Jubilarse a los 20 años, aunque solo sea por unos meses. La llamada microjubilación ha pasado a ser una fórmula cada vez más presente entre jóvenes que, ante una compleja situación laboral y un futuro incierto, optan por pausar su trayectoria profesional por un tiempo en lugar de esperar a la jubilación tradicional, que muchos ven como improbable.
"Es un mecanismo de supervivencia", explica a Efe la psicóloga valenciana Valeria Sabater, especialista en trauma y trastornos emocionales. "El cerebro no soporta tantas dosis de malestar y busca vías de escape con las que producir dopamina y serotonina", señala la psicóloga, quien ve en esta microjubilación de los jóvenes una manera de preservar el equilibrio mental en un entorno que no ofrece certezas.
Microjubilación: parar ahora por si el después no llega
El concepto, acuñado en 2007 por Timothy Ferriss en su libro La semana laboral de 4 horas, ha sido rescatado por las generaciones más jóvenes, sobre todo por quienes se incorporan ahora al mercado laboral. "Terminas la carrera y no encuentras trabajo o, si lo haces, el salario no da para vivir. Muchos pensamos que, ya que no podemos planificar el futuro, al menos podamos vivir el presente", sostiene la bilbaína Nora Lejarza, una de las jóvenes que ha seguido esta corriente.
En 2022, dejó la carrera de Ciencias Políticas y decidió tomarse un año sabático. Desde entonces, ha trabajado en diversos empleos temporales, pero también ha viajado a México, Malawi o Pakistán, entre otros países. Ahora va a emprender un viaje de cuatro meses como marinera en un velero por las costas mexicanas mientras estudia Sociología en la UNED. "Lo que hago es estudiar medio año y trabajar el otro medio", señala la joven, que aunque pueda llegar a tardar más en terminar la carrera puede permitirse viajar con los ahorros que consigue.
Para Sabater, esta elección es comprensible. "En Psicología es muy común hablar de la pirámide de las necesidades humanas de Maslow, que nos recuerda algo tan básico como que la autorrealización llega cuando tienes tus necesidades básicas cubiertas", sostiene la especialista. Es decir, ese segundo escalón que configura la seguridad de unos recursos, de una vivienda y un empleo no se está asentando, lo que produce a los jóvenes "un vacío y una distorsión que impide que puedan sentirse plenos".
Otro modelo, otras prioridades
"Vivir de esta forma implica sacrificar muchas cosas. A veces no puedes ahorrar mucho dinero y viajar como mochilera también tiene sus dificultades, pero he decidido que, si voy a gastar mi dinero en algo, quiero que sea en experiencias que me enseñen algo nuevo", describe la zaragozana Esperanza Irisarri, una joven de 23 años que desde hace ya un tiempo también decidió tomar este estilo de vida.
Irisarri ha viajado por Tailandia, India y Filipinas y ahora está a la espera de otro viaje, esta vez por el continente asiático, donde viajará durante casi un mes por sitios como Sri Lanka o Estambul mientras teletrabaja. "Cuando trabajo en estos sitios soy más productiva y me siento menos saturada", afirma la joven, que señala que este modelo o incluso las pausas prolongadas están mucho más normalizadas en otros países.
"Hay otra forma de trabajar más allá de las cuatro paredes de una oficina y ese horario fijo de 8 horas", señala Irisari, quien considera esta forma de vivir como algo necesario para tomar ese aire y tener ese espacio necesario.
Una pausa consciente ante un "sistema roto"
Una respuesta ante un contexto actual que no corresponde con lo que muchos jóvenes esperaban. "Ver que todo ese esfuerzo se traduce muchas veces en salarios precarios y en tener que compartir piso hace que las prioridades de estas generaciones se reformulen y la ambición se desvanezca", aclara la psicóloga, que considera que la cultura del esfuerzo como único camino para el éxito y el falso cliché del 'si quieres puedes' son ideas peligrosas que "deberían ser reformuladas".
"Antes era más fácil: conseguías un trabajo fijo, tenías asegurada tu jubilación, los precios eran más asequibles, todo estaba pensado para ese tipo de vida"
Lejarza coincide en que las expectativas tradicionales ya no se ajustan a la realidad. "Antes era más fácil: conseguías un trabajo fijo, tenías asegurada tu jubilación, los precios eran más asequibles, todo estaba pensado para ese tipo de vida. Pero ese modelo ya no funciona", afirma. "Muchos adultos no entienden que nos están intentando imponer un estilo de vida que pertenece a un sistema roto", sentencia.
"Las nuevas generaciones estamos revalorizando otras cuestiones. Antes se tenía claro que el éxito pasaba por tener un trabajo estable, una casa y una familia. Hoy, eso ya no nos parece tan relevante. Queremos tiempo, experiencias, libertad", subraya Irisarri, que prefiere aprovechar y disfrutar del momento mientras pueda.
La psicóloga señala que muchos jóvenes, incluso los que han logrado estabilidad, viven con la sensación de que pueden perderlo todo de un momento a otro. "La pandemia nos ha marcado mucho. Vivimos lo impensable y ahora cada vez que pasa algo lo creemos como posible. Eso genera incertidumbre y ganas de aprovechar el presente", explica Lejarza, que a lo único que tiene miedo es a darse cuenta de que no ha aprovechado su vida. "No me importa morir, pero sí me dolería hacerlo sin haber sentido que he vivido de verdad", concluye.
Cargados de prejuicios, pero con ganas del ahora
Pese a las críticas de ciertos sectores que tildan esta tendencia de irresponsable o narcisista, los expertos rechazan esa lectura simplista. "No es que sean más débiles o frágiles, sino que están creciendo en un contexto donde se normaliza cada vez más la precariedad", afirma Sabater.
La microjubilación no implica necesariamente dejar de hacer cosas, sino repensarlas. En muchos casos, supone estudiar otras disciplinas, emprender proyectos personales, cuidar la salud mental o simplemente vivir. "Es normal que las generaciones mayores no entiendan nuestra forma de vivir, pero no es nuevo. A nuestros abuelos también les decían que estaban locos por querer estudiar en lugar de trabajar", señala Nora, quien entiende que estas diferencias no son ni mejores ni peores, simplemente diferentes.
"Cuando uno se ha pasado la vida reprimiendo lo que duele para poder funcionar, cuesta mucho empatizar"
"Suele decirse que la generación de cemento no entiende a la de cristal porque son personas educadas en momentos temporales muy distintos y con sensibilidades opuestas", relata Sabater, quien define a esta primera generación como personas muy estoicas, con temperamentos férreos, de los que pueden con todo. "Y, cuando uno se ha pasado la vida reprimiendo lo que duele para poder funcionar, cuesta mucho empatizar con ese joven que prioriza su bienestar", concluye la psicóloga.