parece oportuno que se destacase en el Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo) la idea de “mentes críticas para tiempos críticos”. Repensar lo que somos y hacia donde queremos ir; porque todos, en definitiva, buscamos lo mismo: que nos quieran, poder amar, sentirnos realizados y libres. Pero estamos desconcertados por las consecuencias de la inmoralidad, tan atractiva a corto plazo como casi todo lo malo.

Creo que se impone la reflexión “entre lo que ocurre y lo deseable” para encontrar resultados diferentes; interrogarnos críticamente sobre lo esencial, que no es la emulación del poseer permanentemente insatisfecha, sino amar. Ponernos a recuperar la alegría de amar como una forma de innovar ante la insatisfacción existencial que ya es parte de nuestra cultura. Recordar o volver a pasar por el corazón (re-cordis) la importancia de vivir con un espíritu ético. Es una forma de filosofía práctica que reflexiono con Marina Garcés, para lograr las mejores experiencias.