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Economía solidaria, economía capitalista

En un momento en el que no dejamos de oír nuevas teorías como la economía del bien común, la economía colaborativa, el decrecimiento, el talentismo o la economía azul, ¿hay espacio para la economía solidaria? Una buena forma de saberlo es comparar la solidaridad con el capitalismo. Así el lector podrá decidir el tipo de economía por el que se decanta.

En la economía solidaria prima la comunidad, en la economía capitalista prima el individualismo. Desde que Margaret Thatcher comentó que "no existe la sociedad, existen los individuos" parece que se ha creado un mantra en el cual se trata de pelear por lo mío independientemente del bien común. El problema de esa idea es que separa los actos de una persona del destino de su comunidad. Y eso no es verdad: casi todas nuestras decisiones están interconectadas con otras personas.

En la economía solidaria prima la cooperación, en la economía capitalista prima la competencia. Por supuesto, la competencia no es mala en sí misma. La competencia desaforada en la cual el bien justifica los medios, sí. De hecho, a menudo funciona muy bien la denominada competición en la cual las empresas a la vez compiten y cooperan entre sí de manera que tienen estímulos para mejorar y a la vez se ayudan cuando la ocasión lo requiere.

En la economía solidaria prima el justo beneficio, en la economía capitalista prima el lucro desmedido. Esta idea encierra dos ideas fundamentales. Primero, nadie discute el beneficio obtenido de forma legal con cargo a unos méritos justos. Por desgracia, existen muchos puestos (en especial grandes ejecutivos) donde los sueldos que se cobran no se generan. Segundo, en una economía en la que tanto tienes tanto vales, es más fácil que estemos dispuestos a hacer a cualquier cosa para tener un poco más.

En la economía solidaria prima la satisfacción de necesidades humanas, en la economía capitalista prima el materialismo. ¿Cuáles de las necesidades que tenemos son reales y cuáles derivadas o creadas? Aunque sea obvio decirlo, necesitamos comer, respirar o descansar. Ahora bien, ¿necesitamos estar conectados permanentemente a las redes sociales o a diferentes artilugios electrónicos? Hace poco ni siquiera existía el móvil. Ahora, sin embargo, el teléfono móvil y el bolsillo son las partes más sensibles del cuerpo humano. ¿Qué es lo que realmente necesitamos para vivir y sobre todo, para ser más felices? ¿Nos arrepentiremos antes de morir de no haber tenido un teléfono móvil mejor, más caro y con más aplicaciones? No.

En la economía solidaria prima el consumo responsable, en la economía capitalista prima el consumismo. ¿Somos conscientes de dónde y cómo gastamos el dinero? Es decir, el dinero que gastamos, ¿a qué bolsillo va? Si observamos la realidad es fácil observar que gran parte de nuestros gastos van a grandes empresas y amplían las diferencias sociales. Basta pensar un poco: telefonía móvil, electricidad, petróleo, hipotecas, gas o grandes centros comerciales son gastos que van... ¡a los más ricos! ¿Cuándo gastamos en tiendas de barrio, pequeños artesanos o semejantes? Menos de lo que parece. Sólo en farmacias y peluquerías. Es curioso pero muchas personas con pocos recursos sólo pueden gastar en sus necesidades básicas. Y ese dinero, ¿dónde va? Con repasar la anterior lista lo adivinamos. A los que más tienen.

En la economía solidaria prima el comercio justo, en la economía capitalista prima el libre comercio. En esta área hay mucho por hacer debido a dos razones. Por un lado, es difícil saber si la persona que ha trabajado en el proceso de producción de un bien tiene una remuneración justa. Por otro lado, muchos de estos trabajadores prefieren tener unas condiciones laborales pésimas antes que no tener trabajo. Pero no deja de ser injusto.

En la economía solidaria prima el desarrollo a escala humana, en la economía capitalista prima el crecimiento económico. Es verdad que han aparecido nuevos indicadores como el IDH (índice de desarrollo humano), el cual mide la esperanza de vida, el nivel de educación y el PIB de un país. Además, antes una subida del PIB (el Banco de España ha previsto una subida del 1,2% para este año) era recibida como una bendición. Ahora no ha generado entusiasmo alguno, ya que la ciudadanía no percibe que eso vaya a generar una disminución apreciable de desempleo más allá de unas décimas. Eso es algo nuevo: los indicadores de crecimiento económico cada vez se perciben como más alejados de la realidad social. ¿Por qué no comenzar a usar más indicadores de desarrollo humano?

Por supuesto, es muy difícil que alguien englobe todas sus acciones económicas dentro de la economía solidaria o de la capitalista. Al fin y al cabo, no dejamos de realizar acciones económicas durante el día: la ropa que nos ponemos, ir andando o en coche al trabajo, actividades del tiempo de ocio, nuestras compras, los canales que vemos por la televisión o las páginas web que visitamos.

Como dijo Buda, lo malo no es no tener conocimiento. Lo malo es tener conocimiento y no aplicarlo. Eso quiere decir que unas decisiones personales conducen a un mundo más justo y solidario. Otras decisiones son neutras. Otras nos llevan a un mundo menos bueno.

Es cuestión de elegir.

Amigo lector, es tu turno.