Gasteiz Nerea Luis Migueza imparte conferencias y formaciones, y asesora a empresas y organizaciones en el proceso de adopción de la IA.

Es ingeniera informática especializada en inteligencia artificial, ¿por qué decidió orientar su carrera hacia este ámbito?

–Durante la carrera descubrí que la inteligencia artificial era la única disciplina que estudiaba el cómo conseguir que el código de programación terminase haciendo acciones inteligentes. Siempre me había atraído la robótica y la ciencia ficción, y me fascinaba la idea de ir más allá de la programación tradicional. En 2013 o 2014 la salida más clara era la investigación o el doctorado, pero lo que realmente me motivaba era aprender a crear esa capa de inteligencia y extraer patrones de datos.

Lleva alrededor de diez años trabajando en este campo, ¿cómo ha evolucionado la inteligencia artificial en este tiempo?

–Realmente tengo un poco la sensación como si la IA hubiese salido de los laboratorios. El cambio ha sido enorme. Porque antes trabajábamos en inteligencia artificial sobre todo en la parte académica, los papers y las investigaciones, pero todo era súper teórico. Todo empezó a cambiar con el boom del deep learning en 2017 y 2018, que es el aprendizaje profundo. Que coincidió con el auge del cloud, que es lo que alimenta que la IA pueda escalar y hacerse más grande. Se empezó a trabajar con millones de datos. El gran salto reciente, con sistemas como ChatGPT, ha sido la capacidad de mantener conversaciones fluidas y contextuales. Para mí, eso es lo más significativo. La inteligencia artificial ha pasado de ser una investigación a un producto de uso común y ahora tiene muchísimas aplicaciones que nunca hubiéramos pensado.

En los últimos años se ha hablado mucho de los peligros de la IA y en la posibilidad de que reemplace puestos de trabajo, ¿a qué se deben estas afirmaciones?

–Es lógico que haya inquietud. La IA aprende con datos y eso genera incertidumbre sobre qué profesiones pueden verse afectadas. Hay tareas que van a cambiar, casi todas tienen que ver con la gestión de la información. Por ejemplo, traducción, subtitulado, escribir un informe o un acta de una reunión. Pero la adopción en empresas, organizaciones y universidades va mucho más despacio, porque hay que ver, por ejemplo, si pueden trabajar con sus datos internos, si tienen la suficiente infraestructura, dinero suficiente y recursos económicos para contratar ese tipo de licencias.

Mucha gente usa ChatGPT como entrenador personal, psicólogo o nutricionista, por ejemplo, ¿cómo puede ser la IA útil para estas cuestiones y, al contrario, qué peligros puede tener?

–Las personas están en un momento de fascinación porque la IA responde de forma coherente y se va estableciendo ese vínculo de confianza. Empiezan utilizándola para escribir un e-mail, y como funciona tan bien, cada vez la usan para más cosas. Y llega un día que tienen una duda, por ejemplo, médica, y deciden preguntar al sistema porque sabe mucho. Eso no está mal, ayuda a crear el hábito y permite experimentar en distintos contextos. El problema llega cuando se convierte en la única fuente de información. Un uso excesivo puede llevar a desinformación. Ese sistema te puede asesorar en salud mental o física y puede llevar a prescindir de ayuda humana. En esos entornos sí que hay que hacer mucha pedagogía y divulgación de las buenas prácticas de uso de estas herramientas, porque verdaderamente puede ser un peligro y ya estamos viendo algunos casos de gente que ha abusado mucho de ese tipo de conversaciones. Al final les han llevado por mal camino y han tenido una repercusión fisiológica en ellos.

En sus charlas habla de inteligencia artificial, impacto tecnológico, diversidad e inclusión, ¿cuál es el mensaje más importante que intenta transmitir a la sociedad sobre este tema?

–Creo que la aproximación a la tecnología y a la ingeniería, sobre todo, se ha contado siempre como desde un prisma muy centrado en la optimización y el éxito, Silicon Valley y todo esto. Intento hablar de tecnología, en concreto de inteligencia artificial, como un elemento transversal. También hablo de casos que la audiencia nos espera, de como la IA está aplicándose a proyectos más humanistas, de ciencias sociales o a la accesibilidad de las personas.

Trabaja en un campo con poca representación femenina, ¿cómo se podría hacer para que más mujeres se animen a, por ejemplo, estudiar o investigar sobre la IA?

–Desde el punto de vista social y cultural, de base es difícil. Por ejemplo, es significativa la caída de mujeres en la carrera de matemáticas, una carrera históricamente equilibrada, que desde la llegada del Big Data y la IA se percibe como más competitiva y asociada al éxito económico. Precisamente uno de los riesgos que hay con la IA es que esa brecha tecnológica sea creciente. El acompañamiento es lo más importante. A mí me han ayudado mucho las redes de mujeres en tecnología, tanto para difundir mi trabajo como para crecer profesionalmente.

Ha escrito libros infantiles sobre inteligencia artificial, ¿cómo acerca este tema tan complejo a los más pequeños?

–Los dos libros que he escrito han sido todo un reto, porque no puedes usar tecnicismos y además el espacio en un libro infantil es limitado. Me parecía interesante contar una parte de la historia de la computación de forma atractiva y, al mismo tiempo, mostrar ejemplos cotidianos: un probador virtual en moda o una IA que te ayuda en el deporte. Mi objetivo es enseñar a los más pequeños a ser acompañados de la tecnología y de la IA como herramienta que pueden utilizar independientemente de lo que quieran ser de mayores, no solo como consumo, que es lo que más van a ver.