I srael, por ejemplo, conoce la importancia de los adjetivos y de las palabras. Sus líderes utilizan el término antisemita como sinónimo de antijudío, pese a que los palestinos son también semitas. En Israel también acuñaron la expresión “asesinatos selectivos” como si hubiese algún asesinato que no lo fuera; y tampoco dicen “territorios ocupados”, sino “territorios”, sin más, por ser más neutro porque al desaparecer de las palabras el término “ocupación”, desaparecerá también de las leyes que la condenan. Existe una voz en hebreo que explica casi todo: Ein breira, que significa “no tuvimos otro remedio”. Me recuerda mucho al eufemismo galo Je suis desolé, pero a lo grande.
De igual manera, en los listados oficiales de los dictadores más sanguinarios, están todos los enemigos y ninguno de los nuestros. Los amigos, como dicen los de la Contra nicaragüense, se llaman luchadores por la libertad ¿Qué es un dictador? Una palabra que sirve para condenar a personajes como Franco o el mandamás de Corea del Norte, pero no para condenar a quienes toman decisiones económicas con consecuencias criminales a nivel mundial. El pecado de omisión de deber de socorro también es un delito de homicidio a gran escala de quienes pauperizan a millones de personas con sus decisiones económicas. No hablo ya de recortes en Occidente, sino del hambre y la pobreza extrema, que las causa la calculada desigualdad. Entre las diversas clasificaciones que pululan por Internet de dictadores, todas lo son por su vertiente sanguinaria. El número uno de las listas es Mao, que duplica en mucho a Stalin, al que le sigue Hitler. Pero el ejemplo de lo que digo, lo vemos cuando esos listados incluyen al general japonés Tojo, a quien adjudican cinco millones de muertos (por debajo del rey Leopoldo II de Bélgica), cuando quien debería aparecer es su jefe, el emperador nipón de turno. Tampoco aparece el presidente Truman por sus bombas nucleares ni otros presidentes de EEUU, culpables del genocidio de los indios de Norteamérica o de tantas otras burradas a lo ancho y largo del Planeta perpetradas por sus dictadores de cabecera.
Todo es según el cristal desde donde se mire; lo de menos es que las convenciones internacionales de la ONU definan qué son crímenes de lesa humanidad; qué es genocidio y tortura, perseguibles universalmente. En España, Franco no es detestado en muchos círculos, sino digno de recuerdo. El Partido Popular, sin ir más lejos, abusa de los eufemismos cada vez que se refiere a este dictador. Incluso tratan de que sus delitos desciendan de categoría, pretendiendo que ahora se conviertan en meros adjetivos, y trabajan por ello no investigando los muchos que le corresponden al franquismo por una justicia universal, aunque lo pida la Unión Europea reiteradamente y le multe a España en repetidas ocasiones. Aquí, el eufemismo es no hablar de ello.
Con el salto del virus del Ébola a Europa, hemos asistido al peor de los eufemismos: un gran despliegue en torno a la alarma generada porque unas pocas personas han traído el bichito a las puertas de casa por las graves negligencias que nos cuentan, mientras que nadie del Gobierno de Rajoy ni de las autoridades del Estado central -y casi nadie de los medios de comunicación- han movido un músculo para pedir ayuda urgente a los que sufren esta epidemia en África; ni siquiera cuando dos fallecidos dieron literalmente su vida por tantos africanos infectados y ya pasan de cuatro mil las víctimas del ébola en África. Pero con las palabras bajo control, es posible vivir de eufemismos. Puro cinismo y la prueba del deterioro ético de quienes gobiernan. Y por qué no, de la hipocresía de quienes consciente o inconscientemente nos consideramos mejores.