En un año con tantas citas electorales, los partidos políticos afinan su maquinaria para convencernos de que la mejor opción posible es la suya. Para ello usan todos los mecanismos posibles de persuasión y contratan a expertos para que les puedan asesorar. Ideólogos como Dick Morris (Bill Clinton), Anthony Giddens (Tony Blair) o Karl Rove (George Bush) se han hecho famosos y ganando las elecciones de las campañas para las que fueron contratados.

Lemas como: “El Estado es el problema, el individuo es la solución” (Ronald Reagan), “Es la economía, estúpido” (Bill Clinton), “La tercera vía” (Blair), “El conservadurismo compasivo” (Bush) o el celebérrimo “Yes, we can”, de Obama, han pasado a la historia. Curiosamente, si pensamos en la política española solo tenemos el recordado lema del PSOE: “Por el cambio”.

Así pues, ¿cómo hacer un eslogan atractivo? Es muy complejo, aunque se debe cumplir un principio fundamental: deben generar esperanza. Al fin y al cabo, si lo pensamos bien, eso es lo que vende un partido político. Esperanza. La empresa que gana más dinero vendiendo esperanza es Walt Disney. Todas las historias tienen un final feliz. Los buenos ganan a los malos. La rana se convierte en príncipe. Los amantes perdidos, después de múltiples peripecias, terminan comiendo perdices.

Por desgracia, esta esperanza se ha perdido. Los múltiples casos de corrupción han hecho mucho daño. Pero además hay otro problema: un político no puede generar, como hemos visto en la campaña electoral andaluza, “un millón de puestos de trabajo” de la nada. Tampoco tiene tanto poder. Ello es debido a que existen fuerzas económicas, tecnológicas, demográficas, geopolíticas y sociales que nos arrastran. Eso es la globalización. Ni más ni menos. Por eso John Micklethwait, editor de The Economist, piensa que este año “los ciudadanos de las grandes democracias económicas se sentirán abandonados por sus dirigentes”.

Entonces, ¿cómo persuadir a los votantes? Pensemos en lo que debería ser.

El debate político se debería centrar en ideas que nos ayuden a adaptarnos a los nuevos tiempos. Por desgracia, las soluciones no son sencillas ya que la cuestión, según Robert Rubin (secretario del tesoro norteamericano con Clinton), consiste en contestar a la siguiente pregunta: ¿Cómo formular ideas políticamente atractivas que reflejen la verdadera complejidad de los asuntos y neutralicen las simplificaciones de pegatina?

Sin duda, esa es la clave. Generar ideas que sirvan para recordarnos la esencia de lo que debería ser la buena política: un medio para construir un mundo mejor. Así, los técnicos de Hacienda que equiparan al Partido Popular (o al partido que sea) con Cáritas tendrían razón. Sin embargo, las cosas no son así.

Michael Ignatieff es un intelectual canadiense que resume muy bien todo este mundo: “De las tres elecciones a las que me presenté, ninguna fue un debate sobre el futuro del país. Todas fueron sucias batallas sobre legitimidad política. En mis cinco años y medio en política ninguno de mis rivales se molestó en atacar lo que yo pensaba, lo que mi programa decía lo o que yo quería para mi país. Estaban demasiado ocupados atacándome”.

Es peligrosa la vida del intelectual en la política, ya que puede terminar con el famoso síndrome de Siracusa. ¿En qué consiste? Es la historia del filósofo griego Platón, que tras una breve y negativa experiencia política en Siracusa volvió a su trabajo habitual debido a la imposibilidad de lograr mejoras sociales. Sus compañeros, para burlarse, le preguntaban por su breve viaje: ¿Qué tal por Siracusa? Desde entonces, de todo intelectual que se dedica a la política y sale trasquilado se dice que ha sufrido el síndrome de Siracusa.

Y sí, por desgracia, ese es el tema ahora. A menudo, los mecanismos de persuasión consisten en deslegitimar al adversario y en el consabido y repetitivo y tú más. El que está, necesita tiempo para que le dejen terminar lo que empezó. El que no está, pide un cambio radical desde ya. Se venden soluciones simples para problemas complejos (la más repetida, eliminar el fraude fiscal; como si fuese tan fácil). Además, la culpa de todo lo malo es siempre debida a factores externos: es conocido que el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio.

Una campaña electoral debería ser una confrontación de ideas que separase lo personal y privado, como las religiones, de lo común, como el desempleo. Si ocurre lo de siempre, si no nos preparamos para las futuras riadas cuando lleguen, que llegarán, nos habremos abandonado como sociedad y habremos dejado nuestro futuro al libre albedrío. Y eso no es lo mejor.

En realidad, es sencillo. Lo dice William Jennings Bryan: “El destino no es cuestión de azar, es cuestión de elección. No es algo que hay que esperar, es algo que hay que conseguir”.

Ese es nuestro reto como individuos y como sociedad.