Todos los chavales que atienden son extranjeros tras su paso por el sistema de protección foral?

No, hay dos vías de acceso al recurso. Por un lado está ese perfil, pero también nos pueden llegar jóvenes que sin ser migrantes o no haber pasado por el sistema de protección, al llegar a la mayoría de edad se encuentran en situación de vulnerabilidad o de riesgo de exclusión y entran en el circuito, ya como mayores de edad. Lo hacen a través de los servicios municipales y de la Diputación, que es la que subvenciona el programa y hace todas las derivaciones, bien desde el sistema de protección a la infancia o desde una valoración especializada a través de los servicios sociales de base.

¿Cuántos chavales atendidos hay actualmente?

Actualmente son seis pisos en Donostia, cada uno de los cuales cuenta con seis plazas, de manera que estamos hablando de un total de 36 jóvenes. Normalmente tenemos el 100% de ocupación. Hay rotación en los pisos pero a lo largo del año lo habitual es que las plazas estén siempre ocupadas.

¿Cuál es su mayor dificultad en ese salto a la vida adulta?

En general, la falta de apoyos en todos los sentidos. Son personas que no han acabado de madurar, adolescentes que en realidad cuentan con once años menos que el resto de jóvenes de su edad para alcanzar las mismas cotas de autonomía personal, laboral y económica.

¿Once años menos por qué?

Porque la edad media de emancipación de la población en general se sitúa entre 29 y 30 años, mientras que a estos chicos se les emancipa legalmente con 18. Cuentan con once años menos para alcanzar los mismos mínimos de autonomía. Su grupo de iguales tiene apoyos familiares y sociales, mientras que estas personas, además de haber tenido unas vivencias sociales y personales complejas, se encuentran con que a los 18 años se les considera adultos.

¿Un salto al vacío?

Puede serlo si no existen los apoyos necesarios. De ahí que el mismo sistema que les ha protegido hasta alcanzar la mayoría de edad tenga la obligación de habilitar recursos para brindar esos apoyos que no encuentran de manera natural. La gran dificultad está siendo conseguir un alojamiento independiente. Son chavales que siguen procesos formativos muy positivos en la mayoría de los casos. Trabajamos con ellos todo lo relacionado con las relaciones sociales y la inclusión comunitaria. Van elaborando su propia historia personal, emocional y familar, pero al final tienen que hacer frente a un proceso de emancipación. Y una vez que salen de nuestro recurso, todos ellos van a tener que conseguir un alojamiento independiente.

Casi nada.

Desde luego. El problema de la vivienda es generalizado, pero imagínate que además te emancipas tan joven, porque son chavales que acaban los procesos en dos o tres años. Es decir, con 21 años tienen que alquilar una habitación con unos ingresos mínimos, con poca especialización. Muchos de ellos son de procedencia extranjera, con lo cual el estigma también penaliza a la hora de encontrar un alquiler. Sin olvidar que son personas con redes sociales poco nutrientes. Si los jóvenes normalmente encuentran alquileres a través del boca a boca y su red social, ellos no cuentan con ese apoyo. Es lo que más está limitando las salidas de los pisos ahora mismo.