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Suma y sigue

En verdad, no pierden una. El Tribunal Constitucional legaliza Sortu con la boquita apenas entreabierta y justifica su sentencia con un "pero cuidado que a la mínima vuelves al cuarto oscuro".

¿Son los españoles realmente conscientes de la triste opinión que sus instituciones, por ellos aprobadas, producen, en algunos casos, en el exterior de su piel de toro?

Una resolución de ese calado ¿cómo puede ser proclamada bajo condiciones, algunas de ellas obvias pero otras que revelan muy claramente la opinión que merece para los españoles la noción de Estado de Derecho y, por encima de él, la de democracia?

Entre las medidas que pueden conducir a la reilegalización de Sortu figura la equiparación de la violencia terrorista con la "coacción legítima" del Estado de Derecho. Visto lo visto, ¿quién juzga la legitimidad de la coacción? El Estado, me dirán. Juez y parte. Otra medida de reilegalización de Sortu sería equiparar el sufrimiento de víctimas y de presos. Sin dudar un solo instante del evidente sufrimiento de las víctimas, ¿quién se ha preocupado de considerar el sufrimiento de los familiares de presos dispersos lejos de sus domicilios contra las recomendaciones de Estados con más tradición de derecho? ¿Quién considera el equilibrio de los sufrimientos? El Estado, juez y parte. Otra medida de reilegalización de Sortu trata de la ambigüedad en la condena del terrorismo y de los medios utilizados para combatirlo. ¿Quién juzga esa ambigüedad y determina su orientación definitiva? El Estado, juez y parte.

Siempre hay una guinda. Esta vez la ofrece el ministro del Interior español, que se plantea "la ilegalización sobrevenida". Sumando y siguiendo, no creo que merezca la pena epilogar sobre la intervención de "siempre la misma" que propone la supresión del Tribunal Constitucional confiando su misión al Tribunal Supremo. ¡Qué Estado de Derecho!

Desde Fernando VII, parte de España que había nacido en el siglo XVI sufre. Regularmente surgen vestigios de civilización y cultura. Es así como después de la paz de Zanjón, la generación del 98 reveló intelectuales como Unamuno, Baroja, Valle Inclán, Azorín y más tarde Antonio Machado que supieron extraer del pesimismo ambiente una capacidad de reflexión excepcional.

Años más tarde la generación del 27 nos dio a conocer modelos de brillantez como los Salinas, Alberti, Cernuda, Guillén y García Lorca, por no citar más que ellos. Poco después llegó la barbarie con motivo del alzamiento militar contra el poder legal, sin condena todavía oficial, que castró cualquier intento de respeto de la capacidad de inteligencia, enmudeciendo a los Rosales, Ridruejo, Hernández.

Todavía, por lo que se ve, siguen existiendo verdugos de esa "cultura" que se protegen, frente a tribunales internacionales, recurriendo a la apelación impropia de Guerra Civil, que equipara a víctimas y verdugos.

No fue una Guerra Civil, fue un salvaje alzamiento militar con la bendición de los Tomás Torquemadas del día.

¿Y hoy? Estamos en la Generación del 78, la de la movida que a tanta esperanza se abrió para que pocos años después de su nacimiento el "movimiento" degenerara en chabacanería, permitiendo que surgieran héroes individuales presentados en los catálogos de algunas cadenas de TV. En cuanto a los valores intelectuales, que hoy existen, la competencia televisiva les impide manifestarse, sea ofreciendo un abrazo asfixiante o cerrando cualquier vía de comunicación con la sociedad.

Y el público ni rechista. Con tal de que la Roja gane. Sobre este tema no quiero ni pensar en la hecatombe social que podría suponer la pérdida de coronas, futbolísticas claro está, europeas y mundiales.

La sociedad responde a una lógica sencilla. Por esa razón un Estado vota por los gestores, por los políticos, que merece. La sociedad española se ha dado una mayoría absoluta que se mantiene por inercia o por tradición. Esa actitud provoca una falta de consideración global en la Unión Europea, causada por algunas estimaciones deformadas de la economía española presentada por los gobernantes, tres veces sorprendidos en flagrante información tergiversada.

Antes, el honor español afeaba esos desatinos, ahora con la experiencia de chapuzas ibéricas de volumen variable, se llega a considerar que la mentira es barata.

No se trata de una crítica partidista porque otros colectivos políticos han actuado desde 1978 con parecidas premisas que, claro está, conducen a las mismas conclusiones. La tara es endémica. Tres generaciones serán necesarias, por lo menos, para su curación o para su fuerte mitigación. Cuidado con la propagación de la endemia que, como la Legión Cóndor en 1937, aparace franqueando la Sierra de Gorbea y se dirige hacia el Norte. Poco tiempo después nos haría cantar cualquier Te Deum e intentaría emocionarnos con los poemas de Pemán tomándonos por divinos impacientes, esperanzados por los resultados de la nueva cruzada. También aquí la sociedad sufre de la testarudez empírica de la ley de Melles que, aplicada al caso que nos ocupa, constata la constancia de la suma de las políticas de regresión y de las políticas culturales. El "conocido" profesor de Ética no se rebaja a tratar esos epifenómenos en forma de fruslerías.

Franco no ha generado esa España, es la España aniquiladora de las generaciones del 27 y del 36 quien ha mantenido a Franco y a su todavía viva generación, heredera de Fernando VII.

Ya la España del siglo XVIII mostraba su talante rechazando la influencia de la Ilustración importada por "los afrancesados" implantados en nuestra Euskal Herria con los Caballeritos de Azkoitia.

España parece haber olvidado, desde 1936, cómo funciona una democracia de hecho. El refugio en una "democracia de derecho" alimentada en la opulenta despensa de las leyes de oportunidad, da la impresión que España parece no saber gobernar sin terrorismo.

Hay muchos españoles conscientes del daño de las carencias democráticas de hecho. Sufren de esta situación porque realmente "les duele España".