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La cultura del cinismo. ¿Sin solución de continuidad?

Digamos que en esta edición, los datos se consolidan. Podemos se hace fuerte en la mentalidad colectiva. Ha conquistado ese espacio que parecía destinado, por los siglos de los siglos, a las mismas siglas de siempre. Por primera vez en casi cuarenta años el mapa político español cambia. No obstante, sí ha habido novedades en esta edición: el protagonismo que ha cobrado el CIS y la tendencia a convertirse en un único y definitivo medidor de la intención de voto. Aunque presente en la vida social española desde hace décadas, el CIS pasaba por los medios sin hacer demasiado ruido, seguramente por aburrido y sospechoso. De hecho, los datos que más polvareda han levando en su historia no han sido los de intención de voto sino los de las preocupaciones sociales. La irrupción de Podemos ha generado una ruptura en la monótona tendencia de la política española y eso, pese a todo lo que hoy sabemos del CIS, le ha hecho ganar fama al mensajero.

Leyendo entre líneas, es precisamente en el campo de las preocupaciones sociales donde reside el dato oculto de este último CIS: la inquietud por el deterioro de los partidos y por la mediocridad de aquellos que los representan. Una vez desaparecida la violencia de ETA, la problemática social se centró, además de en el paro y la crisis, en la desconfianza en los políticos que, por cierto, también aparecía en tiempos de ETA. El dato era preocupante pero a nadie preocupó. Por lo menos no a aquellos que debieran haber buscado soluciones a sus debilidades. El hecho de que la ciudadanía considerara que se encontraba representada por políticos mediocres, trepas con el cielo como único límite, tenía poco recorrido debido a la inexistencia de alternativas. La ciudadanía ha encontrado ahora nuevas oportunidades, pues las últimas encuestas hablan de una gran escalada también de Ciudadanos, y las está utilizando.

La desconfianza hacia el político se ha visto reflejada en el poco efecto que han tenido las campañas destinadas a quemar a Podemos. La estrategia de la inoculación del miedo no ha sido eficaz en este caso. En nada ha influido en la intención de voto el hecho de que se les haya acusado, en algunos casos con veracidad, de ser prochavistas, proetarras y defraudadores. Ya nadie quiere creer en las acusaciones que llegan desde esas siglas que se han acostumbrado a mentir y engañar a la ciudadanía sin sufrir las consecuencias.

A finales de los noventa, dos politólogos, Capella y Llamenson, adoptaron el término de la ‘espiral del cinismo’ para centrar la hipótesis de que cuánto más hablaban los medios de política, menos interés mostraba la gente en ella. Esto, decían, se debía a la existencia de una estrategia de enfoque en la información mediática. El desinterés que la ciudadanía empezó a mostrar por la política fue aprovechado para generar una espiral dentro de la espiral, lo que profundizaba en el cinismo, que se dejaba ver en el constante recurso a la mentira y a la proyección en el otro: ‘pues anda que tu?’. Esto, quizás fuera válido en tiempos de bipartidismo y eterna alternancia pero se torna inútil en el momento en que una nueva fuerza política entra en juego, a menos que esa nueva fuerza decidiera practicar la misma estrategia.

Aún siendo esto claro, parece ser que no es posible pedirles cambios a los partidos de siempre. Han generado cultura cínica y cuando algo se hace cultura suele ser muy complicado romper con ello. Así, las fuerzas políticas tradicionales no están siendo capaces de analizarse, de revisar sus discursos faltos de todo fondo, no basados en aportaciones sino en la destrucción y el desgaste del contrario. El primer acto de cinismo radica en seguir pensado hoy que esas fórmulas de debate político siguen siendo válidas, y aún más, que van a seguir siendo efectivas. Si los pronósticos del CIS se cumplen, quizás haya llegado el momento de hacer nueva política ¿Sabrán hacerlo o seguirán dejándose arrastrar por la corriente que fluye dentro de la espiral?