Donostia Daniel Innerarity nos recibe en su domicilio. Su último libro, Una teoría crítica de la inteligencia artificial, publicado por Galaxia Gutenberg, es la nueva aportación de este pensador de primerísimo nivel.

La IA, asunto profundísimo, está en nuestras conversaciones y genera expectativas y temores inusitados.

–Está muy bien. Eso quiere decir que tenemos una sociedad que se preocupa de cosas relevantes y dice mucho de la importancia que este tema tiene para la gente. Ahí es necesario que esté también la filosofía y esa ha sido mi pretensión, clarificar conceptos.

La tecnología nos fascina, si bien ahora sabemos de los riesgos de los algoritmos.

–Es una situación parcialmente inédita en la historia de la humanidad, y eso genera unas expectativas desmesuradas y unos miedos también desmesurados. En parte mi libro pretende ser un ansiolítico conceptual porque estamos un poco histéricos. Cuando una tecnología se está desarrollando de una manera tan rápida dispara todo tipo de emociones, positivas y negativas. Seguramente cuando la inteligencia generativa llegue hasta sus últimas posibilidades entraremos en una meseta, y ahí la opinión pública se olvidará hasta que aparezca otra posibilidad que nos inquiete.

El término nos confronta con nuestras propias facultades.

–Nos ha llevado a pensar en una rivalidad. Si a dos cosas les llamamos de la misma manera, es muy fácil preguntarse cuál de las dos lo hace mejor. Si en lugar de inteligencia lo hubiéramos llamado de otra manera no estaríamos tan obsesionados en un terreno de continua comparación entre nuestra inteligencia y la de las máquinas. Eso nos ha distraído de preguntarnos en qué cosas podemos cooperar. Esto es lo que he tratado hacer a lo largo del libro, explorar las diferencias para poder ponernos a cooperar.

Hay otro temor, a que se nos haga difícil discernir la realidad.

–Los humanos siempre nos hemos quedado fascinados por la fuerza del virtuosismo artístico y de la tecnología. Dante describió tan bien el infierno que cuando paseaba por las calles de Florencia, las madres decían a sus hijos: cuidado, que ese ha estado realmente en el infierno. En la historia de la humanidad hay un proceso de aprendizaje a tratar con la ficción y el virtuosismo, sin dejarse embaucar plenamente por él. Vamos a hacer cada vez productos mejores y eso nos va a obligar a saber distinguir ficción y realidad de una manera que no hacíamos hasta la fecha, y no tomarnos tan en serio nuestros propios productos. Cuando apareció la fotografía parecía suponer el fin del arte, porque este se entendía básicamente figurativo. Al contrario de lo que pensaron los agoreros , la pintura desarrolló unas formas de expresión completamente inéditas, se liberó de la obligación de copiar a la realidad. Con lo cual, tirando de la analogía, puede que estemos en un momento en que nos podemos liberar los humanos de muchas cosas que pensamos importantísimas y no lo son tanto, o que tienen mucho valor añadido y no es así.

Se habla de la dependencia a las pantallas. La IA seguramente nos capte más tiempo de atención.

–El asunto es si la atención a las pantallas nos está llevando a una especie de frenesí que nos impide la reflexión. La clave fundamental, sobre la que escribí mucho para el libro, es que nuestra relación con la tecnología sea más reflexiva, que no seamos unos sonámbulos digitales que no saben muy bien a dónde se dirigen, y que sea más inclusiva.

Su libro también es un acto de confianza sobre la mente humana.

–También quien se lo compra deposita una confianza en mí muy alta, porque son 500 páginas. Es un libro denso, que exige un cierto esfuerzo, aunque creo que recompensa bien, porque ofrece una buena clarificación conceptual de lo que está en juego.

Un ensayo que ha sido premio Trías.

–Para mí muy querido, porque Eugenio Trías fue un gran filósofo, probablemente el mayor filósofo de toda la Transición, que comenzó su carrera en Pamplona, y la acabó en Alemania. Le conocí en mi época de profesor en la Universidad de Zaragoza, y le admiré muchísimo.

Hoy resulta entrañable evocar que a finales de los noventa se hablaba de sobreabundancia informativa.

–Yo hice la tesis entre 1981 y 1984, sobre Habermas. Entonces sabía poco alemán, después me fui a Alemania y trabajé con él, pero en aquel periodo buscaba traducciones de sus obras. Me acuerdo entrañablemente de la librería El Parnasillo, donde un librero, Javier, me dijo: Te la consigo en Argentina. Al cabo de dos meses me llamó y me dijo que la traducción estaba de camino en un barco.

Otro mundo.

–La prehistoria, el Neolítico, en relación con la investigación hoy día. Así ha evolucionado nuestro mundo.

Uno de los interrogantes sobre la IA es que cada vez va a ser cada vez más ‘inteligente’.

–Los gurús de Silicon Valley llevan mucho tiempo diciendo que se iba a producir un sorpaso de la inteligencia artificial sobre la humana, y por cierto, lo van retrasando cada vez. Eso no se puede producir. Lo que hace la inteligencia artificial solo análogamente se puede decir que es similar a lo que nosotros llamamos inteligencia humana. Las máquinas son muy buenas resolviendo problemas para los cuales hay muchos datos. No hay ambigüedad ni incertidumbre, y las soluciones son binarias. Si tienes un problema de esas características, confía en una máquina, que te lo hará muy bien. Los humanos somos bastante buenos resolviendo problemas mal estructurados, cuya dificultad consiste en que no se sabe muy bien su naturaleza. Problemas para los que hay pocos datos, y ahí nos podemos apoyar muy poco en las máquinas.

El imprevisto ha ganado relevancia.

