Con el Tour sentenciado tras el fin de las montañas, la contrarreloj podía resultar una rutina ante la que se entregaran los corredores, abatidos por el cansancio de tres semanas extenuantes de carrera. No fue así. Los protagonistas de la general la disputaron a cara de perro, finalizando la crono en el mismo orden que llevan en la general: Thomas, a quien llamé el guerrillero cuando supo aprovechar su oportunidad para llevarse el Tour de 2018, fue el tercero en discordia; Pogacar intentando el milagro, el segundo; y Vingegaard realizando una etapa prodigiosa, haciéndonos sufrir en el sillón por lo que arriesgaba innecesariamente bajando, cuando manejaba diferencias a su favor y tenía el Tour en su mano, fue el mejor de los mejores. Me parece que Vingegaard no sólo estaba disputando la etapa de ayer, sino un anticipo del Tour de 2023, quería superar a Pogacar para decirle que también le puede ganar contra el reloj. Póquer y guerra psicológica para la tremenda pugna que se adivina entre ambos de aquí en adelante. Van Aert, el nuevo monstruo ciclista, rodando de manera majestuosa y al margen de esa disputa entre los gallos, se llevó la etapa y fue el único que superó a los que serán el podio de este Tour de France.

El futuro del ciclismo de las grandes vueltas por etapas se presenta muy emocionante, con dos líderes jóvenes, con aptitudes muy similares sobre la bici, los dos son buenos escaladores y buenos contrarrelojistas, por lo que es previsible que asistamos a combates encarnizados ente ellos durante varios años. No recuerdo un enfrentamiento así, una pareja tan equilibrada de campeones en los tiempos cercanos. La historia del Tour ha sido protagonizada con frecuencia por ciclos de grandes figuras que ganaban de forma continuada y que avasallaban; Merckx, Hinault Indurain, Armstrong, Froome, sin adversarios de su talla que les hicieran sombra al menos durante largo tiempo. Normalmente cuando había una pareja en disputa, la lucha se daba entre un campeón en su ocaso y una estrella emergente, y por eso la lucha duraba una, dos temporadas a lo sumo. Como fue el caso de los enfrentamientos entre Hinault y Fignon, de Fignon y Lemond, o de Wiggins y Froome, entre otros. Mirando atrás, a la historia más lejana, quizá pueda parecerse a lo que cuentan que fueron los duelos entre Anquetil y Poulidor, o incluso entre Bartali y Coppi. Esperemos que les respete la fortuna y la salud para no perdernos esas batallas.

“Algo huele a podrido en Dinamarca” decía un centinela del palacio real de Elsingor en la obra Hamlet, de Shakespeare. Una frase que se ha hecho muy popular para referirse a algo raro y contaminado que flota en un determinado ambiente, a los variados asuntos sucios, turbios, de corrupción en el interior de los Estados. Lo misma expresión podría usarse para describir el triunfo del que fuera primer vencedor danés del Tour, Bjarne Riis, en 1996, privando a nuestro Miguel Indurain de su sexto Tour. Aún recuerdo las palabras que Miguel le dijo a su director deportivo, que iba siguiéndole en el coche, poco antes de que Riis atacara para volar hacia la cima de Hautacam, “pero si va en plato grande”. Indurain no daba crédito a lo que veía. Años después Riis admitió que había corrido dopado en ese Tour, y también en otros. Quizá por la presión de su conciencia calvinista, que no le dejaba en paz, confesó, sin que nadie se lo pidiera, ni se viera envuelto en ninguna investigación. Para dar más solemnidad a su arrepentimiento, Riis envolvió su último maillot amarillo, el de París, en un paquete y se lo devolvió a la organización del Tour, dejando claro que no lo merecía, que no se sentía vencedor. Sorprendentemente, a pesar de todo eso, el Tour lo mantiene como ganador en su palmarés oficial, cuando con las mismas pruebas de arrepentimiento ha borrado a otros. Pero eso es otra historia. Ahora, el danés Vingegaard, con su victoria, lava aquella mancha nacional, y restituye el honor perdido para Dinamarca.

Se acaba el Tour y me quedo con una frase que ayer dijo en la meta el corredor Carlos Verona. Cuando le preguntaban por el fracaso de su equipo, el Movistar, sin ninguna victoria parcial ni puestos de honor, Verona contestó exaltando el espectáculo que otros, sus rivales, han brindado en este Tour, y que ellos, desde dentro, también han disfrutado. Añadiendo que, por encima de todo, hay que preservar la pureza del ciclismo; donde no importa si el que gana es esloveno, danés, español, belga o de Eritrea, donde aún reina el fair-play entre ciclistas y también entre los aficionados, que por encima de sus banderías y preferencias aceptan la ley del deporte.

Se acaba un Tour pero hoy mismo comienza otro, el Tour femenino. Se recupera la prueba tras muchos años de su desaparición, aquel Tour en el que brillaron Jeannie Longo, y también nuestra Joane Somarriba. Será más difícil de ver, porque a pesar de las apariencias de igualdad, el deporte femenino sigue teniendo ese techo de cristal, que no vemos pero que limita su expansión, por falta de seguimiento de televisión, prensa, y de medios económicos. Significa un primer paso para la igualdad total futura. l

A rueda