Desde que se supo que la primera semana del Tour no tendría un inicio como el de los últimos años, con un recorrido muy exigente que aclarase la carrera y rebajase los nervios, se sabía que en las primeras etapas nos esperarían la tensión, los nervios y las caídas. Un clásico de la carrera francesa, por otra parte. Unos ingredientes que van de la mano cuando se juntan varios factores.

Al Tour llegan los más fuertes y en su mejor estado de forma, lo que de salida implica velocidad y la sensación de que son muchos los que pueden aspirar a estar delante y soñar con el amarillo. Eso supone que el riesgo es mucho más alto. En tres días hemos contado dos esprints y eso eleva la sensación de peligro propia de los finales a toda velocidad, donde se va a cuchillo. En ese aspecto siempre habrá caídas, es inherente al ciclismo. Es uno de los peajes que existe cuando se plantea un primer bloque competitivo de este tipo. Además, si no existe un dominador claro de los esprints, se abren las alternativas y a su vez la posibilidad de accidentes. A más opciones, más riesgos.

Jasper Philipsen era, probablemente, el velocista dominante del Tour, pero sin él en carrera tras un fea caída en un esprint intermedio, tengo la impresión de que el riesgo aumentará porque no existe la figura de un esprinter jerárquico ni un equipo que mande sobre el resto. El Alpecin era el mejor y la salida de Philipsen les ha hecho daño.

En Dunkerque ha triunfado Merlier, capaz de imponerse a Milan después de haber resuelto de maravilla tras salir en el momento preciso. El belga le ha superado en el último instante, con el golpe de riñón. Creo que al italiano se le nota cierta ansiedad. Tiene un punto de nerviosismo que creo que irá a más porque era el más rápido, así lo dicen los números del esprint, pero no ha sabido ganar porque ha medido mal. Se le nota un tanto nervioso. A medida que avance el Tour, si no gana, esa sensación irá a más.

Director deportivo del Grupo Eulen-Nuuk