–Desde principio de siglo, las crisis han sido completamente imprevistas. Nadie previó la económico financiera, la pandemia, la victoria de Trump, el Brexit, la guerra de Ucrania... Nunca habíamos tenido unos sistemas de previsión del futuro tan sofisticados, que estudio en el libro, y al mismo tiempo la realidad nunca nos había sorprendido tanto. Porque nuestra analítica predictiva utilizan infinidad de datos siempre del pasado, y parte del supuesto una y otra vez desmentido por el curso de los hechos, de que el futuro será algo en continuidad con el pasado. Los humanos somos bastante repetitivos, conservadores, rituales... y eso permite hacer bien las previsiones de lo que va a ocurrir, pero disponemos de una cosa enigmática e inmanejable, que se llama libertad, en virtud de la cual, a pesar de que seamos tan conservadores de vez en cuando rompemos. A eso lo llamamos revolución, transformación, reforma, cambio...

Y democracia.

–Que es la institucionalización de eso.

En el libro dice que democratizar es sinónimo de politizar.

–La politización en última instancia es la pregunta de por qué algo es así y no podría ser de otra manera. Un ejemplo: las mujeres han vivido siglos subordinadas a los hombres hasta que se descubrió el carácter artificioso y modificable de lo que se nos habían vendido natural.

Habla también de los big data, y de las virtudes y límites de los datos.

–Tenía que incluir una visión escéptica en relación con las grandes promesas hechas en torno a los datos. Su uso va a suponer avances espectaculares en la medicina, de la gestión pública... pero hay una cierta mitología de la cantidad, que nos da a entender que todos los problemas se resuelven con la acumulación y el cruce de datos. Y eso no es verdad. Sin datos no habrá soluciones, pero sin interpretación o análisis contextual tampoco nos van a resolver buena parte del problema. Muchos problemas de los humanos son de falta de datos, pero otros muchos son de falta de sentido.

¿Alguna vez ha sentido alivio por no haber pasado a la política activa y haber podido desarrollar una trayectoria intelectual profunda?

–Soy una persona muy comprometida con la democracia y mi país, y con el futuro de la sociedad. Estamos dando unas batallas enormes contra la extrema derecha, los populismos y autocracias y en esta tarea hacen falta muchas manos y visiones distintas. Yo respeto y admiro mucho a la gente de la línea de batalla de la política, fundamental, pero he creído que mi aportación primordial era dar ideas. Las doy siempre que puedo, las trabajo, he tenido además la suerte de conocer a muchos políticos aquí en Euskal Herria, pero también en el mundo. Me han pedido opinión y la he dado con mucho gusto. Ahora mismo trabajo en una escuela de gobernanza transnacional en el Instituto Universitario Europeo, una universidad de la Comisión Europea, donde la asesoramos mucho, y por donde pasan líderes políticos de todo el mundo de diversa orientación ideológica. Creo que ahí soy más útil que llevando la gestión concreta de asuntos políticos.

En esas conversaciones usted habrá visto y percibido mucho.

–Todos los políticos, salvo los que no son sinceros, viven en entornos de gran incertidumbre. Tienen que tomar decisiones muy importantes, en poco tiempo, con menos datos de los que les gustaría, y con consecuencias muy graves. Si son inteligentes deben procurarse asesoramiento de muy diverso tipo. A veces el de sus propios equipos, que suele ser de buena calidad, peca un poco de parcialidad o inmediatez. Cuando llega alguien de otro país o incluso con otra sensibilidad ideológica, eso les permite cruzar informaciones, y tomar mejores decisiones. En julio tenemos una cumbre en Santiago de Chile sobre las amenazas a la democracia por parte de la extrema derecha, donde van a a acudir varios políticos hispanoamericanos de izquierdas, y yo voy a estar en la parte académica. Tenemos que reflexionar sobre qué está facilitando el incremento de la extrema derecha.

¿Reclama autocrítica?

–Me llama la atención que no siendo tan inteligentes y no teniendo un proyecto tan atractivo, han merecido una recompensa política tan considerable. Si los malos, por utilizar esta terminología un poco simplona, hacen tanto daño y tienen tanta verosimilitud, es porque la democracia tiene algunos males. Nos reconforta mucho pensar que hay gente malvada, con pretensiones autoritarias. Y descuidamos examinar nuestras propias prácticas políticas como generadoras de oportunidades para personas que no se las merecen.

Se habla habitualmente de la soledad del poder. ¿Falta porosidad?

–Me ha tocado hablar con líderes políticos a los que yo no voto, porque no me gustan o porque simplemente no estoy en el censo electoral correspondiente. Me parece que esa visión un tanto exterior les puede ser útil en ocasiones.

Habrá a quien le sorprenda que ayude a alguien con quien discrepa. Es parte de la convicción democrática.

–Yo soy un demócrata, y la característica fundamental de la democracia es el pluralismo. Tiene que haber diversas opciones políticas y es bueno que cada una lo haga bien. En España tiene que haber un partido liberal conservador centrado, al que yo no he votado ni votaré, pero me interesa que esté haciendo las cosas correctamente. Desearía que no ganara las elecciones, pero me interesa que su aportación al debate, a la convivencia, a la conversación democrática sea mejor por ejemplo que el que está haciendo hoy día. Lo mismo puedo decir con otro tipo de partidos.

Esos encuentros le darán una visión más amplia y más real.

–Sí, seguramente un día escribiré un libro que me costará mucho, porque tendré que contar cosas anonimizadas explicando cómo es la vida real de los políticos, las angustias, debilidades y flaquezas, la generosidad y la dureza de esa vida política. Tengo un montón de notas, pero no serán escándalos ni revelación de cosas que no pueda decir. Siento fundamentalmente admiración. Creo que es una profesión muy mal comprendida y juzgada con excesiva dureza.